En cada cuento, un laberinto (I)

Alicia Promio Zamora

Licenciada en Historia, estudiante de caligrafía y pintura chinas, desde 1995, con la maestra Tere Vila Matas. Y cuentoterapeuta. Ha publicado el poemario Senderos.

El destino no es lineal, tiene muchas bifurcaciones que pueden llevarte a repetir muchas veces el mismo error.

(De la película Odd Thomas: cazador de fantasmas, 2013).

He tomado de nuevo la reflexión que hace el protagonista de esta película porque me parece muy adecuada para encabezar este artículo y, además, porque creo que en la vida las cosas suceden así. Los laberintos nos atraen por lo que provocan en nosotros: fascinación y temor. Uno de mis grandes miedos fue, y de alguna manera lo sigue siendo, el de perderme en el metro, en cualquier metro, incluso llegué a soñar con ello. No me tranquilizaba pensar que estuviera rodeada de gente que iba y venía, a los que podía preguntar; no. Ni caía en ello. Era entrar en el metro y el miedo se apoderaba de mí, y al colapsarme ya me había perdido. Este pánico, casi lo era, me duró mucho tiempo. El hecho de que hubiera tantas encrucijadas, a la izquierda, a la derecha, arriba, abajo, lo hacía temible; en cierta manera era monstruoso. Era como un animal que me podía comer... y de hecho lo hacía. Esa es la imagen que tenía del laberinto, una imagen que sugiere la forma de una serpiente enroscada, o una tela de araña o un atrapasueños, una red, un remolino. Todas estas formas son “atrapadoras”, de alguna manera te engullen. Con el tiempo este miedo se ha ido haciendo más manejable, y el metro ya no es un monstruo.

Cuando Mar Val, docente de AICUENT, y yo montamos un taller dedicado a los laberintos, la idea era que todos los participantes recorrieran uno. Para ello, construimos un laberinto univiario desmontable y lo recorrimos; en primer lugar, para saber si era algo factible de hacer dentro del taller. Al hacerlo nos dimos cuenta de la potencia que el laberinto tiene como símbolo, vimos cómo se podía recorrer, en fin, que sentimos su efecto psicomágico. Allí, en la sala donde lo montamos, me di cuenta de su fuerza, sentí que me llevaba hacia adentro, que me recogía, que no es hostil, sólo misterioso; que no es el laberinto el que determina lo que ocurra en su interior, porque aquello que yo haga al recorrerlo depende sólo de mí. Y supe que el laberinto responde a las preguntas que uno se hace. A raíz de esta práctica y, como me pasa muchas veces, empezaron a llegarme ideas que relacionaban el recorrido de un laberinto con el recorrido que hacen los protagonistas de los cuentos. Vi su forma, su estructura en las tramas de los cuentos. Tengo que decir que este taller no llegamos a realizarlo, debido a la aparición de la pandemia, y que deseamos poder estrenarlo algún día. Ojalá que sea posible.

El laberinto es un símbolo muy antiguo, tanto, que a pesar de encontrarlo representado en muchos lugares a partir de finales del neolítico, o principios de la edad del bronce, es muy posible que sea aún más antiguo. El hombre es curioso por naturaleza y, a pesar de sus miedos, de hecho, venciéndolos, fue capaz de adentrarse en cuevas para allí pintar, hacer vida en común y enterrar a sus muertos. Sobre el laberinto los diccionarios de símbolos nos dicen que es una representación de los cruces de caminos, con y sin salida, que nos obligan a elegir, que retrasan la salida, que nos entretienen, y que también nos hacen perdernos. Los laberintos son fascinantes por lo que provocan en nosotras: fascinación y temor. Fascinación por su forma atrayente y temor por la idea de adentrarse en lo desconocido. Entre la entrada y la salida podemos transitar desde lo luminoso a lo oscuro, y viceversa.

