Una Cenicienta cubana
María del Pino Padrón Bolaños
Técnico administrativo. Estudiante de Cábala y Cuentoterapia.
De la mano de una gran amiga, la consteladora Luz Marina Rodríguez Suárez, llegué al taller de Cuentoterapia “El duelo y la muerte: conectar con la vida”. Aquella vez lo impartía Carmen Clemente. Fue en el Espacio Creativo Anatot, en mi isla natal, Gran Canaria. Yo asistía ya a los talleres de Coloricuentos que Luz Marina impartía, conjugando la cuentoterapia con las constelaciones y el uso de los colores. Por tanto, sabía qué era lo que movían los cuentos dentro de uno, de forma sutil. Sabía que ayudan a ver la vida con otra perspectiva. Además, a mí me encanta oír cuentos, especialmente porque de niña no me los contaban.
Al taller de Cuentoterapia teníamos que llevar fotos de personas queridas que hubiesen partido, para realizar una actividad con ellas. Yo decidí llevarme la de mi cuñado y la de mis abuelos maternos. Escogí la de mi cuñado porque la suya fue una partida inesperada, repentina y muy dolorosa. Partió siendo muy joven, dejando atrás a mi hermana y a mis dos sobrinos pequeños. Llevé las de mis abuelos maternos porque les tenía especial cariño.
El taller me dio la oportunidad de experimentar una visión más amplia de la muerte. Me di cuenta de que la muerte está presente desde que nacemos. Salir de la barriga de mamá, en la que estamos calentitos y con todas nuestras necesidades cubiertas, puede entenderse como una forma de morir. Realizando el taller descubrí que a lo largo de la vida morimos unas cuantas veces, al pasar por diferentes etapas. Cada una de esas muertes da paso a un nuevo nacimiento, y nos presenta una oportunidad de crecer, de avanzar. Sólo hay que estar atentos para verla, sentirla y aprovecharla. Yo no era consciente de esto.
La muerte que más presente tenemos es la física. Lo que más tememos es que un ser querido se marche y no lo veamos más. El impacto que su muerte nos causa depende sobre todo del grado de dependencia que tengamos. A mi me dio tranquilidad sentir que morir es transformarse, como el gusano de seda, que renace convertido en mariposa; y también sentir que ellos están cerca, guiándonos desde un lugar donde todo está bien, un lugar de amor. El taller me ayudó a comprender mejor el duelo por el que estaban pasando mi hermana y sus hijos, a entender que es un proceso largo; y me dio herramientas para ayudarles.
Yo estaba muy unida a mi abuela, y lo que conocía de la historia de su vida me llenaba de tristeza. Sentía su pena, su sufrimiento, el dolor y la impotencia que había padecido. Hoy sé que cada uno elije su camino, su destino, y que en su plan de vida estaba todo pactado. Ella eligió tener aquellas experiencias vitales. En el acto simbólico que hicimos fuera de la sala, en esa parte de la finca que se llama “el templete”, todos expresamos, uno a uno, nuestros sentimientos hacia los seres queridos que habíamos elegido recordar. Yo escuchaba con respeto y mucha atención, dándome cuenta de que todos estábamos inmersos en el mismo proceso, compartiendo el dolor que llevábamos dentro y dando gracias a nuestros muertos por haber formado parte de nuestras vidas. Fue una experiencia muy emocionante. Y fue ahí cuando me di cuenta de la conexión tan fuerte que tenía con mi abuela.
Durante ese taller surgió en mí el deseo de ir a Cuba, la tierra natal a la que ella nunca pudo regresar. Quería conocer la otra parte de mis raíces, saber un poco más sobre mi familia y descubrir lo que mis parientes cubanos sentían. Quería honrar la memoria de mi abuela Adela, una mujer valiente que tuvo el coraje suficiente para decidirse a dejar atrás su tierra y su familia, y seguir a su marido hasta una tierra desconocida sin saber qué le esperaba. Ella fue una mujer que tuvo que morir y renacer muchas veces, y superar el dolor, la pena y la tristeza que todo eso conlleva. Quiero reconocer aquí que detrás de toda esta aventura vital hay un gran amor. Aunque con el tiempo se volviera agrio, por tanta desilusión, decepciones y trabajo, todo comenzó con una hermosa historia de amor.
