Setenta: siete letras, siete décadas

Carmen Femenia

Arteterapeuta Gestalt, maestra, artista multidisciplinar, cuentoterapeuta y profesora de técnicas artesanales, con cuatro décadas de experiencia.

El siete, desde que tengo recuerdo, siempre fue mi número favorito.

El número siete es llamado el número mágico, la suma del sagrado 3 y el terrenal 4, y establece un puente entre el cielo y la tierra. Vemos cómo el siete se repite en tantos ámbitos de lo divino y lo humano. Los pecados capitales, los días de la semana, los siete chakras, los siete sabios de Grecia, las siete maravillas del mundo antiguo y moderno, siete vidas tiene un gato, y si rompes un espejo tendrás siete años de mala suerte, siete notas musicales, Blancanieves y los siete enanitos, el agente 007... Ficción y realidad, la verdad es que el número siete está presente en muchos aspectos culturales de todo el mundo.

Bueno, y dicho esto, de pronto me cayó el gran siete encima: los setenta. Confieso que llevaba todo el año preparándome para ello -la cosa ya no iba de broma- no había vuelta atrás pero hasta entonces yo lo ignoré. Ni madurita, ni nada, como dice un buen amigo mío, estrenando también su setentena: “Carmen, estamos en la infancia de la vejez”. Y de pronto encontrarte con la hoja en blanco, tema libre, que es como encontrarte con el lienzo en blanco, que de eso como pintora algo sé.

Este escrito ha pasado por muchas etapas, un profundo período de cambio y algunas vicisitudes de salud, y lo he rehecho en función de eso varias veces. Pero hay que acabarlo, y como tengo que concretar (cosa para mí difícil) lo centraré en cuatro puntos. El primero, mi relación a lo largo del tiempo con los cuentos y después, mi contacto con la Cuentoterapia, En tercer lugar, un ejemplo del trabajo en terapia con una niña de 11 años en los que la Cuentoterapia, además de otras herramientas, me fue súper útil. Y, por último, escogí un cuento que me marcó, entre otros, después de estar ya adentrándome en la Cuentoterapia. Hay miles de cuentos, pero elegir uno fue fácil y ya os explicaré porqué.

Tuve la inmensa suerte y el privilegio de ser niña oyente de cuentos. La tele no entró en casa hasta mis nueve años y eso que fue la primera se compró en el edificio donde vivía con mis padres y mi hermano menor. Así es que hasta que la caja tonta llegó y mi madre nos enchufaba el programa infantil de la tarde (que en general no me gustaba), la rutina fue sentarnos en la mesa del comedor ante sendos bocadillos y poner la radio.

Era el único rato (ése y cuando jugaba con su fuerte de indios y vaqueros, muy en boga entonces) en el que mi hermano se estaba quieto, cosa que no hacía en ningún momento. Sentado a la mesa, escuchaba fascinado los cuentos de la radio. Es un recuerdo vívido, a pesar del tiempo. Cuentos como “El enano saltarín”, “Las zanahorias estofadas”, “La ratita presumida”, “Hansel y Gretel”... me llevaban con la imaginación y la espléndida voz de aquellos locutores a sitios lejanos y mágicos.

Siempre he dicho que el desarrollo de mi imaginación y la creatividad, que siempre me ha servido tanto, tiene allí su origen. Y además estaban papá y mamá. Mamá nos leía un cuento por la noche, y papá otros días se lo inventaba sobre la marcha. Cuentos de desarrollo muy surrealista que nos hacían reir a carcajadas y que yo inventé para mi hija veinte años después.

Recuerdo que más tarde llegaron los libros de la colección “Historias”, libros que nos traían sobre todo los Reyes (en casa, cuando los Magos de Oriente desaparecieron, se personalizaron en el rey Julio y la reina Carmen; siempre celebramos los Reyes). En los cuentos de esta colección una parte del texto estaba resumida en forma de comic. El Día de Reyes yo me lanzaba como posesa a leer el comic mientras papá iba a buscar churros y porras, y mamá preparaba el chocolate del desayuno. Un recuerdo muy feliz.

Y luego, a lo largo de los años, los cuentos de diferentes tradiciones fueron apareciendo. Recuerdo el primer libro, Cuentos sufís, con el que se me hizo un click (clicks que casi siempre escucho) y una voz interna que me decía: “al loro que los cuentos son importantes”. Y así, cuando ya estaba metida de lleno en el precioso camino de la arteterapia, hice varios talleres en que los cuentos eran protagonistas e hilo conductor.

