La dicha del infortunio

Pilar Ramos Pleguezuelos

Sindicalista con experiencia en la negociación colectiva, dentro del sector de la banca. Estudiante de Cuentoterapia. Escribe relatos y junto a M.J. Arillo ha publicado el álbum ilustrado Pascuala, el legado de una abuela.

Escuchar un cuento o dejar que caiga en tus manos mediante el acto dialogante de la lectura no es un acto neutro. Algunos cuentos pasan por nuestra vida sin mayor repercusión. En otros nos sentimos atrapados de inmediato, en aquellos que resuenan luego en el alma, en el sueño y en la mente. El cuento a veces se queda ahí, dormido en algún rincón de la memoria; o en el inconsciente, área en la que realmente se alojan como en su casa. Pero en otros casos el cuento entra en tu mente y en tu cuerpo casi de inmediato. La puerta de tu ser se abre y recibe de forma especial la información, revestida de arte, mediante el cuento. Este fue mi caso con el relato “El pequeño señor Infortunio”, al que llegué gracias a la traducción de una versión de enorme belleza literaria, la del escritor y periodista británico Arthur Ransome. Originalmente, se trata de un cuento tradicional ruso recopilado con anterioridad por Aleksandr Nikolaievich Afanasiev y publicado con un título más breve, “El Infortunio”. Es un cuento maravilloso con un elemento distintivo, la existencia de un donante particular y poco frecuente en nuestros cuentos de hadas, pero a menudo, presente en los cuentos tradicionales.

Los cuentos de hadas son mapas con vida propia, para quien se acerca a ellos, y este artículo no intenta ofrecer más que la narración de esa ” riqueza propia” que “El Infortunio” ha recreado en mi persona desde que me topé con él. Los protagonistas de este cuento, ambientado en la Rusia campesina, son dos hermanos, seguramente gemelos, con características personales bien distintas: uno bueno, otro astuto. La dualidad ya se nos muestra compleja en la primeros compases; el cuento no nos dice: “uno bueno y otro malo”, como antagónicos naturales, sino que apela a la astucia frente a la bondad. Es una dualidad particular que se presenta y que cobra sentido a lo largo del cuento.

Uno de estos hermanos decide abandonar la aldea y migrar a la ciudad. De nuevo, aparece una dualidad: la vida sencilla del campo y la vida civilizada de la urbe, dos realidades distintas. Uno era pobre y el otro rico, pobreza material y riqueza material. Toda dualidad apela a una desintegración de los personajes centrales, a una carencia y a una búsqueda. Uno de ellos, bondadoso y despreocupado; y otro dispuesto y astuto, en una clara referencia al ser en relación a los demás.

El hermano bondadoso posee el gran tesoro de su bondad, pero carece por completo de la voluntad de acción, está a merced de los elementos y se instala en su desdicha; es obvio, al leer el cuento, que él no actúa para remediarla. Se encuentra a merced de las malas cosechas, de los vecinos deudores, del sol, o de la lluvia excesiva. Todo es un pretexto para su situación y su pobreza, y a la par una explicación clara de la misma. El relato manifiesta su carencia e indolencia: el no hacer, el no doler. Es más, sólo toma conciencia de su necesidad cuando su centro emocional, su femenino interno representada por su esposa, le interpela y apela a las necesidades de sus hijos y su familia.

La aldea es el lugar de origen de ambos. Allí permanece el hermano bueno, que va y viene a lo largo del cuento, pero siempre permaneciendo en el origen, en el lugar del que ambos proceden. El camino del hermano astuto hasta la ciudad es rápido y en apariencia poco dificultoso. Su astucia le permite escalar posiciones y en cuanto puede se instala en la ciudad, remarcando que él es demasiado importante para quedarse en el pueblo y que la ciudad es el lugar que le corresponde a la vista de sus habilidades.

El hermano astuto, ha conseguido tener fortuna en los negocios -en la acción- tras marcharse de su casa. El comercio, su actividad profesional, requiere de “otra parte”, de relaciones interpersonales. Sin ellas no es posible la transacción. Está en trato y en contacto con otros que son aquellos quienes lo enriquecen; vive de los demás e incluso de su apariencia hacia los demás. La ciudad se convierte en una quimera, un lugar rico y opulento, de vida externa, pero también en un lugar de peregrinación y provisión.

