De amores miopes y brujas en llamas
Encarna de las Heras Ibáñez
Actriz, profesora de cuenteros y cuentera. Dirije, junto a Hettie Jansen, EIVIDA (Escuela de Intuición y Vida) en Ibiza; y todo eso, siendo de Albacete.
Alguien pronunció las palabras mágicas: ¿ quieres contarnos porqué y cómo se gesta un espectáculo de narración oral ? Con sólo las dos primeras palabras, es suficiente.
Contaros, contar…. Espero no resultar intensa, como me llaman algunos amigos, o una porno emocional, como me llaman algunas amigas. Contar todo lo que soy fue siempre mi manera de conjurar al otro para que no me ataque. Porque, como el Gato con Botas, nací pequeñita, insignificante, pero jodidamente lista y con el don de la palabra…así que me aferré a ello como a una tabla de salvación que resultó ser un clavo ardiendo en muchas ocasiones. Pero el fuego te consume o te purifica. Para explicaros el origen del primer espectáculo en el que narro cuentos escritos por mí, tengo que comenzar contando lo que ha significado para mí narrar. Y hay que empezar por el principio, como siempre. Érase una vez una niña de pueblo, feúcha, insignificante y asustada que un día descubrió el poder que emanaba de su boca dentona. Y el poder vino de soltar su verdad y descubrir que al hacerlo daba miedo, el mismo miedo que ella sentía y que le hacía permanecer largas horas en silencio, en un mundo paralelo que la salvó, pero que le hizo estar sentada sobre el hielo muchos años, como Kay, en la Reina de las Nieves.
Un día el silencio se rasgó, fue cuando mi madre me dijo que tenía que amarla porque era mi madre y yo le respondí que la amaría si se lo merecía, que ser mi madre no le daba patente de corso en el amor. Otro día el silencio se quebró cuando a esa misma pobre madre le espeté que yo quería una muerte lenta, porque deseaba disfrutar de cada segundo de mi vida y la muerte era parte de mi vida. La tercera vez que negué el dictamen de mi querida madre fue cuando le dije que quería ser actriz porque una sola vida, la vida que se me había dado, no era bastante para mí. Lo flipante es que ella me quiere muchísimo y yo a ella. Pero la amé más cuando me libré del miedo que me daba, viendo que ella también me temía. Ver que otro también tiene miedo, es la antesala de la compasión.
Fui una niña abusada. El trauma del abuso está en mi cuerpo, enredado en las algas de mi océano más profundo. Una persona abusada ha sentido en su cuerpo que el otro no le ve como a un ser humano, sino como a una cosa y esta experiencia puede ser mucho peor que el abuso. Por eso, ponerte delante de un montón de gente y obligarles a mirarte sin poder acercarse y a escucharte sin poder silenciarte, es una salida, si me permitís decirlo, genial. “Miradme, tengo cosas que deciros y además, son cosas que no digo yo, son palabras prestadas por miles de voces anónimas, repetidas tantas veces que ya tienen el rango de oración, de mantra, de ritual….son sagradas y yo, me acojo a sagrado. Miradme, soy un ser humano como vosotros, no me hagáis daño, soy como vosotros y me acojo a sagrado”.
Así fue al principio, hablaba con palabras sagradas, con la voz prestada del Rey, la Reina, El Mago, El Loco... aún las uso, para que sean escuchadas por lo más profundo del que me escucha y se produzca el estremecimiento general, el orgasmo colectivo que, para mí, sólo producen esas historias míticas y místicas. Y me salvé de la quema durante años.
Pero lo que realmente me quemaba dentro no salía aún. Lo que te arde dentro es el deseo
inmenso de amar y ser amada, la reunión de todo lo que somos, que sólo es posible con la sexualidad; y esta parte de mi vida había sido dañada de una manera sibilina y poco clara en mí. Me acercaba a lo masculino como al enemigo anhelado e idolatrado. Y tenía que enfrentarme a la bestia. Lo diré con mis propias palabras. Cuando hago el amor con un hombre y siento que me pone una barrera, que se distancia de mí, el miedo ancestral me hace empezar a hablar como un cotorra, “mírame, soy como tú, no me hagas daño, soy como tú”.
