Los cuentos de mi vida
Luz María Cabrera Casas
Educadora infantil, narradora oral, escritora formada en Cuentoterapia y Terapia Gestalt. Creadora del proyecto Al trasluz de los cuentos.
Todo el mundo tiene un gran cuento maravilloso dentro de sí, principalmente porque todo el mundo tiene una historia que contar: la historia de su vida. Y como en toda vida, y como en todos los cuentos, a los héroes y heroínas nos pasan cosas buenas y cosas malas.
Al igual que con las historias, algunas veces nos encontramos estancados en un conflicto y no sabemos cómo continuar. La respuesta siempre está dentro de nosotros, pero a veces nos hace falta una ayudita, un soporte donde poder proyectar lo que nos pasa para que éste nos devuelva, como un reflejo, la solución.
Para mí, lo mejor son los cuentos maravillosos. Y lo que tienen de maravilloso los cuentos es precisamente su valor simbólico, la manera en la que nos cuentan una historia ajena a nosotros, y a través de arquetipos, animales u objetos fantásticos, le van dando pistas a nuestro subconsciente acerca de dónde está la solución. Además, con ellos sucede algo mágico, porque cada cuento aparece en su momento. Y aparece siempre para ayudarte en tu proceso.
Cuando era pequeña me encantaban dos cuentos: uno, Pinocho; el otro, “Pedro y el lobo”. En este punto os podréis imaginar a la niña mentirosa que fui. La verdad es que sí, era bastante inquieta y manipulable, como Pinocho. Me gustaba descubrir “qué pasaba si…” y era fácil de convencer. Tenía miedo de convertirme en burro o ser tragada por la ballena, o lo que es lo mismo, a que mi madre me riñera y me castigara, así que mentía hasta por la cosa más absurda, por miedo a disgustar. Mi madre me decía: te va a crecer la nariz como a Pinocho, y yo, instintivamente, me tocaba siempre la nariz. No quería que me creciera y la vocecita de mi conciencia me decía que tenía que dejar de mentir. Nunca mentí por gusto, ni por burlarme de otros, y mucho menos de mi madre, pero con “Pedro y el lobo” entendí que, si seguía mintiendo, cuando realmente me pasara algo y dijera la verdad, nadie me iba a creer.
Esos cuentos habían sembrado ya la semilla en mi subconsciente y hubo un día en el que dejé de mentir. He de decir que me ayudó mucho mi madre, que empezaba a reírse cuando yo negaba haber hecho algo que, verdaderamente, sí había hecho. Verla reír me hacía gracia, me relajaba y hacía que terminara riéndome yo con ella y diciéndole: es verdad mamá, he sido yo. Luego, en vez de reñirme, me explicaba por qué estaba mal lo que había hecho o por qué ella se había preocupado. Y así, poco a poco, y teniendo presentes estos cuentos, empecé a decir la verdad y a asumir las consecuencias de mis actos.
El verano pasado me traje algunas cajas del trastero de mis padres y, para mi sorpresa, había en ellas dos libros de cuentos tradicionales. En las guardas de uno de ellos ponía: “este cuento es de Luz Mari”. Lo hojeé y me llamó la atención que estuviera subrayado, algo que sigo haciendo ahora de adulta con los libros. Aunque para muchos sea un sacrilegio, a mí me encanta subrayar, para descubrir de un vistazo las frases que me han gustado o me han servido. Curiosamente, en unos de los libros había un cuento que se titulaba “Juana la tonta”. El cuento empieza narrando que Juana era una pobre mujer que vivía sola en una pequeña casa que le habían dejado sus padres al morir. Juana era ya mayor, pero era noble e ingenua y había quien la apreciaba de verdad y quien se burlaba de ella. Los niños se burlaban de ella para robarle los frutos de sus árboles y hasta había un hombre que no dejaba de molestarla para burlarse después con los amigos en la taberna. Aunque el cuento es un tanto moralista y simplista, y no puede catalogarse como maravilloso, me llamó la atención que tuviera subrayadas frases que describían los sentimientos de Juana y también que “una anciana”, arquetipo de la sabiduría, fuera quien la ayudaba.
De todo lo subrayado, hay una frase que me sigue llegando al corazón y que justifica los sentimientos de Juana: “tenía verdaderamente de qué quejarse”. Yo no acostumbraba a quejarme, pero tenía verdaderamente de qué hacerlo, solo que viví en un tiempo en que se decía que el bullying era “cosa de niños” y yo tardé muchos años en aprender a decir “basta”. Ahora no lo recuerdo pero, seguramente, “Juana la tonta” sería un refugio para mí, donde proyecté la esperanza de que hubiese más personas que se sentían como yo, un cuento que me hizo no perder la esperanza de ser feliz algún día y de que otras personas dejaran de burlarse de mí.
Pero no sólo nos infunden esperanza los cuentos maravillosos, sino que, como hemos visto, nos ayudan, animándonos a seguir con nuestro crecimiento personal a lo largo de nuestra vida. Porque los cuentos, aunque se presenten disfrazados como algo para niños, también tienen algo que decir a los adultos, y para poneros un ejemplo voy a contar aquí lo que me pasó con un cuento titulado “La mujer pez”. Salía de terapia aquel día y había dejado el coche aparcado justo en frente de una librería muy pequeña, que vende, sobre todo, libros de agricultura y de temas relacionados con el campo y “lo natural”. Sin embargo, casi a la entrada, de pie, apoyado casi en el suelo, vi un libro de Ana Cristina Herreros –más conocida en el mundo de la narración oral como Ana Griot–, que llamó rápidamente mi atención. Era el Libro de monstruos españoles.
