Mi mamá me mima

Carmen Clemente Abenza

Terapeuta Gestalt, narradora oral y docente de AICUENT.

Sofía, la protagonista del álbum ilustrado Pájaros en la cabeza, pregunta a su maestra: “Si mi mamá no me mima, ¿tengo que seguir escribiéndolo?”. Queridos lectores, si al igual que Sofía, alguna vez se han cuestionado el amor de su mamá, e incluso si no se lo hubiesen cuestionado nunca, les invito a dar un paseo por los libros de mi biblioteca personal, para acercarnos a lo que nos dicen los cuentos sobre la figura de la madre, situándonos desde la posición de hijo o hija. Quizá puedan reconocer en alguno de ellos su modelo de mamá y adoptar uno para sus bibliotecas. O quién sabe si leer este artículo pueda servirles para ayudar a sanar su relación con ella, para acercarse más a la madre real, para hacerle un regalo el Día de la madre; o para recordarla, si ya no está. O simplemente para pasar un buen rato y disfrutar de este recorrido, o para lo que gusten.

Voy a enumerar y comentar tres tipos diferentes de cuentos, usando la clasificación hecha por Lorenzo Hernández Pallarés, creador de la Cuentoterapia: emosémicos (en general, cuentos ilustrados, cuentos que mueven emociones), polisémicos (cuentos maravillosos o de hadas recogidos de la tradición oral y que tienen muchos niveles de interpretación) y monosémicos (cuentos de enseñanza y sabiduría milenaria).

Para contextualizar qué representa o evoca la palabra- o imagen- “madre” o “mamá”, me remito a una de las entradas del Diccionario de símbolos de Chevalier: “La madre es la seguridad del abrigo, del calor, de la ternura y el alimento: es también, por el contrario, el riesgo de opresión debido a la estrechez del medio y al ahogo por una prolongación excesiva de la función de nodriza y de guía: la “genetrix” devorando al futuro “genitor”, la generosidad tornándose acaparadora y castradora”. Y también les cito lo que escribió Jung en su libro Los arquetipos y lo inconsciente colectivo acerca del arquetipo de la madre. Es “Lo «maternal»: por antonomasia, la mágica autoridad de lo femenino; la sabiduría y la altura espiritual más allá del intelecto; lo bondadoso, protector, sustentador, lo que da crecimiento, fertilidad y alimento; el lugar de la transformación mágica, del renacer; el instinto o impulso que ayuda; lo secreto, escondido, lo tenebroso, el abismo, el mundo de los muertos, lo que devora, seduce y envenena, lo angustioso e inevitable”.

La madre, como arquetipo, como símbolo y como persona real oscila, como vemos, entre polaridades, desde lo positivo a lo negativo, desde lo nutritivo hasta lo devorador, al más puro estilo de la diosa Kali. En esta ocasión, no voy a entrar en las profundidades de las diosas madres y lo que representan, ni a analizar simbólicamente los cuentos de tradición oral que mencionaré, sino, como decía al principio, voy a enumerar algunos de los libros de mi biblioteca y ver cómo es tratada la figura de la madre desde las polaridades ya planteadas. Por decirlo de otra forma, a través de los cuentos voy a contestar a la pregunta: “¿Cómo es mi mamá?”.

Los cuentos, sobre todo los de tradición oral, nos acompañan en nuestro desarrollo evolutivo como seres humanos. Primero nuestra mamá nos mima y nos cuida, luego, poco a poco, vamos haciéndonos más autónomos y más tarde nuestra propia evolución nos lleva a separarnos de nuestras madres y buscar nuestra pareja, nuestro camino, o a ser dueños y dueñas de nuestra propia vida. Y es que nada más llegar a este mundo, casi lo primero que nos cantan o cuentan es….

Cinco lobitos tuvo la loba,

blancos y negros

detrás de la escoba.

Cinco parió, cinco crió,

y a los cinco lobitos

tetita les dio.

