Cuentos que se cuelan en los sueños

Alejandra Luthmer Louzao

Pintora, diseñadora gráfica, arteterapeuta certificada por el Gestalt Art Therapy Center de Australia y estudiante de Cuentoterapia.

Entendí que los cuentos realmente se te cuelan a través de la mente racional y llegan hasta el nudo de la existencia, cuando empecé a notarlos en mis sueños. En ese momento la Cuentoterapia realmente cobró sentido para mí, pude observar de manera personal cómo los personajes de los cuentos se expresan dentro de nosotros. El cuento con el que establecí esta relación fue el cuento de Barba Azul, probablemente porque mi depredador interno vive conmigo, en mis sueños, desde que tengo memoria. Se ha presentado de muchas maneras, como un hombre que me persigue, como un demonio con el que lucho, como un gato negro y en este último caso como una pantera negra.

Leí el cuento de Barba Azul en el libro de Clarissa Pinkola Estés, Mujeres que corren con lobos. La historia trata sobre un hombre grande, un “gigante” aficionado a las mujeres de nombre Barba Azul. Cortejó a tres hermanas al mismo tiempo, pero las hermanas mayores siempre desconfiaron de su barba con tonos azules. La hermana menor pensó que alguien tan encantador no podía ser tan malo y terminó casándose con él. Un día el esposo se va y le deja a la joven esposa su llavero con las llaves de todas las puertas del castillo. Le da libertad de hacer lo que desee, pasear, llamar a su familia, recorrer el castillo, todo menos utilizar la llavecita con adornos encima.

Aquí llegamos al punto crítico del cuento, cuando ella usa la llavecita para abrir la puerta prohibida junto con sus hermanas. El cuarto está lleno de cadáveres y hay mucha sangre en el piso. Cierran la puerta y tratan de limpiar la llave, pero la llavecita no deja de sangrar. Al enterarse Barba Azul intenta matar a su esposa, pero la salvan sus hermanos, que vienen galopando en su auxilio.

“Alejandra y la pantera”, bocetos.

En mi sueño, el castillo es una cabaña en el bosque, donde vivo feliz con mis mascotas hasta que un día despierto y veo a un animal que no conozco. Es una pantera negra indomable que me mira y me quiere matar. Huyo, corro hasta un árbol y empiezo a llamar a mi hermano como en el cuento de Barba Azul. El acude al llamado con una pistola. Trata de disparar y no puede. Me da el arma a mí y yo lo intento también, sin lograrlo. Volvemos a ver a la pantera negra que era gigante al inicio, pero se ha ido reduciendo en tamaño. Finalmente es tan pequeña que ya no representa una amenaza. Yo le doy un pedazo de carne para que se vaya.

Al despertar, dibujo y pinto el sueño. El sueño se transforma en una imagen donde la pantera negra es parte de mi, y forma conmigo una especie de símbolo de Yin Yang. Entiendo que está dentro mío y que simboliza mi depredador. La pantera representa para mí, en ese momento, el instinto que no se controla, el déspota que quiere imponer su fuerza. El negro es la muerte, la noche, lo oculto, lo inconsciente. Siento que me quiere matar, quiere destruirme, le tengo miedo porque no la conozco, no la controlo y es más fuerte que yo, o al menos eso creo. Cuando me auxilia mi parte masculina, la podemos enfrentar y acorralar. No logramos matarla, pero si reducirla y ahuyentarla.

Para entender mejor mis sueños, dibujo y pinto sus elementos y escenas, aplicando la metodología de Arteterapia Gestalt. A veces el dibujo cambia un poco el sueño, agrega elementos, colores, formas. Casi sin notarlo, el arte continúa el proceso del sueño. Luego, me tomo unos momentos para observar lo que he ilustrado. Tomo los elementos y personajes más importantes o llamativos para mí y los describo uno por uno con lujo de detalles: “La pantera es negra, con destellos azules, duerme en mi casa. Al despertarse solo le veo los ojos, que son amenazantes. Al principio es gigante, luego va decreciendo conforme la enfrento. Me quiere matar. Es ágil, rápida, fuerte. Es mala, no le tengo confianza nunca, ni cuando es pequeña.”