Pasó un tiempo, y en otro de los talleres de Coloricuentos en las estrellas terminaron de animarme. Yo sabía que había una rabia y un dolor importantes en el árbol familiar. No era sólo el dolor sentido por mi abuela sino también por su madre; y por todo el clan femenino, las mujeres de aquí y las de allá. Un dolor y una rabia que enfrentaba a las dos tierras.
Todo comenzó cuando mi abuelo Benito viajó a Cuba junto a su hermano y le dieron trabajo en La Floreta, la finca que llevaba el padre de mi abuela en Cienfuegos. Ella vivía con sus padres, sus tres hermanos mayores y su hermana pequeña, que sólo tenía unos meses. Se conocieron, se enamoraron y se casaron. Eran muy jóvenes; ella sólo tenía 15 años. Allí tuvieron un hijo. Mi bisabuela temía que mi abuelo se llevara a su hija. Ella la necesitaba en casa, para ayudarla en las tareas de cada día, porque estaba enferma de asma. Al cabo de tres años y pico sus temores se hicieron realidad. Mi abuelo había decidido volver a Gran Canaria. Mi abuela habló con su padre y le dijo que había decidido marcharse con su marido y su hijo, pero no contó nada a su madre. Se fue sin despedirse de ella porque sabía lo duro que sería. El sentimiento de abandono llenó de rabia y dolor a mi bisabuela, y ése es el origen de la rabia que las mujeres de mi clan sienten hacia los hombres.
Las cosas se complicaron, porque el tiempo pasaba y allá, en Cuba, no recibían noticias de mi abuela. No era que mi abuela no escribiera, es que las cartas no llegaban. Al llegar a Gran Canaria se instalaron en la casa de mi abuelo y como ella no disponía de dinero para ponerle sellos a las cartas, se las daba a su suegra o a sus cuñadas para que ellas lo hicieran. Mi abuelo trabajaba, pero se acomodó a las costumbres de la familia y siempre entregaba a su madre el sueldo que ganaba. Debido a esta situación, mi abuela pasó muchas necesidades. Su marido volvió al nido, bajo la autoridad de su madre, y no supo darle a mi abuela el lugar que como esposa le correspondía. Ella tampoco fue bien acogida por las mujeres de la familia, no así por los hombres, su suegro y su cuñado. También es verdad que mi bisabuela canaria sentía, al igual que la bisabuela cubana, el dolor por la partida de un hijo. El hermano de mi abuelo, su otro hijo, hizo su vida en Cuba y no regresó nunca. Y esto fue agrandando la rabia entre las dos tierras.
En Gran Canaria, mi abuela veía que el tiempo pasaba y no recibía respuesta a sus cartas, hasta que un día una vecina le contó que las cartas no salían de la casa, que estaban escondidas bajo un colchón. Lo comprobó y se indignó. Eso hizo que ella sacara valor y coraje para pedirle dinero a mi abuelo y así poder echar ella misma sus cartas en Correos. Durante aquel tiempo de silencio, la familia de Cuba había pensado que a mi abuela le iba tan bien que se había olvidado de ellos. Y esta suposición no hizo sino aumentar el resentimiento. Esta parte de la vida de mis abuelos fue la que me hizo sentir la necesidad de servir de puente de unión entre las dos tierras, para que hubiera paz en el clan. Y así, abrir para todas nosotras la oportunidad de amar en pareja sin dolor ni rabia. Yo no quiero cometer el error de juzgarlos a ellos y a ellas porque, como antes dije, todos venimos a este mundo con un plan y aquí nos limitamos a seguirlo. Por eso pienso que todo estuvo bien tal como sucedió.
