Érase que se era, que fue y que nos ayudó a “ser”

Juan Antonio Valverde

Psicólogo formado en Terapia Gestalt y Psicoterapia integrativa con maestros como Claudio Naranjo, Juan José Albert y Alfonso Castro. Docente de AICUENT.

De todos los maestros que he tenido la suerte de conocer, ninguno ha encarnado tanto el arquetipo del sabio como Claudio Naranjo. Su erudición y comprensión de las verdades más difíciles le llevo a cultivar múltiples ramas del saber con una profundidad pasmosa para tratarse de un solo hombre ante una sola vida. La psicología, la música, el camino espiritual, la terapias alternativas, el chamanismo, la terapia con sustancias psicoactivas, el eneagrama, las múltiples formas de la meditación, la educación, ya en su última época…

Comenzó siendo un buscador incansable de la profundidad de lo humano allá donde se le presentará y en un momento de su búsqueda fue más allá del “sabio erudito”. Decía que tras la muerte de su hijo no le quedó otra que renacer a un amor más auténtico, desde lo más bajo, desde la profundidad del infierno; y tras una larga vida de trabajo y creación, llegar a ser aquel que, en sus propias palabras, “fructifica y comienza a compartir sus frutos”. Fue un auténtico “donante”, que nos legó innumerables “objetos de poder”. Tan variados y potentes que están en la base de muchas de las terapias humanistas que ahora compartimos los hispanohablantes. El propio eneagrama o la terapia Gestalt, son estructurados, clarificados y puestos al servicio de infinidad de personas a través de su trabajo de destilación; su particular alquimia de síntesis y de puesta en práctica en sus grupos, charlas y libros. Otros muchos de esos “objetos de poder” están entre nosotros porque hizo de puente con otros eruditos a quien invitó a compartirlos: el movimiento auténtico, el proceso Fischer-Hoffman, la psicomagia y el psicotarot de Jodorowsky, la Terapia de renacimiento, múltiples formas de meditación… Éstos y otros variados senderos, que muchos hemos tenido la suerte de recorrer, para terminar encontrando el nuestro, fueron puestos en valor y mostrados a través de su obra, la vivencial y la editorial.

1 Claudio Naranjo.jpg

Un aspecto que muchas veces pasa desapercibido era su capacidad para enseñar a través de las historias, cuentos, mitos, películas o novelas, que usaba para despertar la conciencia y transmitir lo que él consideraba la metáfora del viaje interior, que se encuentra codificado y simbolizado en los grandes relatos de la humanidad. Buenos ejemplos de ello son sus libros El niño divino y el Héroe (2014), un original análisis de dos familias de cuentos y relatos. Otro es Cantos del despertar (2002), donde profundiza en el mensaje de transformación de los relatos de Occidente. Era común que en alguna de las sesiones que impartía en su programa SAT, sacara Caravana de sueños de Idries Shah (que también fue su maestro y amigo) y leyera alguno de los cuentos que contiene; o que recurriera a alguno de Nasrudín, de los Grimm…, o bien comentara de memoria otros de tradición jasídica, zen o procedentes de otras fuentes espirituales.

Hasta tal punto era importante para Claudio el cuento, como llave para el despertar de la conciencia, que su definición de la formación del carácter se basaba en uno de los que protagoniza Nasrudín. Es ése en el que este conocido personaje se afana en buscar la llave de su casa. Seguro que lo conocéis, pero por si no es así, os recuerdo su sencillo argumento. Nasrudín buscaba y buscaba la llave en medio de la calle sin encontrarla, y al ser preguntado por el lugar dónde la había perdido exactamente, contesta que en su propia casa, pero que la buscaba en la calle porque allí había más luz. Y una vez aquí no me resisto a comentar mi propia experiencia como alumno. Siempre entendí que el cuento nos mostraba qué equivocación tan grande era buscar en el lugar erróneo lo que a uno le falta, entendiendo que eso que nos faltaba, según Claudio, no era otra que el amor mismo. Al no recibir todo el necesario lo buscamos compulsivamente de distintas formas. Queremos más amor, reconocimiento, seguridad, abundancia, placer… y que todo esto nos llegue desde fuera; sin contemplar que al final, lo que nos saca del atolladero, es el amor que somos capaces de dar nosotros a los demás. En muy resumidas cuentas era lo que yo lograba entender sobre cómo él interpretaba el cuento. Pero en una ocasión, en uno de los programas SAT tuve una repentina intuición que compartí con él (y con las 60 personas que había en la sala):