Una canción-cuento que todos, en nuestra cultura, hemos escuchado y recordamos. Habla de mamá, esa mamá nutricia y justa, con cariño para todos, que nos protege, que nos alimenta, que nos cuida y nos ayuda a crecer. Estrella Ortiz y sus dos compañeras también nos evocan el universo materno con sus palabras cálidas, con sus nanas, en El libro de los arrullos, una obra que dedican precisamente “a nuestras madres” y donde la herencia de palabras se recibe con los oídos, la piel y el corazón. Por otro lado, Roser Ros y Cristina Picazo, en su libro A la nana nanita, contado desde la perspectiva de la madre, nos muestran implícitamente cómo los hijos somos los que hacemos madres a una mujer y cómo los cuentos o cantos acompañan esta aventura de descubrimiento mutuo. En esta recopilación, los papás también acompañan en el maternaje.

Cuentos emosémicos

Durante un tiempo de nuestra vida, vivimos absolutamente dependientes de mamá (entiéndase aquí por “mamá” a la persona que desempeñe la función de madre), ya que nacemos mucho más inmaduros que las crías de otros animales y necesitamos, sí o sí, a nuestra mamá para sobrevivir. Pero en cuanto aprendemos a comunicarnos, uno de los primeros álbumes ilustrados que se cuentan a los niños es El pollo Pepe, el bestseller de las guarderías infantiles. Habla, a través de las imágenes, de la comida, de crecer, de lo grande que es mamá… En álbumes ilustrados como El paseo de un distraído, Siempre te querré, pequeñín y Mi amor se explora con gran ternura la figura de esa madre nutricia que nos proporciona amor incondicional y total, y que nos ama seamos como seamos y hagamos lo que hagamos. Las ilustraciones de estos cuentos evocan esa unión cálida, amorosa y casi simbiótica con el hijo. Aunque nosotros crecemos, estas mamás parece que están siempre presentes y dispuestas a ayudarnos. Esa clase de madres que nunca se cansan de ahuyentar nuestras pesadillas y miedos cuando nos cuesta dormir, aparecen en álbumes como Un lobo así de grande y De verdad que no podía.

Mi mamá, de Anthony Browne.jpg

Y también tenemos Inés del revés, que presenta a una mamá muy divertida, con paciencia ilimitada, que no se cansa de estar con nosotros y de jugar. En Los vestidos de mamá y Mi mamá son los niños quienes nos cuentan cómo es ella y todas las cualidades positivas que tiene. Y es que ella es ¡¡total!! Ella es perfecta. Cómo las queremos y cómo nos quieren. Qué felicidad se desprende de las enternecedoras ilustraciones de estos álbumes. En Mamá al galope, unos hijos nos muestran cómo su mamá pretende ser infatigable y cómo ellos se dan cuenta de que realmente no lo es.

Entre los cuentos de tradición oral, que podemos reservar para cuando empezamos a comprender mejor las palabras (porque las emociones siempre las hemos captado claramente), hay uno que puede convencernos de que tenemos que irnos a dormir. Es un relato que recoge Roser Ros en su libro Cuentos de siempre para niñas y niños de hoy, que se titula “El ratón que no quería dormir”. La propia Roser comenta: “este cuento acumulativo protagonizado por animales me parece un buen recurso para acompañar la, a veces, trabajosa tarea de poner a dormir a un pequeño que se hace el remolón, con la inestimable ayuda de siete mamás animales dispuestas a prestarse ayuda mutua para conseguirlo […]. También quizás sea posible burlarse de esta Mamá Rata que, con tanto querer dar gusto a su pequeñín, se arriesga a convertirlo en un pequeño gran tirano”. El caso es que Mamá Rata se cansa y pide ayuda a Mamá Gata, que no duda en anunciar un arañazo al pequeño roedor, si no se duerme. El ratoncito capta rápidamente la situación y se queda dormido en un abrir y cerrar de ojos. En fin, que las mamás son humanas (y los hijos se dan cuenta). Incluso a veces, las mamás no se portan muy bien y por las razones que sean acaban gritándonos. Menos mal que nos piden perdón sinceramente y esto resulta ser un bálsamo que recompone nuestro amor por ellas, como sucede en Madrechillona.