APARICIÓN DE LA CUENTOTERAPIA

Hace poco más de una década estaba en un momento profesional de impasse (más interno que externo). Visto desde afuera las cosas me iban muy bien: trabajaba con éxito como terapeuta, montaba grupos de arteterapia, pintaba, hacía artesanía... trabajos bonitos que además me permitían vivir bien. Y en lo personal acababa de estrenarme como abuela (“Nona” me llamaban mis nietos) y me sentía genial. Era una sensación nueva y preciosa pero internamente, en lo profesional, sentía que lo que hacía estaba gastado, necesitaba aires nuevos.

Siempre ha sido así: me he permitido a lo largo de la vida escucharme (no siempre, claro) y cuando siento que algo ya no funciona (sea trabajo, casas, poblaciones, relaciones...) entro en un proceso que se pone en marcha; y cuando las decisiones están tomadas la rueda empieza a girar y a otra cosa mariposa. No digo que ese sea el camino, es el mío, y aunque con el tiempo voy aprendiendo (me sigo tirando a la piscina, pero ahora veo si tiene agua... antes, a veces me tiraba sin comprobar si estaba vacía o llena, con riego a romperme la crisma, y la verdad, ya no es plan).

Así es que en esas estábamos, una de cal y otra de arena; siempre en mi vida fue así. Y de pronto por redes fui recuperando contacto con amigos y colegas queridos, algunos viviendo allende los mares. Personas bonitas, contactos de almas a las que había perdido la pista dos o tres décadas antes, muchas de ellas encontradas en épocas de formación, en el maravilloso programa SAT. Y una de estas personas fue Lorenzo. Nos encontramos por Face. Mucha alegría: “¡Acabo de ser abuela!”, “Yo estoy con un tema que me entusiasma: la Cuentoterapia”, en unos días vengo a dar un taller de iniciación a Barcelona, ¿porqué no te vienes y nos vemos?

Acepté porque tenía muchas ganas de verle, pero me juré y rejuré y requetejuré que no pensaba ya, jamás de los jamases, en caer en “las garras” de ninguna otra formación. ¡Ay, amiga, nunca se puede decir de esta agua no beberé! Así es que nos encontramos con mucha alegría y cariño aquél sábado. Y a medida que aquel sapito iba cobrando protagonismo se hizo otro de mis famosos clicks. A medida que avanzaba el taller me iba quedando ojiplática porque al amparo y sabiduría de aquel cuento, de aquellos cuentos, se encendía una luz nueva con diferentes focos, que iban dando un sentido fresco y diferente a todo mi quehacer profesional: la terapia, el arte, los grupos.

Parece exagerado pero de verdad que no lo fue: (Esto es lo que necesitaba, me oí decir quedito). Y decidí seguir creciendo y aprendiendo con aquella magia, con aquel regalo. Y seguí mi formación en Barcelona,en Tarragona, en Madrid, en Zaragoza... soy un poco enano saltarín, yendo a sitios diferentes y conociendo preciosas personas. Y ahí sigo. No soy de líneas rectas aunque sí tenaz. ¡La Cuentoterapia me ha traído tantas cosas bonitas! Gracias, Lorenzo, amigo, maestro, inspiración. Que la magia de la vida y los cuentos nos acompañe.

LOS MIEDOS DE UNA NIÑA DE ONCE AÑOS (CUENTOTERAPIA Y ARTETERAPIA)

Esta niña es hija de una paciente que me manifestó su preocupación por los crecientes miedos que tenía su niña: miedos nocturnos en su casa, a un hombre-ente-fantasma que está detrás de cada puerta de su casa; incluso miedo a bajar la basura en el ascensor y dejarla en la puerta, miedo a que el ente “la pueda raptar”. Y esto le impide levantarse al baño hasta que llega su madre... por lo demás, es (y siempre ha sido) de talante alegre, expresiva, exitosa en el cole, con amigas, baila, canta; es muy creativa.

Tengo que señalar que sus padres están pasando por una separación bastante complicada (¿Cuál no lo es?) de “ni contigo ni sin ti”. Tienen una buena posición económica y el padre dispone de un apartamento al que va por algunos meses cuando deciden que lo mejor es vivir separados, volviendo cíclicamente al hogar familiar. Ahora viven separados, la niña va varias veces por semana a casa del padre y algunos findes. Allí no tiene problema con los miedos... sí apunto que, aunque dispone de habitación propia, duerme con el padre.

Venía con su madre (mi cliente) a consulta. En la primera estaban las dos, y después decidimos si ella quería estar sola en sesión o en compañía de la madre. (Ella decidió estar sola, con su madre en la sala de espera). Desde el principio se mostró muy cooperadora, venía entusiasmada y con muchas ganas “de solucionar este rollo de una vez”. Me contó, nos reímos, preparamos rituales y talismanes (es muy aficionada, con su madre, a crear pulseras, collares...) e hicimos una preciosa pulsera de protección.