Yo: “Claudio, ahora entiendo que no es fortuito que la llave esté perdida en la casa. Yo pensaba que el lugar de la pérdida era casual, pero la casa… Es algo muy simbólico, es uno mismo, nuestro hogar, nuestro yo más profundo” (como luego he podido comprobar analizando y vivenciando tantos cuentos en talleres de Cuentoterapia).

Claudio: “Si, claro, por supuesto. Y además, ¿sabes exactamente dónde está? ¿En qué lugar de la casa?”

Yo: “Uf… además hay un lugar” [Me quedo en silencio unos segundos] “Si, por favor, ¿Dónde está?”

Claudio: [Riéndose y haciendo gestos con la mano] “Está puesta en la cerradura de la puerta”

Yo: “¡Gracias! Aun lo veo más claro.”

Un aspecto fundamental para él, a la hora de entender las historias como metáforas del desarrollo humano, era la constatación de que el héroe no solo vence una vez, sino que lo hace al menos dos veces; ya que a una primera victoria más terrenal, temporal o superficial le sucede una derrota seguida de un tiempo infernal, baldío, lleno de dificultades, tras el que llegará una segunda victoria más permanente, profunda y trasformadora. (Sobre ello escribe Claudio en uno de los libros mencionados antes, Cantos del despertar) Esto es lo que en Cuentoterapia conocemos coloquialmente como “una segunda vuelta de la historia” (Este es un ciclo que puede repetirse más de dos veces, pero que siempre conduce a esa victoria final).

En una ocasión, incluso nos invitó a dibujar nuestra vida como un camino, como un cuento donde gráficamente pudiéramos representar esos altibajos que se han producido en nuestra propia historia. Al final todos seguíamos patrones parecidos (los cuentos se repiten, desde siempre); pero la particular manera de hacer nuestro camino era lo que más despertaba la curiosidad del maestro, como si fuera la primera vez que estaba ante un alumno. Como si cada cuento tuviera un alma distinta, más allá de cualquier mapa o fórmula.

Para Naranjo, las técnicas, las teorías, la sabiduría estaba muy bien si servía para formar buenos seres humanos. Un buen terapeuta, un buen educador, un buen padre… es el que ha recorrido su propio camino de transformación; muchas veces muy duro, muchas veces con grandes caídas, rico en todo tipo de pruebas, y con la voluntad de abrirse cada vez más a lo amoroso.

Hacía el final de su vida decía que sentía que por fin había llegado a casa. Después de embarcarnos en tantas aventuras, él llegó al final de la suya, en este mundo, el pasado mes de julio. Cuando los móviles empezaron a rebotar la notica yo me encontraba sentado en el lugar del paciente esa mañana, frente a mi terapeuta, para otra sesión más de terapia. Pues este ha sido el camino que siempre nos mostró; que da igual lo que seas, incluso si eres terapeuta, has de volver a seguir abriéndote a la conciencia, al amor. Has de volver a recordar una y otra vez que la llave está en el lugar más difícil y el más obvio.

Este 12 de julio finalizó la “última vuelta” de su fructífero cuento entre nosotros. Donde quiera que esté ha iniciado el nuevo relato. El que nadie conoce. Y estará lleno de entusiasmo, como buscador incansable que siempre fue. Ahora a nosotros y nosotras nos toca recordar y contar su historia. Es un placer contarte, maestro de maestros.


Este artículo fue publicado originalmente en el número 5 de Cuentoterapia, nuestra revista anual, en diciembre de 2019.

Anterior
Anterior

Una Cenicienta cubana

Siguiente
Siguiente

De la niebla a la luz, mil maneras de sentir