En mi último intento por tener una relación, los miedos de él y mi propio terror me hicieron conjurar a la muerte y buscar en mí aquello que quería contarle; para que me viera, para que me amara, para que no me dejara. Seducirle sería una palabra demasiado grande para definir mis intentos, pero hay muchas maneras y motivos para seducir -¿verdad, Sherezade?-, y los resultados también son variados
“La mujer en llamas”
Inventé mi primera historia para hablarle a él de mi búsqueda, de cómo había intentado encontrar un hombre probando distintos modelos… mi terapeuta decía que tenía el gusto equivocado; y yo, pues venga a probar. Quise decirle a él que buscaba al hombre capaz de quemarse y reinventarse, como yo, y así nació “La mujer en llamas”. Esta mujer se levanta cada día con un único propósito, encontrarle. Es una Mujer de Fuego, todo a su alrededor arde y ha oído demasiadas veces que, tal vez, es ése el problema. En su búsqueda se encuentra con un Hombre de Agua, quien, por supuesto, no puede apagarla (eso sólo puede hacerlo ella); pero que entra en ebullición cuando están juntos. Y claro, se evapora una y otra vez, volviendo siempre cuando las capas altas de la atmósfera y la distancia le enfrían. Pero un día el viento es especialmente fuerte y se lleva al vaporoso amante bien lejos. A la vuelta de otra esquina de la vida aparece un Hombre de Hielo, hermoso y frío, muy frío. Nuestra mujer confunde el agua que se escurre entre sus manos y piernas con los fluidos del amor… y el desagüe de la ducha se convierte en la sepultura de su pasión.
El Hombre de Gas es una pura explosión que destroza la casa y medio barrio de la Mujer en Llamas. El Hombre de Tierra es firme y estable…. aburrido, terriblemente aburrido. El Hombre de Fuego parece entonces la mejor solución, pero eso de que juntar a dos iguales es la mejor solución… bueno, ya sabemos que un fuego se extingue con otro fuego. A estas alturas del cuento, La Mujer en Llamas cada vez está más convencida de que ella es el problema y que, tal vez, lo mejor sería apagarse un poco. Pero lo intenta una vez más con un hombre a prueba de llamas: El Hombre Ignífugo. Un hombre con un traje a prueba de pasión, de locura, de lados salvajes y… no funciona, claro. Está decidido, lo mejor es convertirse en escoria. Pero así, la Mujer en Llamas se muere; vive, como tantos viven, segura pero muerta. Hasta que aparece …él, un hombre cuyos ojos azules incendian las pestañas de nuestra heroína y desatan el sacrificio. Los dos arden y él se deja consumir hasta quedar reducido a cenizas, unas cenizas que vuelan en círculos delante de nuestra dama hasta volver a ser él, el hombre que se reinventa a sí mismo y que no tiene miedo a tener miedo. Se ha convertido en El Hombre Fénix.
Cada vez que escribía una historia y se le mandaba a mi querido, tardaba varios días en contestarme y yo no sabía porqué, hasta que me explicó que necesitaba tiempo para digerir el cuento. Bueno, mi terapeuta definió mi oratoria como un arma de destrucción masiva para la libido, y estoy de acuerdo. Me creía que podía seducir con ella, pero era un Colt 45 en manos de un mono. Lo sé, en realidad seguía buscando protegerme, no acercarme...