Gracias a mi marido pude preparar el viaje y un 1 de junio de 2017 nos fuimos para Cuba, a la aventura. Conmigo llevaba tierra de la isla y la foto que mis abuelos se hicieron después de la boda. Mi idea era buscar el lugar donde estaba enterrada mi bisabuela, para poner en su tumba esa foto y un poco de tierra canaria. Sería como si su hija volviera a casa. Cuando llegamos a La Habana me parecía mentira estar en la tierra que había visto nacer a mi querida abuela. En el aeropuerto nos recogieron y nos llevaron al hotel, y al día siguiente llamamos al contacto que nos habían proporcionado. Resultó que esta persona estaba emparentada conmigo por parte de mi padre. Ver cómo la vida te pone delante a las personas que necesitas, me dejó totalmente sorprendida. Él nos ayudó a encontrar hospedaje en Cienfuegos y como era natural nos llevó a conocer a su familia: su hermana, su madre... Me sentí súper acogida.
En Cienfuegos también contacté con sobrinas de mi abuela, pues vivían en los alrededores. Los hermanos de mi abuela ya habían fallecido y sólo unos meses antes lo había hecho su hermana pequeña, Nena. Su hija Noridia me acompañó a indagar. No resultó fácil encontrar el lugar dónde estaba enterrada mi bisabuela. El cementerio era pequeño y estaba retirado del pueblo. Por la información que teníamos, sabíamos que ella estaba enterrada cerca de la puerta, puesto que el suyo había sido uno de los primeros enterramientos. Como los archivos de la época se habían quemado, recurrí a la intuición y fui guiándome por las fechas que se veían en algunas tumbas. Elegí el lugar que me pareció adecuado y allí hice mi acto mágico simbólico. Con humildad y respeto, casi sintiendo el dolor de mi bisabuela cubana, deposité con mucha emoción algunas flores, la foto de bodas de su hija y la tierra que había traído de Gran Canaria. Le supliqué que pusiera paz entre las dos tierras, que pusiera fin al dolor y la rabia que existía en el clan desde hacía tanto, para dar a las nuevas generaciones una nueva oportunidad de amar. Porque yo tenía claro que lo sucedido en el pasado había comenzado como un acto de amor, gracias al cual yo estaba allí en ese momento. Yo sólo podía reconocer su dolor y su sufrir. También quise sentir la conexión con su madre, mi tatarabuela, y con todas las mujeres que las precedieron. A todas les di las gracias con amor.
En el cementerio de Cienfuegos seguimos indagando, para descubrir también dónde estaba enterrado mi bisabuelo. Según indicaban los archivos, lo habían llevado a una fosa común, pues allí, si no compras una parcela y haces la tumba, pasados unos dos años trasladan los cadáveres a fosas comunes. Ante aquella tumba colectiva rendí homenaje a mi bisabuelo Antonio.
Durante ese viaje tuve la ocasión de hablar con casi toda la familia y de conocer, de primera mano, los problemas causados por la situación política y económica del país. No tienen de todo, como nosotros, pero están acostumbrados a buscarse la vida para salir adelante como pueden. También quise ir a la Floreta, la finca donde vivía mi abuela, pero me dijeron que se encontraba en una zona de muy difícil acceso, salvaje, y me quedé con las ganas. Estando allí supe que mi abuela procedía de una ciudad muy hermosa, Trinidad. Viajamos hasta allí y pregunté por el apellido Turiño, y las indagaciones me llevaron a una casa vacacional regentada por la hija de una señora mayor. Las dos se apellidaban Turiño y hablamos con la madre, pero no sacamos nada en claro. Lo último que hice fue coger un poco de tierra de la zona más próxima a la Floreta y al regresar la puse en la tumba de mi abuela. Me vine de Cuba con la satisfacción de haber hecho lo que debía. En todo momento me sentí aliviada, agradecida a esa tierra y a toda la familia que me acogió. Gracias, Gracias, Gracias.