Teseo y el Minotauro en el laberinto, diseño para mosaico de Edward Burne-Jones (1831)

La forma de un laberinto puede variar, aunque siempre se basará en uno de los dos tipos básicos que existen y que hacen referencia al modo en que se entra y sale de él. El univiario es aquél en el que sólo hay un camino que se recorre hasta el centro y que se vuelve a recorrer de nuevo para salir por donde se entró. En este tipo de laberinto uno no se pierde. Por el contrario, en el laberinto multiviario la entrada es distinta de la salida y esto hace que puedas tardar en salir o acabar perdiéndote. Si el laberinto es univiario la única premisa es seguir el camino trazado, confiarse a lo que ocurra, confiarse a él. Otra cosa sucede cuando el laberinto es multiviario, porque ello implica que para llegar a la salida hay que elegir qué camino tomar, y para conseguirlo habrá que recurrir al propio buen hacer.

Las estructuras laberínticas se usaron como sistema de defensa en las ciudades de la antigüedad, dificultando la entrada a los enemigos. También se usaron laberintos en las casas, como protectores. La costumbre era dibujarlos en el suelo de la entrada, para que las energías malignas se perdieran al intentar entrar. También vemos laberintos en santuarios y templos, donde son construidos con la intención de enfatizar, defender y proteger la parte más sagrada, el sancta sanctorum. Los neófitos que se preparaban para la vida monástica, debían hacer un recorrido iniciático que semejaba un laberinto. Era un camino de entrega en el que de esta manera se enfrentaban a sus miedos, inseguridades y conflictos. Era un recorrido purificador. Los siglos se han sucedido y el laberinto ha llegado a nuestros días sin perder nada de su fascinación primigenia.

En los cuentos, el héroe y la heroína suelen ser quienes aparentemente no saben: el pequeño de la casa, el hermano tonto, el bobalicón, o la hija más pequeña... y sin embargo, ellos sí que saben, su corazón les dice que pueden y sabrán enfrentarse a los obstáculos sin preparación, sin un plan preconcebido. Y es de esta manera como irán avanzando en su camino. En el viaje del héroe se nos describe un recorrido lineal, porque el protagonista del relato va pasando de una situación a otra pero… ¿no es también el viaje del héroe como un laberinto con sus recovecos y sus obstáculos, con todo aquello que debe superar para avanzar? Sabemos que sólo un camino es el correcto, que sólo un personaje sabrá recorrerlo, que sólo uno llegara al final tras elegir una posibilidad entre muchas. Sólo una es la justa y el laberinto puede convertirse en una trampa para aquellos que no lo recorran con cierta actitud, porque el héroe salva los obstáculos a través de su bondad y buen hacer.

En todos los cuentos, el héroe y la heroína siempre salen de su zona de confort, de forma más o menos inesperada. Sin preverlo, se rompe la armonía, se sale de lo conocido para internarse en lo desconocido. Ellos y ellas se internan valientemente, siguen el impulso de búsqueda, de unión, de resolución, quieren llegar al final y conseguir lo prometido, porque ese impulso está en su ADN. Yo veo los cuentos de tradición oral como mapas de un laberinto. Cuando escuchamos un cuento maravilloso hacemos el recorrido con el protagonista. En los cuentos, anima y animus hacen su propio recorrido para después encontrarse y unirse finalmente. Sea cual sea el recorrido, el héroe volverá cambiado porque ha vivido muchas situaciones, y ha tenido que superarlas para avanzar hacia su destino. Se ha dado cuenta de cosas. El camino o el laberinto le pone a prueba, ya se salga por donde se entró o se salga por otro lugar. Aquí la cuestión no es por donde se ha salido, sino lo que ha ocurrido durante el recorrido. Y recorrerlo es un acto heroico.