Este hermano exitoso viste como los demás, tienen una casa opulenta, como los demás comerciantes, y una esposa que juega un papel pasivo. La esposa de este hermano, el astuto, simboliza ese femenino interno que permanece dormido, simboliza la desconexión de las propias emociones, porque su centro emocional no lo avisa, ni lo alerta ni le hace ver que suponga algún problema haber alcanzado ese estatus. Ella, que representa el anima del mercader, no tiene más función que la de dejarse vestir de pieles y brocados. Su pasividad indica una falta de posesión del propio vestido, que es símbolo exterior de la actividad espiritual. Así es, la vestidura hace al monje y enmascara su verdadera naturaleza. Al vestir su alma de esta manera, el mercader se aísla del exterior, se protege de las inclemencias y también se aleja de sí mismo.

Para el hermano bueno, el destino es bien distinto. Presta dinero a un vecino. El vecino es alguien próximo, cercano, la clase de persona que presta y a la que prestamos. En este caso no se lo devuelven, y el texto no dice que él reclamase su deuda, sólo que presta el dinero. Su vida está llena de desgracias y el cuento no omite ninguna: siembra antes de las heladas, con lo cual pierde la cosecha; su caballo tiene rota una pata, la vaca no da leche; las gallinas sí dan huevos, pero siempre se los robaban; y la caña de pescar tampoco le sirve de mucho, porque también le roban los peces... Veamos ahora que representan simbólicamente estas desgracias. El caballo es símbolo de lo celeste y lo lunar, representa el inconsciente o la psique humana. Que tenga una pata rota significa que su instinto no puede ser cabalgado ni utilizado en las labores del campo, que no está dominado ni controlado; que simplemente carece de un instinto que lo mueva. El caballo es el instinto dominado, el instinto cabalgado por el hombre, pero de poco sirve este instinto a nuestro héroe si su pata está rota.

Veamos ahora qué nos dice esa vaca que no puede dar leche. Este animal es símbolo de fertilidad y de la tierra nutricia; es un símbolo lunar ligado a la producción y a lo femenino. La carencia de leche nos hace ver que este buen hermano vive desconectado de su capacidad para generar vida. ¿Y qué puede significar que le roben los huevos de sus gallinas? Lo primero es que este hecho indica una incapacidad para vigilar lo suyo, una actitud indolente con respecto a los demás. La gallina es un símbolo de la comunión con los difuntos, con el otro mundo; y los huevos representan la manifestación de la vida. Por ello, el robo de los huevos muestra su incapacidad para conectar con el universo, con las fuerzas de la vida, su incapacidad para renacer.

Como he contado, el hermano bueno tiene caña de pescar... pero le roban los peces. La caña es una herramienta que permite conectar mundos, lo terrestre y lo divino, lo emocional con lo espiritual. La caña tiene un poder purificador y simboliza la flexibilidad. Indudablemente, sirve también para atrapar peces. Por otro lado, como el medio en que habita, es símbolo de vida y fecundidad, y representa las emociones, purificadas por la fuerza sagrada del abismo. De hecho, el pez fue un símbolo de Cristo. Y también representa la suerte.

Se nos presenta, pues, un personaje que teniendo atributos positivos no es capaz de utilizarlos y preservarlos. El personaje promete, es bueno, tiene semillas que plantar, gallinas, vacas, caballo, y caña, pero por su indolencia no puede disponer de los frutos de esos dones. La indolencia va unida a la inacción. En la parábola de los talentos Jesús se dirige a sus discípulos increpándoles para que saquen partido, para que se expongan a moverse, en función de los talentos recibidos. Del mismo modo, la esposa increpa a su esposo y le sacude, exponiendo su pobreza. Como he indicado, ella representa su anima, que le habla y le mueve a ponerse en camino y a buscar una solución a su necesidad. Y algo desde su alma le hace recordar a su hermano, el triunfador, le hace reconocer una carencia en sí mismo y ponerse en camino para pedirle ayuda y quedar saciado.

