Los rizos de mi nieta
Magdalena Quintana Inglott.
Seguidora de la Cuentoterapia y aficionada a la narración oral.
Iris tiene cinco años y ya ha podido escuchar mas de un centenar de cuentos. Algunos de ellos los relata con sus propias palabras y sus maravillosos gestos emocionados. Me conmueve cuando me pregunta: abuela, ¿te cuento un cuento? A mí no me contaron cuentos de niña y me temo que a mis padres tampoco le contaron cuentos mis abuelos. Yo sí le conté cuentos a mi hija cuando era pequeña, muchos me los inventaba y a ella le gustaban igualmente. Mi hija también le cuenta muchos a Iris. Empecé a escucharlos con cuarenta y dos años, cuando alrededor del 2003 nuestro querido maestro Lorenzo, empezó a compartir este tesoro con nosotros en los talleres que realizaba entonces en Gran Canaria, antes del nacimiento de la Cuentoterapia. Recuerdo que los primeros cuentos no podía escucharlos, me quedaba ausente, no era capaz de mantener la atención. Tardé un tiempo en abrir mi oreja verde. La tenía escondida, pero apareció al fin y poco a poco los cuentos fueron entrando en mi conciencia.
Los cuentos sanan las heridas, los cuentos curan el alma. Me han dado el pábulo necesario para seguir andando más segura y liviana. En cada taller de Cuentoterapia se nos propone afrontar un aspecto crucial de nuestra existencia, una experiencia vital importante; y así, cada uno de ellos abre nuevas puertas que nos trasportan a un mundo lleno de posibilidades y de esperanza. Sólo con escuchar los cuentos consigues situar exactamente las emociones difíciles, las que no quieres o no puedes identificar. Este ejercicio tan sanador y clarificador es fácil de hacer. Sólo necesitas escuchar, sin esfuerzo ni sufrimiento alguno. Entonces, sin desgarrarte y con mucha sutileza, algo se ordena dentro, y sentirlo es tan grato como regenerador. Realizando los talleres se comprende el valor que pueden tener los cuentos para resolver las problemáticas de cualquier colectivo, sin importar la edad o la formación de sus miembros: presos, niños con dificultades de atención, personas que sufren adicciones, el colectivo docente, padres y madres... El poder sanador es sin duda extraordinario.
Desde muy joven empecé con la terapia y esta posibilidad de conocerme y encontrar apoyo y complicidad en y con los otros, me sostuvo. Eran tiempos combativos. La rebeldía y la efervescencia de la juventud nos movían. Las terapias con Alfonso Castro nos daban bien fuerte. Recuerdo llegar a traspasar los límites. No dormir, saltarnos alguna que otra comida... Alfonso nos hacía experimentar la frustración de un modo particular. Y aprendíamos, vaya que si lo hacíamos. Recuerdo terminar exhausta, tocada y hundida. También evoco los trabajos chamánicos, tan poderosos y únicos que hicimos con María García y Elena Ávila. He tenido el privilegio de trabajar con grandes maestros. Algunos ya se han ido. Hoy puedo decir que todas sus enseñanzas han marcado mi camino y que los cuentos las han completado.
Cuando los cuentos aparecieron en mi vida y pude recibirlos empecé a colocar, comprender, ordenar, transformar tantas emociones... Esta es una experiencia mágica y sanadora que toca también el alma. Puedo recordar cuánto me emocioné al sentir el matrimonio sagrado. Fue en la culminación del taller “La búsqueda del alma”, cuando terminábamos de leer “La reina de las nieves”. Después de una intensa búsqueda Kay y Gerda, los dos protagonistas, se reencontraban para unir sus vidas y esa unión me emocionó mucho. Puedo evocar el encuentro con mis monstruos internos, que tanto miedo me han provocado. Finalmente he podido conocerlos y admitirlos, y de este modo empezar a dejar de temerlos. Ahora mi niña interna ya recorre el bosque con curiosidad y valentía. En el taller llamado “Celos, envidia y rivalidad fraterna” descubrí con mucha sorpresa mi propia soberbia.
Realicé el taller dedicado al duelo justo cuando estaba asumiendo el fallecimiento de mi madre. Este fue uno de los trabajos más completos que he podido realizar. En aquella ocasión lo impartía Carmen Clemente, una persona especialmente cuidadosa, serena y muy creativa. Para mí, este trabajo sobre la experiencia de la muerte resultó ser uno los más luminosos que he hecho. Pude abrir y cerrar el taller completamente, despedirme de mis muertos de una manera digna, honesta. La experiencia fue tan grata e integradora que la recomiendo a todas aquellas personas que estén viviendo esta circunstancia. El trabajo que hice con Francisco Jorquera, cuando impartió el taller “Egoísmo y cooperación” también fue muy revelador. Sentí lo que verdaderamente significa que todos somos uno, y comprendí que sin llegar a esta conclusión no podemos seguir avanzando.
También fue maravilloso descubrir el poder del instinto, que nos guía sin dudas ni incertidumbre. Cada cuento deja semillas y señales que quedan para siempre... El mundo simbólico, antes desconocido, comienza a estar presente en tu cotidianidad. Los cuentos empiezan a formar parte de tu vida, cuando antes no parecía que pudieran llegar a tener tanta importancia. Y es que los cuentos explican la historia de la existencia misma, porque los arquetipos son universales, comunes a todos, y traen a la luz el inconsciente colectivo. Agradezco esta enseñanza y la seguiré adquiriendo porque es un gran tesoro que nos hace poderosos y libres. La propia vida te marca un camino y de tu mirada depende que puedas fluir al recorrerlo. Mi camino a veces se complica y en algunos tramos se ha vuelto difícil. Sin embargo, sigo adelante, porque siento que soy la princesa que con su bello caballo avanza sin descanso para encontrar su preciado tesoro. Detrás de los rizos oscuros encuentro los ojos de Iris. Me cuenta qué ocurre cuando la niña entra en casa de los tres ositos y prueba su comida. Se levanta, camina y hace ademanes como si ella misma fuera Ricitos de Oro. Es realmente hermoso.
Las dos imágenes que ilustran este artículo fueron realizadas por el fotógrafo Raúl Darias Domínguez