He elegido el cuento de Periquitico y Periquitica como ejemplo de trama donde la acción se desarrolla casi en el mismo ámbito, la casa familiar, con lo que estaríamos hablando de un cuento en el que principio y final suceden en el mismo lugar. Es decir, que este cuento tiene la estructura de un laberinto univiario. El cuento de Periquitico y Periquitica lo protagonizan dos hermanos cuya madrastra, debido a la pobreza que la familia padece, decide sacrificar a uno de los dos, el que primero llegue después de hacer un recado. Y este será Periquitico. Cuando la hermana llega a casa descubre el hecho macabro y huye despavorida. Cerca de allí encuentra a una vieja, a quien cuenta lo sucedido, y ésta la ayudará explicándole qué ha de hacer. Periquitica vuelve y sigue las indicaciones de la vieja, que consisten en recuperar todos los huesos de su hermano, como si fueran piedras blancas recogidas en el camino, ordenarlos y exponerlos al sol. Periquitica desconoce porqué ha de hacer eso, y aún así confía y continúa con la tarea. Está haciendo un camino que sólo ella puede andar hasta que, al tercer día, Periquitico reaparece. Ha vuelto a la vida y entonces es él quien se pone en camino y acaba de recorrerlo matando a los padres de ambos. Cada uno ha hecho su parte, juntos han completado el recorrido y están sanos y salvos.

Como ya he dicho, el tipo de laberinto que identificamos en este cuento es es el univiario. Desde el principio se nos informa de que los niños no están en su zona de confort, de que ya están en una zona desconocida: el padre se ha vuelto a casar y la madrastra, que no les tiene afecto, es el primer obstáculo que encuentran en su recorrido. Ella detiene a una parte, la masculina, así que la otra debe seguir sola. El padre es otro obstáculo indirecto, porque con su inconsciencia culmina el acto de la madrasta. Periquitica no sabe qué hacer sin su hermano, sólo sobrevivir, y en su camino de huida se encuentra con la vieja que la ayudará a continuar, y que le permite regresar a casa con la confianza de saber qué hacer. Yo situaría a la vieja en el centro del laberinto, porque es desde ese encuentro con ella cuando las cosas comienzan a cambiar. Allí comienza el camino de retorno, que finalizará cuando Periquitica recupere a su hermano. Ahí es donde finaliza el recorrido por el laberinto.

Si miro mi propio recorrido de vida laberíntico, descubro que muchas veces ha estado guiada por el miedo a perderme en las personas, en la cosas, en las circunstancias. Me doy cuenta de cuántas veces me he perdido, cuántas veces he encontrado el camino. De qué manera me he orientado, cómo he sido ayudada, cómo he ignorado algunas de esas ayudas. Explicaré a continuación cómo encontré el camino que me condujo a mi gran pasión. Yo siempre he descubierto cosas sobre mí de forma fortuita o eso quiero pensar, porque es algo que me ha ocurrido mucho. De esta forma descubrí que me gustaba pintar. Había probado muchas cosas, muchas técnicas, pero no iba a ningún sitio para aprender. No sé por qué no lo hacía, quizás porque pensaba que no tenía que ir por ese camino. Y así pasó el tiempo y el espacio…hasta que un día llegaron dos señales, dos ayudas relacionadas entre sí que no pude ignorar. Un amigo me trajo dos pinceles chinos de Hong Kong. Al principio, sólo los miré. Y por otro lado, mi hermana me trajo un folleto sobre una mujer que daba clases de caligrafía. Una parte de mí se dio cuenta, reconoció el camino, lo vio. Cuando recibes La Llamada (que es el título de una conocida película española estrenada en el año 2017), es imposible ignorarla, sabes que a quien llaman, es a ti. La mayoría de las veces las ayudas son mágicas, lo que pasa es que no las vemos, no estamos atentos. Cada uno tiene un camino que solo él puede recorrer y este camino laberíntico está plagado de callejones sin salida, acertijos que adivinar, pruebas que superar, obstáculos que pueden hacer que nos desviemos o, todo lo contrario; puede suceder que un obstáculo sea precisamente lo que nos lleve a continuar el recorrido.

Los cuentos nos hablan o nos describen circunstancias de la vida, situaciones con las que nos podemos encontrar, obstáculos, ayudas. Nos explican qué pasa si actuamos de una u otra manera. Los cuentos nos dicen que no estamos solos, tanto en circunstancias negativas como positivas, que el recorrido nunca es lineal. Sólo hay una línea del tiempo, pero el modo en que recorramos el espacio depende de lo que hagamos y cómo.

























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