Con la ayuda de un cayado emprende el viaje a la ciudad en la que vive su hermano. Su bastón representa el báculo del peregrino, el arma mágica. El hermano bueno es un caminante que pide ayuda, que se ha sentido movido a caminar porque su anima lo ha interpelado. Su decisión de marchar a pie es un signo del uso consciente de su libertad, ya que el pie es el sostén del cuerpo, su principio.

Nuestro labrador se presenta al fin ante su hermano, atravesando un espacio exterior de la vivienda donde hay personas carentes, mendigos... que se sacian con lo que éste les ofrece. En la intimidad le pide pan, símbolo del alimento esencial y de la vida activa, en oposición al vino, símbolo de la vida contemplativa. El hermano rico se mesa la barba, en señal de sabiduría, antes de responder a su petición de ayuda. Le increpa para que trabaje con él siete días, prometiéndole una recompensa al final de la semana. La semana, con sus siete días, representa un ciclo completo, una renovación positiva. Y el siete es símbolo de la totalidad del espacio y el tiempo, pero de una totalidad en movimiento, cíclica, que por tanto supone una transformación.

Una vez completado ese ciclo de trabajo recibe su parte, pero con el descuento de lo que ha consumido. Su recompensa es pobre, sólo pan. Nuestro personaje, instalado aún en la indolencia y la evitación del conflicto, no protesta, aunque le parezca injusta e inapropiada la recompensa a su labor. Sigue habiendo en él un sentimiento de inferioridad, pero lo enmascara, porque junto al pan recibe la invitación al banquete que dará su hermano unos días más tarde.

¡Su hermano lo invita a participar de su abundancia! Pero a pesar de haber trabajado durante siete días, él no se considera digno de su hermano comerciante y le invade la vergüenza, el sentimiento de inferioridad: no tiene botas, ni vestidos, solo un viejo abrigo; está envuelto en harapos y lleva chanclas de paja… todos son símbolos de la pobreza espiritual. Sumido en esta disyuntiva el hermano bueno sale de allí y vuelve a su casa. Ha trabajado, pero no lo bastante y con ese pesar se presenta ante su esposa -su anima. Ella pone palabras a la injusticia y desde una feminidad oscura le dice a su marido que ese pan no es suficiente, ahondando su sentimiento de insuficiencia. Juntos acuden al banquete y lo hacen a pie, porque se avergüenzan de tener un carro tan humilde. Y el caso es que, simbólicamente, el carro permite que anima y animus puedan ir juntos, integrados. Y como esto no sucede, de nuevo aparece la dualidad en nuestro cuento.

Al llegar, opulencia para los demás y para ellos, nada. La falta de atención del comerciante hace que sean otros quienes gocen de los frutos del espíritu representados por ese ágape. Nadie llena sus platos y copas, y al estar vacíos éstos hacen referencia al vacío interior, a la dificultad de renacer. Simbólicamente, la copa es el recipiente que contiene el tesoro interior. Por ello, esos platos y copas vacíos indican una desconexión con ese tesoro.

De vuelta a casa, de nuevo a pie, el labrador escucha a otros cantar y mientras camina junto a su esposa, también quiere hacerlo. El canto es símbolo de la palabra creadora y expresa, mediante el gozo, la adoración o la imploración, la dependencia de una criatura. El canto es el soplo de la criatura respondiendo al soplo del creador. Siendo el canto una expresión tan sublime, el ánima que se sabe insatisfecha no quiere cantar. Pero él quiere gozar igual que los demás y algo lo mueve a ello. Es el deseo de aparentar una alegría que no tiene. Y cuando se lanza a cantar aparece un ser repulsivo, que se manifiesta primeramente como una voz, una voz que canta con él. Ha aparecido el señor Infortunio, el Diablo.

El diablo, a nivel simbólico, es una regresión hacia el desorden, la división y la disolución, en el plano psíquico y en el plano moral y metafísico también. El diablo muestra la esclavitud que aguarda al que permanece ciegamente sometido al instinto, pero sin instinto no hay florecimiento humano; para superar la caída es preciso haber sido capaz de asumir sus fuerzas temibles de una manera dinámica.