En situaciones así se nos puede ocurrir querer cambiar a nuestra mamá por otra, aunque al final siempre querremos volver con la nuestra, que es la que adoramos, como vemos en Mamás a porrillo. Otras veces sencillamente aceptamos a nuestra mamá con sus luces y sus sombras, como en Los doce abrigos de mamá. O al menos nos tomamos con humor todos sus defectos como en Mamá fue pequeña antes de ser mayor. O bien, el día que no nos han contado un cuento podemos reclamarlo y al final conseguir, como en Te quiero un montón, que nos digan de muchas formas diferentes y amorosas que nos quieren. A veces no comprendemos todo lo que nos dicen, como en Mi mamá es una mandona, pero no importa porque mi mamá, haga lo que haga, es la mejor mamá del mundo. Incluso aunque mi mamá piense que es una calamidad de madre, nosotros seguiremos pensando que es la única mamá que amamos. Así nos lo cuentan en La gallina cocorina.

Finn Herman, de Mats L. y Hanne B..jpg

Hasta ahora, hemos nombrado álbumes y cuentos donde no nos hemos separado aún de mamá. Pero cuando comenzamos a andar, a movernos, a mostrar independencia, a querer tenerlo todo, son necesarios los límites. Hay algunas mamás que no nos dan todo lo que queremos y se atreven a decirnos que no y a ponernos límites, límites sanos, de los que nos enseñan a gestionar nuestra frustración, como en Donde viven los monstruos. Pero no dejamos de quererlas por eso, y su sopa caliente nos recuerda que nos aman. Porque, ¿Qué pasaría si mamá no me pusiera límites, si me diera todo lo que yo quisiera? Pues que muy probablemente nos convertiríamos en monstruos y no sería posible la convivencia en nuestra familia, ni en la sociedad humana. Con mucho humor y a la vez con mucha claridad el álbum ilustrado Finn Herman explora el camino que nos lleva a convertirnos en un monstruo y que tiene su origen en una mamá plenamente permisiva.

Los límites nos protegen y como decía, nos educan para la convivencia, pero si nos protegieran toda la vida, si mamá fuese demasiado protectora ¿qué ocurriría? Pues que no sabríamos valernos por nosotros mismos. Siempre necesitaríamos a alguien que hiciera las cosas por nosotros. Afortunadamente, la mamá del pequeño Toño, el protagonista del álbum Entre algodones, se da cuenta de ello y permite que su hijo salga solo a caminar por el mundo. En cambio la sobreprotectora mamá de la Caperucita de Para cuidarte mejor aún se resiste a soltar, pero lo bueno es que el drama nos lo cuentan desde una perspectiva humorística que resulta muy sanadora. Y desde luego, a la mamá de Miedos de madre, lo que le pasa es que le da mucho, mucho miedo soltar, e igual necesita más tiempo para asimilar que sus hijos crecen y que pronto no la necesitarán.

Hay madres que van soltando poquito a poco, al ritmo que vamos necesitando, madres que nos permiten crecer y explorar, como la que aparece en La Torre de Zoe. El álbum es muy simple, apenas sí tiene texto, y yo me quedo con la ilustración inicial y la final. Una niña sola que sale de casa a explorar y que después regresa. Cuando lo hace, mamá está esperando. Otro álbum muy parecido es La ola, que sin ningún texto, de un modo entrañable, nos evoca a esa mamá cercana que nos cuida y a la vez nos proporciona el espacio necesario para que vivamos el asombroso proceso de descubrir el mundo.