“Aullidos”
Después decidí explicarle a él mi historia, la de una mujer de 51 años. Así nació “Aullidos”. En ella hablo de una bruja que no quiere estar sola y cree que, para que alguien la quiera, tiene que convertirse en lo que le pidan. Sus poderes de transformación y su determinación ayudan bastante. Ella intenta dar lo que cree que se le pide, a cambio de presencia; pero cada vez que lo hace el amado le confiesa que, en realidad él busca otra cosa; y así, cuando lucha por ser amable y dulce, el otro pide conversación; y cuando se convierte en una mujer sabia, el otro quiere reír; a la reina de la media y la ligereza, le pide ser atractiva sexualmente; para que me entiendan, un buen culo y unas buenas tetas; y a la femme fatale le pide aquello que la bruja ya no puede volver a dar… hijos. Ése fue uno de los momentos más duros de mi vida y para la bruja de mi cuento también lo es. Se siente una cosa, un útero, una cara, un cuerpo, un mono de feria; y se enfada. Se enfada mucho y se retira a las montañas, mis amadas montañas. Hasta que un hombre aparece y ella le pregunta qué es lo que desea. Él no desea nada; quiere dar y le ofrece a ella risas, dulzura, pasión, hijos... pero ella no anhela nada en absoluto. Sin embargo, él no se va. Quiere ser testigo de la tormenta, del dolor, de la rendición. Y cuando ella se rinde y vuelve a preguntarle qué es lo que desea, él le dice que nada y ella le responde lo mismo. Entonces se miran y comprenden que, si no desean nada, tal vez se amen.
“Edipo”
Mi querido me decía una y otra vez que se me amará cuando sea yo misma.¿ En serio? ¿ Alguien puede ser uno mismo? ¿Todo el tiempo? Tal vez amarse no es sólo buscarse a uno mismo sino buscar también a quien sabe verte. Amar es cosa de dos, comprender que tu responsabilidad consiste en saber lo que vales y elegir a quien puede verlo, porque tiene ojos para ello. Así nació “Edipo”, de un hecho real: yo soy miope y el otro es hipermétrope. Yo no veo de lejos y necesito pegarme al otro para verlo, y el otro necesita distancia porque no ve de cerca. Pero si no se mirara con los ojos, tal vez… En este cuento ella corre detrás del otro para poder verle, porque no lo ve de lejos, pero el otro huye a la lejanía para poder ver venir al enemigo y librarse de él. Ella es una auténtica Penélope, personaje que siempre he detestado, pero que encarno a la perfección. Él es Ulises, viajero empedernido, distante, hábil con el pensamiento y con las manos. Ella escribe historias y teje entramados de palabras para poder atraparlo, mantenerlo cerca. ¿ No es eso manipular? Tal vez, pero grandes obras de la historia se escribieron para ligar, no nos engañemos. Los sonetos de Garcilaso, La Divina Comedia de Dante… qué más da.
Tal vez no haya futuro para estos dos… a no ser, que, como Edipo, los dos se arranquen los ojos y vaguen errantes por el mundo, buscándose a si mismos. Tal vez entonces se encuentren y se reconozcan para amarse, sin disfraces, sin ego, sin nada. O tal vez se reúnan para honrarse, por haber sido los causantes de una besuqueada mutua y trascendental; por haber encontrado la luz en la oscuridad gracias a este combate o a esta carrera de idas y venidas.
El último... en proceso
El último cuento está en proceso, se marchó él y parece que me falta la musa o lo que pasa, simplemente, es que la verdadera musa no estaba fuera. Lo masculino anhelado no está fuera y mi conflicto es otro. Me salió una historia dura, oscura. Creo que yo deseaba que él me dijera, como Lady Gaga: “I want your ugly, I want your disease”, y se la mostré. Es una historia sin título donde por fin pedía explicaciones a quien tenía que pedírselas… al mismísimo Dios. Yo no me ando con chiquitas, soy de Albacete. Y antes de acabar mi última historia, el rumbo cambió. Creo que estoy buscando a mi divino masculino, creo que estoy buscando a mi dios. Un buen amigo me lo recordó hace poco. Tal vez he estado rezando al dios equivocado. Ahora estoy tratando de ponerle un nombre y una cara. Porque mi dios se puede nombrar y tiene rostro, cuerpo y sexo… no como el dios en el que me enseñaron a creer. Se parece a Dionisos o a Pan o a Cernunnos; no es un dios padre, sino un dios hombre; no sólo me ama, sino que me desea. Es un dios que acabaría su estrofa como la acaba Lady Gaga: “ I want your ugly, I want your disease / I want your everything as long as it’s free” .
Este artículo fue publicado originalmente en el número seis de la revista anual de AICUENT