– ¿Cuánto cuesta? – Ése, treinta euros – Me lo llevo – Pues ese libro lleva ahí… no sé el tiempo; meses o años, diría yo. Me dijo casi sin creerse que lo iba a comprar. – Porque me estaba esperando a mí. Fue mi respuesta, segura de lo que estaba diciendo.
Llegué a casa feliz, con mi libro, y en lugar de ponerme a leerlo desde el principio, lo abrí por cualquier página, que fue justo aquella donde empieza el cuento de la mujer pez; así que lo leí. Os puedo asegurar que durante aproximadamente cuatro años he vuelto a leerlo una y otra vez, y por supuesto, lo tengo subido a mi canal de YouTube, porque pienso que es un cuento que se debe contar siempre y que no se puede perder. Lo leía, lo leía y lo leía… y sabía que algo me decía, pero no sabía bien el qué. Me daba miedo analizarlo, pero un día me atreví y entendí toda la fuerza que tenía el cuento.
“La mujer Pez” trata sobre una chica, una adolescente criada como hija única, tan consentida que los padres han perdido el control sobre ella; y ella ni trabaja ni hace nada. Los padres le piden que al menos se compre una rueca y aprenda a hilar, o dicho de otro modo, que se busque un novio y aprenda las labores del hogar. La chica se compra la rueca, pero no aprende a hilar, sino que se entretiene con todo lo que encuentra por ahí. Un día, con la ayuda de la rueca atrapa un pez y en ese momento empieza su transformación y su crecimiento personal. La chica tiene que encontrarse consigo misma, con su lado femenino y su lado masculino, pues de entrada no ha tenido ni una madre ni un padre que hayan sabido ponerle límites y aconsejarla y, por ello, no los tiene integrados dentro de sí. Está perdida. Y para encontrarse tendrá que aprender a comprometerse, primero ayudando a la reina y las doncellas a recuperar su poder, asumiendo el reto de recuperar la corona que les robó el gigante. Lograrlo será un reflejo de su propio empoderamiento femenino, que finalmente la conducirá a comprometerse con el príncipe. Hasta culminar su desarrollo, la protagonista pasa por toda una serie de transformaciones, expresadas simbólicamente a través de diferentes animales. Y no es hasta que hace las paces con su lado femenino, recuperando su forma de “mujer, mujer”, que puede ver al príncipe y encontrarse con su masculino interno.
En un momento en el que me encontraba muy baja de ánimos como mujer, e incluso enfadada por ser mujer y por todos los abusos que seguimos sufriendo por el simple hecho de haber nacido con un cuerpo femenino, llegó a mí este cuento. Y ya sé que los cuentos pueden decir algo distinto a cada uno, pero para mí la mujer pez habla de eso, del empoderamiento femenino. Y del paso de la adolescencia a la adultez, del despertar del deseo sexual y de la fertilidad. Y de todas las pruebas que tenemos que vencer para empoderarnos: de saber decir “no”, de poner límites o alejarnos de los sitios donde no queremos o no estamos aún preparadas para estar; de ser valientes y enfrentarnos a nuestros enemigos, recuperando así nuestra corona, nuestro poder. Somos reinas de nuestra propia vida y, ante todo, debemos tener un compromiso con nosotras mismas. El compromiso de ser fieles a nosotras mismas, de defender nuestro sitio, nuestro lugar en el mundo. Un lugar que podemos compartir de igual a igual, siempre que no nos dejemos avasallar. Solo así podremos tener relaciones sanas y ser más veces felices y comer perdices, ya sea con un príncipe que pretende cazarnos (o conquistarnos), con un proyecto personal, o con la vida misma en cualquiera de sus aspectos.
Gracias a la Cuentoterapia, la terapia Gestalt y los cuentos, —en especial a “La mujer pez“, que tanto he tenido presente en los últimos años— aprendí a comprometerme conmigo misma, con mis deseos y mis proyectos personales. Fue así como nació Al trasluz de los Cuentos, un espacio para crear semillas de conciencia a través de los cuentos, para dar luz a nuestros conflictos, para crecer y desarrollarnos abrazando a nuestra niña o niño interior.
Me cuesta expresar con palabras lo agradecida que estoy a Lorenzo Hernández, creador de la Cuentoterapia, por la formación que he recibido, por su persona, por el ser tan especial que es, por expresarnos su amor por los cuentos y por todo lo que nos enseña a través de ellos, ya sea directamente o a través de su equipo de docentes, que también son maravillosos y maravillosas, como los cuentos: Juan Antonio, Mariano, Mariam, Miriam, Francisco, las dos Cármenes, Anabel, y Jorge… con quien he tenido el placer de compartir talleres y encuentros cuenteros.
Como narradora oral, la Cuentoterapia no solo me dotó de muchos títulos y temáticas a tratar con los cuentos, sino que también me ha dado mucho conocimiento sobre la herramienta que uso en mi trabajo: origen, catálogo, simbología…; me ha dado otra visión y otra forma de utilizarlos, pero, sobre todo, si tengo que destacar algo de esta formación fue que siempre me transmitió aquello que mueve el mundo: el amor. El amor a los cuentos y, en definitiva, el amor a la humanidad.
Feliz cuento…. ¡Feliz vida!