Cuentos protosimbólicos

Mamás que nos permiten explorar, las tenemos en esos cuentos de tradición oral que Lorenzo Hernández llama “protosimbólicos”, y que son la antesala de los polisémicos o maravillosos. Hablamos de “Caperucita”, “Garbancito”, “Las siete cabritillas y el lobo”, cuentos donde los hijos e hijas vamos tanteando qué es eso de no estar bajo la vigilancia o protección de mamá, porque mamá se marcha o porque salimos al mundo solos durante un tiempo limitado. En estos cuentos los hijos vuelven a casa, bien con ayuda de mamá o bien con ayuda externa. El cuento “Los tres cerditos” nos muestra cómo dar un paso más allá, porque mamá “invita” a sus tres hijitos a irse de casa e independizarse. De esta forma se investiga cómo es ese proceso que nos lleva a sentirnos capaces de desenvolvernos en la vida y defendernos de los peligros del mundo.

Mama quiere volar, de Natalia Kapatsoulia.jpg

Alguna mamá podría objetar que es su hijo o hija quien no quiere separarse de ella. Bueno, pues para esas madres y esos hijos e hijas, viene bien el álbum ilustrado de Tony Ross ¡Quiero a mi mamá!, donde finalmente concluimos, llevados por un sentido del humor muy amoroso, que es a mamá a quien le cuesta separarse. Y sí, también es cierto que los hijos no quieren soltar a mamá y ven con un poquito de miedo o tristeza que su mamá tiene otros intereses ajenos al maternaje, pero bueno, a pesar de ello mamá también reseva un trocito de su corazón para nosotros. Un álbum que habla de ello es Mamá quiere volar. También recomiendo Vida secreta de las mamás, donde se exponen las fantasías que nos ocupan la cabeza, cuando imaginamos las actividades que realiza mamá mientras estamos en el “cole”.

Volviendo al primer caso, hay mamás humanas que viven a través de sus hijos e hijas, a quienes ven como extensiones de su persona, y a quienes necesitan para cubrir sus expectativas vitales. Esto nos lo plantean los autores de Hadabruja. Afortunadamente, en este caso mamá se da cuenta y permite a su hija escoger su forma de ser y vivir.

Cuentos polisémicos

A partir de aquí, salvo raras excepciones (como el comentado Finn Herman u otro que comentaré más adelante, La ciudad), comienzan a escasear los álbumes ilustrados que presenten figuras de madre que no sean ideales, o no tan buenas, pero sí perdonables. Veo normal que entre los cuentos denominados emosémicos, entre todas esas obras de autor, sea difícil encontrar madres así porque, ¿Quién compraría esos cuentos? Desde luego, no una mamá.

Esos aspectos negativos de las madres son tratados de una forma extraordinaria por los cuentos de tradición oral, los llamados maravillosos, como ahora veremos, que entran en la parte más oscura de la polaridad nutricia-devoradora. Son cuentos donde mamá deja de ser buena, porque no permite que sus hijas crezcan (o las encierra en una torre o intenta envenenarlas) y aún así cada hija logra encontrar su camino hacia su propia vida, tomando las decisiones que tiene que tomar. Encontramos a estas madres devoradoras en cuentos como “Blancanieves” (la versión de los hermanos Grimm, no la de Disney), “La madre envidiosa” (que es la versión española de “Blancanieves”, recogida por Antonio R. Almodóvar), o “Lucerito y la bruja Coruja” (versión española de Rapónchigo o Rapunzel incluida por Ana Cristina Herrreros en Libro de brujas españolas).

Sucede lo mismo cuando la relación conflictiva se produce entre una madre posesiva y sus hijos varones. En la tradición inglesa tenemos “Juan y las judías mágicas”, y del área germánica (me refiero a los recogidos por los hermanos Grimm) podemos destacar “Juan de hierro” y “La bola de cristal”. Entre los cuentos españoles recogidos por Antonio R. Almodóvar tenemos “El bello durmiente” y “El caballo verde”. El denominador común es cómo librarse del hechizo de mamá o cómo desprenderse de la influencia que sus expectativas y deseos ejercen sobre los protagonistas, para que estos lleguen a ser hombres completos, afirmen su masculinidad y puedan decidir qué vida vivir. En “El caballo verde” una mujer tiene deseos de tener un hijo y como no lo consigue, se lo pide al demonio. El demonio le concede el deseo a condición de que cuando el hijo tenga veinte años, él venga a llevárselo. La madre acepta porque quiere ser mamá a cualquier precio, sin importarle realmente el destino del hijo. En “Juan y las judías mágicas”, la madre piensa que el hijo es un enclenque, desprecia su masculinidad, y no le cree capaz de conseguir trabajo y de valerse por sí mismo. Lo más lindo que le dice es: “¡Estúpido! ¡Bobalicón! ¡Insensato!”.