Seguidamente, cambio el sustantivo, “la pantera” por “yo soy” o “una parte de mi es”; de esta forma: “Yo soy negra, con destellos azules, duermo en mi casa. Al despertarme sólo se me ven los ojos, que son amenazantes. Al principio soy gigante, luego voy decreciendo conforme me enfrentan. Quiero matar. Soy ágil, rápida, fuerte. Soy mala, no soy de confiar.” Cuando lo leo en voz alta entiendo mejor de qué trata el sueño. Empiezo a conocer este nuevo personaje que llevo dentro, que es parte de mí y con el que tengo un conflicto. Verlo, sacarlo a la luz y enfrentarlo es la clave.

Una última parte del proceso ofrece la posibilidad de convertir los sueños que no terminan bien, en cuentos que tengan un final feliz, para ayudar al inconsciente a encontrar ese camino hacia la resolución del problema. Lo comprobé yo misma al aplicar esta metodología a uno de mis sueños recurrentes, con resultado inmediato. El sueño trataba de un hombre que me perseguía -el depredador- y me asesinaba cortándome la garganta. Escribí la historia con otro final, donde yo me defendía y lo mataba a él. Me acosté pensando en ello y efectivamente así se desarrolló el sueño. El personaje desapareció. Nunca mas volví a sufrir esa experiencia onírica, al menos no de esa forma. Esta misma metodología es la que utilizo en mis talleres de arteterapia, ya sea para mejorar el autoconocimiento, para interpretar los sueños o sencillamente para expresarnos en un diario de arte.

dibujo inspirado en otro sueño de la autora

En el año 2016 inicié mi empresa Arte para Volar con el objetivo de ofrecer talleres que utilizan el arte como medio de autoconocimiento y desarrollo personal. En ese mismo año recibí mi primer taller de Cuentoterapia, lo que hizo que todo empezara a cobrar más sentido para mí. Desde ese primer acercamiento entendí que los sueños, los cuentos, el arte y los mitos comparten un mismo lenguaje, el de los símbolos. Los símbolos nos conectan con un saber sin tiempo y nos conducen hacia el centro mismo del laberinto del Minotauro. Para mi, ellos son ese hilo de Ariadna que nos guía y nos ayuda a entender el laberinto, nos conduce a enfrentar nuestros temores, resolver nuestros conflictos y salir airosos de la prueba. El lugar de la psique en el que habitan es, como explica Clarissa Pinkola Estés, “el misterioso hábitat de la naturaleza instintiva o salvaje”. Con ellos realizamos el viaje del que habla Joseph Campbell, el viaje heroico que nos lleva a conocernos a nosotros mismos, a descubrir los poderes latentes y los grandes regalos que llevamos dentro. Esa gran aventura puede iniciarse con algo tan sencillo y amoroso como un cuento, algo tan colorido y hermoso como una pintura o tan íntimo como un sueño.

El encuentro entre la Arteterapia y la Cuentoterapia ha sido transcendental en mi experiencia personal y en mi labor como tallerista. Por un lado, la Cuentoterapia me ha aportado nuevas dimensiones simbólicas, con la interpretación de los cuentos maravillosos, el descubrimiento de su conexión con el desarrollo humano y la realización de experiencias psicomágicas vinculadas a estos. Ha sido un proceso compartido, donde la compañía de los participantes aporta muchas otras perspectivas que enriquecen este sendero de autoconocimiento. Como lo sintetiza Lorenzo Antonio Hernández, creador de la Cuentoterapia: “El ser humano es por naturaleza rey o reina de su conciencia y ha de vivir su propia aventura o su propio cuento para alcanzarlo”.

Por otro lado, mi aventura en busca de la conquista de la conciencia necesita de imágenes. Con la Arteterapia he vivido un proceso profundo, a un nivel más personal. He aprendido a mirarme por dentro con más cuidado, con mayor cariño y atención. Me ha dado alas para poder crear con libertad, sin buscar resultados predeterminados, dejándome llevar por mi naturaleza instintiva; y así he encontrado mi forma de conocerme. Yo entiendo los cuentos y mitos al dibujarlos o, como me hizo entender otro de mis sueños, puedo ver a través de mis manos.

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El centauro

No recuerdo muy bien cómo llegué allí. Seguramente como siempre llego a cualquier lugar, perdiéndome. Me parece muy familiar la casa de piedra y la calzada que termina en forma circular. Parece una casa muy antigua. La piedra está cortada en bloques irregulares, bastante toscos, de color rosa pálido. La hierba crece entre ellos. Varios animales se me van acercando. Me llama la atención su gran tamaño. Conforme se acercan me doy cuenta que son enormes, y, sin embargo, no me asustan, son amigables. De pronto sale desde detrás de la casa, un caballo alto y vibrante. Su crin es tan larga que llega al piso. Plantas enredaderas adornan con flores y verde su gran melena. Salta muy feliz a pesar de sus dos piernas de madera, que sustituyen las piernas delanteras probablemente perdidas en algún accidente. Tiene muchas cicatrices y heridas viejas mal curadas.