El personajillo se asemeja también a un elfo como fuerza que remueve las pasiones. En definitiva, es un personaje que hace que el instinto vaya libre por el mundo, sin la fuerza de la mente y la emoción. La boca la traían seca, la boca representa un grado elevado de conciencia, un poder organizador por medio de la razón. Al indicar que está seca, señala la incapacidad de conectar con la conciencia, que se genera ante una carencia vital, el cuello o gaznate, como se dice en esta parte es interior del cuello que simboliza la comunicación del alma con el cuerpo. El hombrecillo de rostro infeliz, y bracitos y piernas débiles, parece bien encajar en la descripción de un diablillo, o un elfo, una apariencia sutil del demonio que representa el caos. Infortunio se agarra a su cuello y a su espalda. Prometiéndole que nunca más se sentirá solo. La promesa del diablillo de no abandonarlo y hacer que no se sienta solo, es tan tentadora que no es rechazada, va con ellos hacia la casa, sin permiso entra y una vez allí pide que lo lleven a la taberna, para olvidar el hambre y la desgracia. Se hace el amo de su voluntad.

El origen de la palabra taberna tiene que ver con el latín que significa tienda, contubernio en su etimología romana se asemeja a una choza, habitación del nómada, del viajero permanente, es un lugar de no pertenencia, es la precariedad, la inestabilidad. Pero también su precariedad llama a la soledad, a la contemplación y a la austeridad. Es también un lugar iniciático, un portal a un nuevo mundo. Es el vientre del dragón y del monstruo de la tarasca. Los iniciados pueden salir de la choza en un nuevo estado, veremos si es el caso de nuestro cuento. Y así fue, el señor Infortunio pide más y más de nuestro protagonista, que vende todo para beberse el dinero en Vodka. Lo primero, su chaqueta: la ropa que cubre a nuestro personaje es en este caso un estorbo para beber. Con la bebida llega el invierno, el letargo y la pobreza absoluta. A los niños ya nos les puede faltar más que la vida, porque el padre pierde todo con la bebida. Están bien lejos de la primavera, del renacer, del celebrar. Y mucho más distantes del verano, el momento de recoger la cosecha de cereal y de recolectar los frutos.

Hay una invitación del diablo a despojarse del sufrimiento, pero a cambio del vodka. El vodka es en Rusia como se denomina a cualquier licor destilado, en concreto la palabra procede en sí misma de un diminutivo de “agua”, y hace referencia a la misma. Agua y alcohol son la esencia del vodka. El agua tiene relación con la fuente de la vida y el alcohol con la limpieza. Pero nuestro héroe no bebe de forma consciente para purificarse, lo hace para olvidar su sufrimiento y no conectar con el dolor. Desde la inconsciencia es imposible cualquier purificación, de modo que el Vodka resulta totalmente destructivo.

Al día siguiente a la primera borrachera le dolían los ojos, no ve. Ver es el primer paso para la claridad mental, la observación requiere de visión. La bebida le arrebata la posibilidad de ver. Hace que le duela la cabeza, siendo ésta símbolo de conciencia. Vende todo lo que posee para continuar bebiendo y cuando el dinero se acaba, el tabernero los arroja a la noche. La noche es hija del caos y madre del cielo, es el tiempo de la germinación y de la conspiración. Entrar en la noche es entrar en las pesadillas y los monstruos, en las ideas negras y el inconsciente. Son las tinieblas y la preparación de un nuevo día en la misma medida. En la noche vuelven a paso de tortuga. Las antiguas liras eran instrumentos hechos sobre caparazones de tortuga y con cerdas de nervios de buey. No puedo evitar evocar la imagen de Buey sobre un caparazón de tortuga…símbolos de la calma y la paciencia. La adicción genera monstruos terribles y sólo desde la paciencia y la calma puede el individuo transitar ese camino.

El campesino bueno vende su traílla y su arado, y también su azada. El arado es símbolo de virilidad, es el falo que surca la tierra y la hace fértil. La traílla es la herramienta usada para aplanar la tierra y nivelarla, tiene forma de caja, y es un símbolo de su femenino interno, puesto que separa del mundo lo que es precioso, y frágil. Pierde, como se pierde con la bebida, la capacidad de una sexualidad completa. Este hombre también da en prenda la cabaña y el vestido de su esposa, pobre y harapiento. Es el vestido de su alma, que sin ello queda desnuda y desprotegida, sin señal alguna de divinidad; y por otra parte, más vulnerable y sensible. En contraposición, con Infortunio en la taberna, no siente dolor. Hay una desconexión profunda de sus emociones, en este caso. Nuestro personaje, ni siente, ni padece… se aletarga en la choza, bebiendo completamente alienado. Pero a la vez su alma se hace muy vulnerable; está a un paso de la destrucción.