En “El bello durmiente” dice el cuento que “La diosa Luna se enamoró perdidamente de él y para que nadie se lo disputara, vertió un sueño eterno en sus ojos”. En “Juan de Hierro” la llave que da la libertad al Hombre Primitivo está “bajo la almohada de la madre del niño”. En “La bola de cristal”, el protagonista tiene una madre bruja que piensa que sus hijos quieren robarle su poder, así que, temiendo que ella quiera transformarlo en una animal feroz -un oso o un lobo-, se marcha secretamente de la casa, en busca de su propio camino.

También están los cuentos donde se habla de una madre que muestra un comportamiento ambivalente. Si nuestra madre es como es y no podemos cambiarla, ¿Qué podemos hacer nosotros o nosotras? Por ejemplo, en “Cenicienta” y en “Vasilisa, la bella”, bellísimos cuentos a mi parecer, se nos plantea que una vez que somos adultos, podemos integrar y usar aquellas cualidades de ella que son útiles y nos ayudan a crecer; y rechazar las que no nos sirven y nos perjudican. Me explico. El personaje de Cenicienta, en la versión de los hermanos Grimm, tiene en su madrastra a la madre “negativa”, que intenta aniquilarla; y por otro lado, tiene a su madre “positiva” en forma de árbol y de pájaro. Esta madre nutridora le provee de todo lo necesario para que ella crezca y para que encuentre, como persona, como mujer, su propio camino; y para que encuentre una pareja (o pueda desarrollar su parte masculina), y así logre ser reina de su vida. O como Jung lo diría, para que complete el proceso de individuación.

Vasilisa, ilustración de Iván Bilibin.jpg

Donde más claro se ve este proceso, a nivel simbólico, es en el cuento de Vasilisa (a cuya protagonista vemos sobre estas líneas, imaginada por el artista ruso Iván Bilibin). Esto es así porque ella lleva siempre en su bolsillo una muñequita que le legó su madre y que le aconseja qué debe hacer y qué no. Con ayuda de esta muñequita, Vasilisa consigue carbonizar a su madrastra y tras superar difíciles pruebas, llegar a ser reina. Díganme si esta no es una hermosa forma de incorporar la sabiduría materna a nuestra personalidad y dejar fuera los aspectos dañinos de la madre. Porque, desgraciadamente, también hay mamás que tratan de impedir a sus hijos crecer y vivir su vida. Mamás que no sueltan ni muertas. Son las mamás devoradoras. En estos casos es cuando el hijo es quien debe tomar la decisión de cortar con mamá, aunque sea muy duro. Así de contundente es el álbum ilustrado La ciudad, que relata con sus impactantes ilustraciones en blanco y negro ese camino casi iniciático.

En la tradición oral hay muchos más ejemplos de mamás devoradoras, en su sentido más literal. Uno de ellos lo tenemos en un cuento recogido por Roser Ros, titulado “Las siete hermanas y la ogra”. Es una especie de “Las siete cabritillas y el lobo”, donde en vez de lobo hay una madre feroz. Su hija pequeña pronto se da cuenta de lo que ocurre, aprende a protegerse y ayudada por el padre, consigue también salvar a sus hermanas de ser digeridas por mamá. Este cuento es asombroso, tanto si lo interpretamos a nivel simbólico como a nivel psicoanalítico; impacta escuchar como una mujer-madre puede comportarse de esta forma. Cuando lo narro se crea un silencio especial y no deja a nadie indiferente.