Estoy tan cautivada por su belleza, que casi no me doy cuenta que se acerca a mí. Cuando lo miro ya no miro un caballo, sino a una persona. Una cara joven y traviesa me dice:

—No te preocupes, yo soy un dios griego, ya vas a entenderlo.

Se acerca un poco más y me sopla en la cara, con un soplido largo, controlado y cariñoso. Como cuando se envía un mensaje que no se quiere perder en el trayecto.

Ya nada es igual desde ese insuflo de espíritu divino. Llevo algo suyo, habitando en mí.

El primer síntoma fueron los ojos. Supe que algo no estaba bien cuando empecé a verlos. Pequeños, grandes, oscuros, claros, cerrados o abiertos. Me empezaron a salir en las manos. Muchos ojos, en cada dedo, en las palmas, en el dorso de la mano, en todo lado.

No duele, sólo se ve extraño. Cada uno con su independencia y su forma particular de ver. Tampoco me estorban. Solo se abren cuando dibujo o pinto. El resto del tiempo duermen, no molestan y casi nadie los nota.

Y claro, mis dibujos son otra cosa. De vez en cuando descubro que no son míos, vienen de otro lado. Tienen mensajes cifrados, algo pequeño, imperceptible. Pistas que sugieren sucesos o más bien posibilidades en el futuro. Sé que algo va a pasar y pasa. En su propio tiempo, cuando le toca. No es algo que yo controle.

Luego vinieron otras extrañezas. Como mi capacidad de levitar. Trato de disimular, pero viene cuando quiere. Me empiezo a sentir liviana y me elevo poco a poco. Y puede tardar días. Yo lo sé desde que dejo de sentir el piso y es así, imparable, incontrolable.

En esos momentos no puedo aferrarme a nada, todo pasa sin mi autorización. Nada de lo que agende tiene peso o sustancia. Todas las cosas flotan conmigo y no puedo aferrarme a nada. Trato de alejarme de la gente conocida para que no lo note y para que no me reclamen citas perdidas.

El naufragio en costas irracionales es inminente.

Hago conexiones impensables, imposibles. Solo yo creo en ellas y durante ese tiempo me dan mucha alegría. A veces logro capturarlas, como se captura un fenómeno natural extraordinario, claro está, sin aplicación práctica en el universo cartesiano.

Sin embargo, todo empezó realmente a derrumbarse cuando lo conocí.

Fue en un seminario sobre cuentoterapia. Un evento organizado por el Colegio de Periodistas. Llegué temprano, me registré y tomé mi paquete de participación. Era un auditorio común, mediano en tamaño, con un escenario sencillo de madera, una gran pantalla de fondo y una silla

vacía. Esperábamos al expositor en cualquier momento. Escuché cascos de caballo a lo lejos. Se iban acercando. Empecé a sentirme liviana y a perder el contacto con la silla. Me agarré fuerte y cerré los ojos. —¡Ahora no! —pensé con fuerza y lo repetí mirando al cielo: —¡Ahora NO!

Una lluvia de aplausos neutralizó mi malestar. Ya iba a empezar la charla. Alcé la vista y vi los cascos disimulados en un traje entero.

Ahí estaba. ¡El hombre centauro nos iba a hablar sobre una terapia con cuentos! Cerré y abrí los ojos de nuevo; seguro me engañaban los sentidos. Los asistentes estaban atentos y tranquilos como si todo transcurriera con normalidad. Lo miré de nuevo, y no cabía duda, era el hombre centauro con mirada traviesa y total despreocupación, mostrándose tal cual era, con sus cuatro patas, su melena desordenada, llena de plantas y flores, sus relinchos, sus heridas y su cola castaña1 larga y abundante. Nadie reparaba en su aspecto, solo yo lo miraba como embobada y ya flotando sobre la silla en dirección al cielo raso.

Nadie se percató de mi salida por una ventana. Ni cuando saqué mis cuatro patas y cabalgué entre las nubes. Ni siquiera cuando relinché con fuerza por los aires. Nadie me vio extender las alas y perderme aliviada.










































































































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¡Toc, toc!