Infortunio es, para nuestro labrador, la queja constante, el lamento y el desconsuelo, la autocompasión y el fustigamiento propio.

Es en ese momento cuando el labrador despierta interiormente. Contemplando la desnudez de su alma escucha de nuevo al Infortunio, pero con una nueva actitud. Entonces pide prestado a su vecino yuntas y bueyes. Bien sabe Infortunio que para acceder a la taberna necesita de un carro y unos bueyes, porque no es el caballo el que ha de guiar este carro, han de ser bueyes. El buey es un símbolo de calma, de bondad, de fuerza apacible, de potencia de trabajo y sacrificio. Sirve de montura a los sabios, hay un aspecto de dulzura y despego en este animal que evoca la contemplación. El buey, como emblema yin, expulsa el frío para dar paso a la primavera, tiene un papel civilizador, de vencedor del instinto, frente al toro que supone esa fuerza instintiva desbocada. Un carro… un vehículo celeste. Como no dispone de yuntas ni de bueyes ha de pedirlos prestados… Pero los bueyes y el carro no pueden ser de otro, si no propios. Los objetos mágicos no se nos dan, se conquistan, se ganan a cambio de trabajo. Ha de ser un ciclo de trabajo el que pague el préstamo y es el héroe el que compromete su palabra, y así, cuando Infortunio le reprocha la poca fuerza del carro, el héroe ya sabe que tiene lo que necesita: viaja ligero de equipaje y esos bueyes podrán llevarlos.

Infortunio quiere más dinero, para poder seguir bebiendo junto al labrador, y en esa ocasión no le pide ir a la taberna, le dirige hasta una gran piedra que cubre un pozo, una piedra que el labrador ya conocía. Le ordena que mueva la piedra, cave el pozo y tome lo que hay en él. La piedra es símbolo del alma, él conecta con su yo esencial, con su estado virginal primordial. Sobre el altar de piedra se celebra el sacrificio. La piedra es un símbolo de constitución. Las piedras son símbolos de la presencia divina, de consagración, de tramitación y de la tierra madre. Son también símbolos de estabilidad, de la consumación de una gran obra. La piedra también separa lo bueno de lo malo. En este caso el alma da pie a la apertura hacia el inconsciente, representado por el pozo, que tiene elementos de sabiduría incuestionables. En él lo lunar y lo solar se unen, el cielo y la tierra, la profundidad y la ascensión. En el pozo se reflejan las emociones de la luna y penetran los rayos solares. El pozo es una llamada a lo interior. Y en el fondo de ese pozo hay monedas de oro, símbolo de lo solar, de aquello que nuestro personaje adolece, símbolo de la acción y la abundancia. Es la recompensa, el tesoro.

Y una vez encontrado el tesoro, nuestro héroe encuentra también la astucia necesaria para hacer que Infortunio baje al pozo, porque en el pozo está la verdad y quien halla la verdad se halla a sí mismo… y halla la fuerza necesaria para utilizar la piedra que separa lo bueno de lo malo y mantener a Infortunio encerrado en donde no podrá salir. Nuestro héroe ha concluido el viaje, pero aún hay deudas pendientes y las tiene que saldar. En primer lugar, restaura lo dañado, devuelve el trabajo prometido a su vecino. Luego lleva el oro a casa y lo esconde en una cueva. Esconde su riqueza sólo de las miradas ajenas, porque a los suyos sí les muestra, como buen padre, qué ha encontrado en sí mismo. Es el legado que les dejará. Los ricos vestidos con que se cubre este hermano representan algo sincero, porque han sido ganados mediante el propio esfuerzo, sinceramente. Él brilla por sí mismo.