Otra madre devoradora, esta vez con el hijo y la hija, la tenemos en “Hansel y Gretel”. Como sabemos, decide abandonarlos en el bosque y en su aspecto más maléfico, el de bruja, intenta comérselos asados (creo que con patatas, empezando por el niño). En cambio, la madre de “Perequitico y Perequitica” que también tiene hijo e hija, llega a comerse, con gran deleite, a su hijo cocinado a fuego lento. Pero tranquilos, estos dos cuentos terminan bien y en ambas historias son las niñas las que rescatan a sus hermanos. Lo mejor de los cuentos maravillosos es que tienen un final feliz, es decir que los y las protagonistas, actuando correctamente, logran superar las pruebas y los conflictos, y convertirse en dueños de sus vidas. Por eso nos gustan tanto, porque nos aportan soluciones que nos ayudan a encaminar nuestras vidas, por más terrible que sea o haya sido nuestra mamá.

Cuentos monosémicos

He dejado para el final el comentario de algunos cuentos monosémicos, porque tengo varias recopilaciones de estos en las que, para mi sorpresa, no he encontrado apenas cuentos que traten la relación madres-hijos o madres-hijas. Concretamente, sólo he encontrado uno en el libro 100 cuentos para alcanzar la sabiduría, titulado “Una carta muy especial”, y que presenta un ejemplo de madre sabia que ofrece a sus hijas enseñanzas sobre hermandad, cooperación y amor, logrando con ello que, tras una larga enemistad, pueda darse una hermosa reconciliación.

La ciudad, de Armin Greder.jpg

Una posible explicación para entender la ausencia de este tema en los cuentos monosémicos, sería que en este tipo de narraciones se habla de las dificultades y conflictos que nos encontramos, una vez que somos adultos, en nuestra relación con los otros y con el mundo; y no tanto de mi relación con mamá. Es decir, si no tratan las relaciones madre-hijos o madres-hijas, es porque éstas forman parte de la esfera familiar, de una etapa anterior a nuestra salida al mundo. Aunque esta conclusión, por supuesto, está sesgada por las limitaciones de mi biblioteca personal y de mis conocimientos.

En fin, terminando ya con este artículo añado que, si aún no han encontrado la madre que buscaban, hay numerosísimos cuentos maravillosos donde aparece esta figura. Podrían empezar por continuar buscando en la bibliografía que acompaña a este texto. En cuanto a los álbumes ilustrados, hemos hecho un recorrido desde El pollo Pepe a La ciudad, que representan los extremos de la polaridad nutritiva-devoradora. Por supuesto, hay muchos, muchísimos más cuentos ilustrados protagonizados por mamás, pero hoy, en mi biblioteca no hay más. Con todo, por si tampoco han encontrado en mi lista el álbum donde reconozcan a su madre, les proporcionaré un título más. Y lo hago desde el humor, porque en este se ofrecen un montón de modelos de madre, a modo de catálogo, para que cada cual escoja una. Su titulo es Madre sólo hay una y aquí están todas.

A modo de conclusión, les dejo un inspirador poema de Khalil Gibran, dedicado a las mamás y los papás:


Tus hijos no son tus hijos,
son hijos e hijas de la vida
deseosa de sí misma.

No vienen de ti, sino a través de ti,
y aunque estén contigo,
no te pertenecen.

Puedes darles tu amor,
pero no tus pensamientos, pues,
ellos tienen sus propios pensamientos.

Puedes abrigar sus cuerpos,
pero no sus almas, porque ellas
viven en la casa de mañana,
que no puedes visitar,
ni siquiera en sueños.

Puedes esforzarte en ser como ellos,
pero no procures hacerlos
semejantes a ti
porque la vida no retrocede
ni se detiene en el ayer.

Tú eres el arco del cual tus hijos,
como flechas vivas son lanzados.