Quedamos en pintar y recortar al pesado del ente, que ella visualizaba como un hombre vestido de negro con un pasamontañas que sólo dejaba ver los ojos. Lo hicimos en papel de embalar tamaño natural, y lo fue colocando en las puertas de su casa diciéndole cuatro cositas, al principio temerosa y a medida que sentía menos miedo, rompiéndolo y dibujándolo más pequeño. Así lo fue haciendo hasta que quedó convertido en un monigote de diez centímetros al que se encaró con fuerza y rabia, diciéndole que ya no le tenía miedo y que le iba a llevar a un sitio... y lo tiró por el W.C.

Le regalé una libreta para escribir sus cosas, sus sueños (qué gozada sus sueños y qué claritos, con todo lujo de detalles)... y tuvimos a Gustavo y los miedos y Así es la vida*1 como ayudantes, además de la pintura, la música y otras cosas. Fueron cinco sesiones. Qué gozada trabajar con personas tan jovencitas en las que todo está tan cercano y fresco. Muchas gracias a A. y L., valientes madre e hija.

EL POLLO PEPE

El pollo Pepe llegó a mi nieto mayor un seis de enero por la mañana (tenía veinte meses), junto a una cocinita, marionetas, cochecitos... bueno, jueguetes varios con los que estaba encantado. Fue un regalo para Teo de un querido amigo, mago, sabio y maestro de Cuentoterapia. Me pareció un libro muy bonito, con ilustraciones pop-up muy lindas, pero realmente lo descubrí a través del peque.

En seguida el pollo fue uno de sus amigos, se entusiasmaba pasando páginas, metiendo la mano en el pico, estirando las patas, haciendo el recorrido del trigo, la avena, repitiendo el pío-pío hasta la saciedad y finalmente aplaudiendo con un ¡¡¡Bien!!! cuando en la última pagina aparecía majestuosa y a doble página mamá gallina.

Pero mi ratón es entusiasta y también enérgico, y su madre ya me avisó pro teléfono que las patas se habían rasgado, el pico se había desenganchado y la pobre mamá gallina estaba hecha una piltrafilla bajo el ímpetu del entusiasta. El cartón es lo que tiene: que se rompe, y nuestro querido pollo estaba para la UCI. Cuando llegué a visitarles y le pregunté a Teo por Pepe me respondió con un lastimero “Pepee” y me enseñó el libro y los destrozos. Así es que nos pusimos manos a la obra y el celo y el pegamento de barra hicieron milagros. Pero, vamos, tuvimos que operarle unas cuantas veces más. Mi hija dice que más que el pollo Pepe es el pollo Franky.

No tiene tornillos como Frankenstein pero sí más parches que un pirata; igualmente, sigue siendo su favorito. Me pedía que se lo contara y enseñase, me lo contaba él con su adorable lengua de trapo, le daba besos una y otra vez (un cuento favorito se ve muchas veces seguidas) y cuando llegamos al final y aparece la magnífica mamá gallina (convenientemente parcheada) aplaude como si fuera la primera vez que la viera. ¡Vaya aprendizaje para mí y vaya lujo ver un cuento con los ojos de un diminuto de dos años. Y es que nuestro querido pollo siempre nos enseña la felicidad de ser niño, sencillo, sin más, con la capacidad de sorprendernos aunque ya sepamos el final. Así es el alma, ella ya sabe cómo vamos a acabar... pero siempre va a sorprenderse al final.

El pollo Pepe desapareció: tres o cuatro mudanzas, limpiezas varias... Este año el rey mago Teo (caminando, con once años) ya tiene el encargo de traerle un regalo a su hermanito de tres. Cuando su madre le preguntó qué pensaba que le podría traer al peque, él sin dudar dijo: “El pollo Pepe, el cuento más bonito que existe”. Me emociona mucho contar esto. Han pasado años y sin duda este cuento le quedó marcado.



*1 Gustavo y los miedos, de Ricardo Alcántara y “Gusti” (Gustavo Ariel Rosemffet), publicado en la colección El Barco de Vapor Blanca (2002); y Así es la vida, de Ana Luisa y Carmen Ramírez Giménez, publicado en la editorial Diálogo (2005), son dos álbumes ilustrados. Ambos han emocionado a numerosos estudiantes y docentes de Cuentoterapia, especialmente el segundo, que ha acabado convirtiéndose en un amable referente, por la sabiduría que contiene y el modo en que la expresa.






















































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































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