La riqueza de su alma se muestra en el relato de forma minuciosa, con un derroche de símbolos. Es todo eso con lo que agasaja a sus hijos, su esposa y sus vecinos en la celebración de un banquete auténtico. Cito algunos: gansos, gallinas polluelos, kisel de bayas, sopa de remolacha, pastelillos rellenos, huevos y carne; y también brazaletes y sortijas, collares de oro y plata, alamares… y dos vestidos. Todos ellos, símbolos de fertilidad, de opulencia. Ahora su esposa brilla porque los dos -anima y animus- se han encontrado y ello da lugar a un verdadero matrimonio.

Invita a su hermano al banquete y lo hace con sinceridad; quiere mostrarle su verdadera felicidad, pero el comerciante recibe la invitación con desconfianza, convencido como está de que él es único, distinto y que nadie puede igualar lo que posee. Tanto quiere distanciarse de su propio hermano, que lleva su propio alimento al banquete. Y lo cierto es que tan malo es no comer en un banquete como llevar a éste la propia comida; en ambos casos, queda bien claro y manifiesto que no se participa del mismo, de la comunicación con los demás. No existe comunión por parte del comerciante con el labrador, es más, envidia su fortuna. Hidromiel y vino son las bebidas que hay en este segundo banquete, en alusión a la bebida de los dioses. Ya no hay vodka, porque no hay necesidad de purificar más el alma, y el hidromiel y el vino simbolizan a la perfección la belleza espiritual de la escena. El invitado entra en la casa y ve a la esposa de su hermano, vestida con un lazo dorado en su pecho y con plata en el cabello; ve la hermosura de su alma.

Comen hasta saciarse, llenan vasos y sirven a los demás de su comida, porque cuando se ha llenado el vacío con poco basta. La esposa del mercader se mordía los labios de envidia y él mismo también. Su alma no estaba en paz, no puede soportar la fortuna del hermano y piensa en vengarse. Pide a su hermano que le explique cómo se ha hecho rico y éste se lo cuenta todo, cómo Infortunio se adueño de su vida, cómo lo guió un día hasta el pozo lleno de oro y le pidió que levantase la piedra y cargase el tesoro. Y cómo, aprovechando la avaricia del diablo, lo engañó pidiéndole que recuperase la última moneda que quedaba el fondo del pozo. Cuando Infortunio bajó allí, aprovechó para deslizar de nuevo la roca y dejarlo atrapado.

El comerciante se quiere vengar de su hermano, que no de Infortunio, y quiere para él el mismo oro. Va hasta el pozo y libera a Infortunio, y éste, que no distingue al hermano comerciante astuto del buen labrador, se agarra a su cuello y le tira del cabello. Lleno de rabia le clava las rodillas, se lo lleva y usa sus mañas de siempre: le hace vender su casa, trajes, caballos, coches, trineos. Y lo convierte en un pobre bebedor… tan pobre como lo fue su hermano al principio. Cuando ya no le queda nada, usa su astucia y reta a Infortunio a hacerse pequeño. Se lo dice en el patio, que es el centro de la casa, el centro de todo. Le pide que se haga tan pequeño que pueda entrar en el cubo de una rueda, y ese diablillo engreído cae en la trampa. El comerciante astuto es consciente de todo lo que ha perdido, y después de haber vivido en propia carne los padecimientos de su hermano, sana de la envidia que le tenía. Al Infortunio lo atrapa usando un martillo, herramienta poderosa con la que encaja dos cuñas al cubo de la rueda.

Infortunio acaba encerrado en una rueda y la rueda es un símbolo fundamental. La madera es purificadora, sanadora, y sus ejes nos llevan a comparar la rueda con la cruz de Jesús y la cruz griega. Y considerando que este cuento viene de Rusia y que ha sido influenciado por el Cristianismo ortodoxo, su lectura nos lleva a extraer esta enseñanza: el propio orgullo -tan propio del Diablo- se puede vencer con astucia y determinación. El hermano comerciante es capaz de integrar a Infortunio desde su propio centro. Así debemos entender el final del cuento, cuando leemos que éste queda atrapado en el centro de la rueda, dentro del cubo, y que allí se le deja morir de hambre, sellado por la cruz redentora que transforma y libera. A partir de ahí el comerciante se ganará la vida lejos de las apariencias, trabajando en conexión con la tierra, como lo hizo su hermano.