Deja que la inclinación,
en tu mano de arquero
sea para la felicidad
Pues aunque Él ama
la flecha que vuela,
Ama de igual modo al arco estable.


BIBLIOGRAFÍA:

Álbumes ilustrados:

De verdad que no podía. Gabriela Keselman. Kókinos.

Donde viven los monstruos. Maurice Sendak. Alfaguara.

El pollo Pepe. Nick Denchfield. SM.

El paseo de un distraído. Gianni Rodari. SM.

Entre algodones. Jeanne Willis. MacMillan.

Finn Herman. Mats Letén. Libros del zorro rojo.

Hadabruja. Brigitte Minne. Bárbara Fiore.

Inés del revés. Anita Jeram. Kókinos.

La ciudad. Armin Greder. Océano.

La gallina cocorina. Mar Pavón. Cuento de Luz.

La ola. Suzy Lee. Bárbara Fiore

La torre de Zoe. Paul y Emma Rogers. Kókinos.

Los doce abrigos de mamá. Marie Sellier. Violetainfantil.

Los vestidos de Mamá. Mónica Carretero. Cuento de Luz.

Madrechillona. Jutta Bauer. Lóguez.

Madre sólo hay una y aquí están todas. Raquel Diaz Reguera. Beascoa.

Mamá al galope. Jimena Tello. Flamboyant.

Mamá fue pequeña antes de ser mayor. Valérie Larrondo. Kókinos.

Mamá quiere volar. Natalia Kapatsoulia. Apila.

Mamás a porrillo. Teresa Durán. La Galera.

Mi amor. Astrid Desbordes. Kókinos.

Mi mamá. Anthony Browne. FCE

Mi mamá es una mandona. Susana Rico. Idampa.

Miedos de madre. Beatrice Masini. Laberinto.

Para cuidarte mejor. Ximena García. Uranito.

¡Quiero a mi mamá! Tony Ross. SM.

Siempre te querré, pequeñín. Debi Gliori. Timunmas.

Te quiero un montón. Juan Carlos Chandro. Bruño.

Un lobo así de grande. Natalie Louis-Lucas. Océano.

Vida secreta de las mamás. Beatrice Masini. Laberinto

Recopilaciones:

  • A la nana nanita. Roser ros. Timun Mas.

  • Cuentos al amor de la lumbre. A. R. Almodóvar. Anaya. (Cuentos: “El caballo verde”, “La madre envidiosa”)

  • Cuentos completos. Jacob y Wilhelm Grimm. Anaya. (Cuentos “Blancanieves”, “Cenicienta”, “Juan de hierro”, “La bola de cristal” y “Hansel y Gretel”)

  • Cuentos de la media lunita. Antonio Rodríguez Almodóvar. Algaida. (Cuento: “El bello durmiente”)

  • Cuentos de siempre para niños y niñas de hoy. Roser Ros. Octaedro. (Cuento: “Las siete hermanas y la ogra” y “El ratón que no quería dormir”)

  • Cuentos populares rusos. A.N. Afanásiev. Anaya. (Cuento “Vasilisa la Bella”)

  • El libro de los arrullos. Estrella Ortiz. Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha.

  • El libro ilustrado de los cuentos de hadas. Neil Philip. Omega. (Cuento: “Juan y las judías mágicas”)

  • La resurrección mágica y otros temas de los cuentos populares en el campo de Cartagena. José Ortega. Universidad de Murcia. (Cuento: “Perequitico y Perequitica”)

  • Libro de brujas españolas. Ana Cristina Herreros. Siruela. (Cuento: “Lucerito y la bruja Coruja”)

  • 100 cuentos para alcanzar la sabiduría. Margaret Silf. Mensajero. (Cuento: “Una carta muy especial”)

Diccionarios:

Diccionario de símbolos. Jean Chevalier y Alain Gheerbrant. Herder.



Artículo aparecido por primera vez en el número 4 de la revista de Cuentoterapia, publicada en diciembre de 2018. Y actualizado por su autora en agosto de 2021.

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