Algunos atribuyen a Van Gogh la frase:
“Me refugio en la noche. La noche no me juzga, no me humilla, me ayuda a olvidar los fracasos del día. Todos mis sueños están rotos.”
Y yo me pregunto: ¿qué hay realmente al otro lado de unos ojos cerrados?
Quizá, sólo la ausencia de luz. Quizá, la sombra que da sentido a todo lo que es real. A todo lo que nos mueve y nos conmueve. Lo que no mostramos, pero somos.
Luces y sombras vagan libremente por la mente del que duerme.
El sueño es una pequeña muerte que nos agita por dentro.
No es realidad lo que persiguen los sueños, sino la Verdad; la de cada uno. Ésa que la almohada nos susurra al oído mientras dormimos. Esa verdad que, a veces, no nos atrevemos a confesar por miedo a ser juzgados por locos.
Loco, como algunos dicen que lo fue aquel pintor que dijo: “Siento mi pintura y luego siento mi sueño“. Una cordura incomprendida. Un loco de pelo rojo que quizá palpó la vida desde la más cruda realidad, con una intensidad que desbordó sus entrañas y su mente. Y quizá, por eso, hoy le llaman genio cuando en vida fue rechazado como enfermo. Qué paradójico es siempre el juicio ajeno.
Y sí, en la noche, somos muchos los que encontramos refugio. Y sí, al mismo tiempo, son muchos también los sueños rotos que pululan en ese espacio-tiempo donde todo es posible, donde todo está conectado y quizás, tú y yo, nos encontremos sin ni siquiera saberlo.
Si la noche guarda tantos sueños rotos, ¿cómo es posible que el día repare tanto dolor oculto?
Si las almohadas hablasen, este mundo palpitaría a otro ritmo.
Puede que aún estemos tras el velo de unos ojos cerrados que sueñan que están vivos. Una mente adormecida que cree vivir una pesadilla continua. Una vida que ni es sueño, ni realidad. Porque si son tantos los sueños rotos, hay algo que no estamos sabiendo hacer.
Que cada uno lo consulte con su almohada y ya la noche nos dirá.