Pero este cuento ha de terminar como terminan esos otros cuentos que nos ayudan a superar las adicciones. Termina con una imagen poderosa, que nos muestra la necesidad de integrar nuestros demonios, tomar consciencia de ellos y saber permanecer vigilantes, porque cualquier muchacho avaro y necio puede liberar a Infortunio en cualquier momento. La rueda del carro simboliza la rueda de la vida, del devenir. Al final del cuento es arrojada al río, al río que simboliza la emoción surgente y turgente. ¿Qué nos quiere decir esto? Que debemos estar vigilantes, observar nuestras emociones, porque cuando somos incapaces de controlar nuestros instintos, la rueda de la vida nos lleva por el camino de las adicciones, que sólo trae pérdida y dolor.

“El Infortunio“ trata de manera magistral la cuestión de las adicciones. Y una de sus virtudes es la de proporcionarnos un mapa para conocer cómo funcionan, cómo entramos en ellas: por indolencia, por alimentar las apariencias, por envidia, por tristeza… Los estados de ánimo alterados -no centrados- son una vía de entrada a ese mundo del maldad, y sólo un trabajo personal puede reconciliarnos con nosotros mismos y producir el encuentro con el ser esencial, con el espíritu de cada cual. “El Infortunio” es un poderoso relato de resiliencia.

En el cuento están también representados, como en un bello icono, los espejismos de la sociedad, el uso de los bienes materiales como envolturas del éxito, incluso la cosificación de lo masculino y femenino. En este cuento, los personajes femeninos son femeninos, con poco protagonismo, pero representan bien las virtudes y los defectos de la naturaleza femenina del ser humano.

Al comienzo del artículo indicamos que este es un cuento maravilloso y que, como tal, incluía entre sus personajes a uno que desempeña la función de donante. Sin su ayuda el héroe no puede superar las pruebas del destino y, por ello, sus acciones tienes un papel fundamental en el desarrollo de la trama. Ese donante peculiar al que hacíamos referencia no es otro que el Infortunio, una figura diabólica que puede destruirnos y también propiciar el autodescubrimiento. Un ser despreciable y ruin, capaz de hundirnos en la mayor de las miserias, pero a la vez, capaz de mostrar el recorrido hacia la luz, la liberación. Nos encara con los diablos internos, advirtiendo de sus peligros, así como indicando el camino para recuperarnos de una adicción. En Cuentoterapia estamos acostumbrados a escuchar a Lorenzo Hernández una frase que solía decir su maestro Guillermo Borja: “¿y el diablo, para quien trabaja?”

Tal vez este cuento constituye el reflejo de una sabiduría ancestral. No reconocer el mal, negarlo, a menudo hace caer en la más profunda desesperación. No hay cosa que le guste más al mal que ser negado, que no ser visto, porque esto nos impide reconocerlo y actuar sobre él. En “El Infortunio“, la fortuna se opone al trabajo, que es presentado como algo digno, liberador. Así sucede cuando el hermano bueno devuelve el favor prestado a su vecino, trabajando para él siete días. En este sentido, este relato nos muestra la necesidad de reclamar lo que es justo. La decisión que toma el hermano pobre de acudir al banquete “de los que tienen“, sin haber reclamado antes el salario que le correspondía, me suscita una reflexión. El que no reclama lo que es suyo termina participando en las mentiras de la sociedad. Nos hacen creer que podemos estar de celebración mientras muchos de nuestros semejantes se sientan a la mesa de la humanidad sin recibir el precio justo por su trabajo, sin tener satisfechas las necesidades básicas. Y desde un aspecto intrapsíquico, la necesidad es la misma. Nuestro ser necesita cuidados, espirituales, corporales, mentales, y a menudo no se los proporcionamos, porque estamos sumidos en jornadas frenéticas, en mil obligaciones, y somos perfeccionista en el mantenimiento de nuestra imagen mundana. Al descuidar lo más importante caemos en adicciones varias que nos rodean y alinean en la misma medida.

La rueda en la que queda atrapado Infortunio al final representa una invitación a realizar un viaje por las pasiones y anhelos de cada cual. Ese viaje es también una búsqueda en la que integramos los valores sinceros y puros que también mueven al individuo.”El Infortunio” es un cuento lleno de esperanza en el ser humano y en su capacidad de caída y recuperación.

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