Una cata arqueológica en mí y en mis cuentos
Jorge Balibrea Fernández
Aficionado a la escritura creativa. Ha formado parte del equipo que creó el Tarot de los cuentos maravillosos de la península ibérica.
Pues señor, Cuando mi buen amigo Paco Jorquera, al que muchos conoceréis, me propuso participar en el proyecto del tarot de los cuentos, pensé: “Ni de coña. No estoy a la altura”. El proyecto consistía en hacer un tarot con cuentos maravillosos de la península ibérica. Un trabajo que haríamos en conjunto con Laura como ilustradora, y con Lorenzo como supervisor. Por supuesto, Paco era el cerebro de la operación, coordinador, director, y otras muchas cosas.
Por mi parte, debía ocuparme de los cuatro cuentos maravillosos que conformarían los cuatro palos del tarot: bastos, copas, espadas y oros. Los cuentos que ocuparían esos palos, en orden, eran: “Juan el oso”, un cuento maravilloso en el cual el protagonista consigue dominar sus instintos para convertirlos en pasiones con las que alcanzar sus objetivos. “El príncipe durmiente”, otro cuento maravilloso en el cual la protagonista entra en contacto con sus sentimientos, y con determinación y paciencia consigue aceptarlos y hacerlos suyos. “La serpiente de siete cabezas y el castillo de irás y no volverás”: uno sobre la valentía, astucia y lealtad de dos hermanos que se ayudan mutuamente haciendo uso de la razón y la determinación. Y “Estrellita de oro”. Una Cenicienta ibérica que sufre los celos de su madrastra y hermanastra. Pero que finalmente, haciendo uso de sus virtudes, consigue recuperar lo que le arrebataron y ser feliz.
Yo tenía que investigar sobre las diferentes versiones de los diferentes recopiladores y folcloristas, para hacer nuestra propia versión. Analizándolos a nivel simbólico y comparando las diferentes versiones para completar las partes que unas pudieran tener y otras no. Paco lo llamaba “restauración de cuentos”. Y claro, ¿quién está preparado para algo de ese calibre cuando lo hace por primera vez?
Por aquel entonces, yo acababa de volver de una temporada trabajando en Gran Canaria. Allí trabajaba de lo que, se supone, que soy: repostero; en un hotel del sur. Pero la hostelería es un sector muy duro y por mi parte no es vocacional, no creía que eso fuera para mí. De hecho, mis últimos meses en la isla los dediqué a empezar a escribir una novela. Fue un día, de camino al trabajo, mientras escribía algunas ideas que venían a la cabeza sobre una historia, que tuve un momento de lucidez. “¿Por qué estoy en una cocina si disfruto más escribiendo de camino al trabajo sentado al final de un autobús vacío?” Lucidez o locura, decidí dejar el trabajo y dedicarle unos meses a la escritura. Siempre me ha gustado escribir, y de hecho cuando volví a Murcia, decidí ahondar un poco más en ello y me apunté a un cursillo de escritura creativa, en busca de las herramientas que me faltaban. Paco lo sabía y por eso me hizo la proposición. Yo ya había hecho varios talleres de cuentoterapia, así que también sabía de qué iba la cosa. Además, cuando estudiaba diseño gráfico en Barcelona, la semiótica era mi asignatura preferida, siendo el rarito del curso. Los astros se alineaban en éste proyecto y me quedaba sin escusas que darme para no participar. Además, cuando era pequeño mi padre me leía un cuento antes de acostarme. Y el día que no lo hacía, me aseguraba de arrastrarlo hasta que cumpliera. Luego llegó mi hermana y se sumó al club de lectura nocturna. Había un cuento que nos encantaba: El burro cagaduros.
Para los que no lo conozcáis, es un cuento maravilloso que habla de unos hijos que dejan el hogar de su padre para luego volver con riquezas, aunque algunos las pierden por el camino y es el último es el que las recupera a golpe de cachiporra. El nombre del cuento se lo da el primero de los regalos: un burro que caga duros. También estaba la “mesita componte” que se llenaba de manjares cuando decías esas palabras, y un palo en un saco, el cual salía de él cuando se le ordenaba y se ponía a ‘repartir leña’. En resumen, cada noche dependíamos de él para que nos leyese un cuento que trataba sobre emancipación. Tanto literal como espiritual. Curioso, ¿verdad? Además, por alguna razón, me vino a la cabeza mientras elegíamos qué cuento representaría cada uno de los arcanos mayores. Y por supuesto, quise que formara parte. Fue mi granito de arena. Hoy, tras haberlo leído con las gafas de la cuentoterapia, me doy cuenta de que es un cuento que tiene mucho que ver conmigo. Muchos son los viajes que he hecho en busca de tesoros que he terminado dejándome robar. Y es que, al final lo que más cuesta conseguir es el saco y el palo. Quizá de ahí venga esa inseguridad que me hizo dudar a la hora de participar.
De cachiporras iba también el primer cuento que tuve que trabajar para el proyecto. Y ha terminado siendo al que más cariño le tengo: Juan el Oso. Una de las principales cosas que me echaba para atrás del proyecto del tarot, es que mi parte estaba más relacionada con la antropología o el folclore que con la literatura. Dos campos con los que no estoy familiarizado. Y el trabajo era de recopilación y reescritura, lo cual me dejaba poco margen; siendo yo de los que utiliza la escritura para desmelenarse creativamente. La primera parte me parecía algo aburrida y tediosa. Tenía que recopilar y estudiar varias versiones de los cuentos que tenía asignados. Por supuesto: los Cuentos al amor de la lumbre de Almodóvar, fueron los primeros a los que recurrí. Los tenía en casa, enterrados desde el día en que mi padre dejó de leernos por las noches. Así que fue un redescubrimiento que desenterró muchos recuerdos polvorientos pero nostálgicos. También pasé por los Cuentos de los siete vientos, de Camarena. Por los Cuentos populares españoles de José María Guelbenzu, y también otros tantos que encontré en “la maravillosa biblioteca de Lorenzo”, donde nuestro maestro guarda tesoros de todas las épocas.
Antes de darme cuenta me había perdido entre las innumerables versiones con sus pequeños o grandes cambios, entre versiones que contaban sólo el principio o el final, y versiones resumidas o completamente diferentes. Pero después de todo, la de Almodóvar resultó ser bastante completa. O eso pensaba.
Es curioso cómo, cuando pensamos en “Documentación seria”, pensamos en bibliotecas. Y cómo, cuando pensamos en folclore, pensamos en recopiladores y libros académicos. Para mi sorpresa, el lugar donde encontré el mayor tesoro durante ésta búsqueda fue, ni más ni menos, que internet. Si, internet, ese lugar lleno de todo, con mucha nada. A través de la revista Folklore, publicada en uno de sus números, había una versión de Juan el Oso que había recogido un chico de dieciséis años de su abuelo de setenta y dos. Una versión que tenía algo que nos fascinó a todos: una segunda vuelta acorde a las funciones de Propp. En la versión de Almodóvar y en la mayoría de las otras, todo acaba cuando, Juan, muestra el anillo que le entregó la princesa, demostrando que él la salvó. Pero en ésta, Juan decide completar las pruebas que les pone el rey para demostrar cuál de ellos es más apto.
Ese fue un momento importante para mí. Tras haber estado durante días como un arqueólogo con cepillito limpiando piedras antiguas había, por fin, descubierto algo brillante. Me hizo sentir como un Indiana Jones de los cuentos.
Por supuesto la cosa no había acabado ahí. Eso era sólo el principio. Y es que, después de la documentación viene el análisis. Hay que seleccionar todos los símbolos para ver lo que dice el cuento. Siempre con un diccionario de símbolos como mi Piedra de Rosetta. Luego hay que seguir dándole al cepillo y limpiar todo lo demás: adjetivos, verbos, artículos, etc. Para dejar sólo el esqueleto simbólico. Y a partir de ahí comienza una restauración algo más artística, la parte que había estado esperando: reescribir el cuento. Para mí esta parte era como un juego o un puzle. Había que respetar los símbolos y el cuento, pero aquí ya tenía libertad. Aunque para ganármela primero tenía que haber comprendido bien el cuento o de otro modo Paco y Lorenzo estarían detrás de mí con la regla para corregir. Y es que una de las cosas que más temía, era ese momento: nuestras reuniones de corrección. No es que Paco y Lorenzo sean demonios, todo lo contrario. Ellos son como “el padre” de El burro cagaduros. Son los maestros cuyos consejos me ayudaron a “afinar” los símbolos. Trabajar con ellos es algo delicado y difícil. El diccionario de símbolos cuenta la historia de éstos, las diferentes interpretaciones. A menudo son varias, y colocarlas con precisión es un arte, como muchos de vosotros sabréis. Pues, el propio contexto es muy relevante. Sin un contexto, el símbolo no puede relucir. Por eso, la sabiduría de Lorenzo fue esencial. Pero todo aquel que escribe sabe que ponemos una parte de nosotros en lo que hacemos, y es para nosotros algo que debe ser perfecto, es nuestro orgullo lo que está en juego. Además, tiendo a ser perfeccionista quisquilloso. Ellos son veteranos, maestros que saben del tema bastante más que yo. Es por eso que tenía mis reparos cuando acepté, era mucha responsabilidad. Pero al final, lo necesario para aprender es quitarse esa venda de orgullo y escuchar la sabiduría de los maestros. Y aquí me encuentro, con otro tesoro que presentar, con un burro cagaduros. Aún tengo mis dudas y creo que hay cosas que quizá podría haber hecho mejor. Necesito una “Mesita componte”. Pero no desisto y sigo buscando mi saco con el palo gracias a ésta nueva oportunidad que me ha brindado mi compañero de habitación de la cabaña número cuatro. Un encuentro muy especial que sucedió durante la presentación del tarot. Al final, durante éste proyecto he seguido el camino del héroe. Como en “El burro cagaduros”, he salido en busca de mis tesoros. El resultado es una carta maravillosa llena de riquezas y esperanza, magníficamente ilustrada por Laura. Como Juan el oso, he salido de la cueva que me aprisionaba para ver el mundo. Por el camino me he encontrado obstáculos, he tenido que recurrir a los herreros para forjar mis herramientas, y las he usado para salir adelante. He encontrado compañeros de viaje. He tenido que bajar al pozo y vencer a mis monstruos para liberar algo preciado. Ha habido ocasiones en las que lo he pasado mal, pero ahí estaba el duende para sacarme del agujero. Aun me queda un largo camino, pero también llevo un buen trecho. Y éste proyecto me ha dejado su oreja para que la muerda cuando esté en apuros.
Este artículo fue publicado originalmente en diciembre de 2019, en el número cinco de la revista anual de AICUENT.