Una experiencia directa al corazón: cuentos sufíes en Tierra de Ifre

Pablo Botija Marín

Diplomado en Estadística y alumno de Cuentoterapia. Formado en Eneagrama, Terapia Gestalt y naturopatía.

Allá por el mes de junio me sorprendió una llamada. Era el editor de esta revista, que sin muchos preámbulos me proponía escribir un artículo sobre los cuentos sufíes en el que divulgase las enseñanzas que encierran y contase también algunas de las experiencias que he vivido al adentrarme en esta tradición espiritual. Si he de ser sincero, cuando él me hizo la propuesta no recordaba nada al respecto que fuera reseñable. Además, escribir un artículo era algo nuevo para mí y he de decir que me costó algún tiempo decidirme. No me apetecía mucho exponerme aunque, en realidad, nada acerca de esta cuestión parece ser que estuviera en mi mano. Como en algunas otras ocasiones, algo desde dentro me empujó a hacerlo. Sabía que iba a meterme en un “jardín”. Lo que no sabía es que además, con el tiempo, la propuesta de escribir este artículo me daría la oportunidad de volver a mirar a mi personaje en el espejo. Y de aventurarme en este proceso de tira y afloja, de resistencia y entrega que he vivido como una bendición.

Lo primero que se hizo presente en mi memoria fue Tierra de Ifre. Un lugar de encuentro donde me he nutrido de relatos y de la compañía que me ofrecieron personas muy distintas. Tierra de Ifre es un rincón mágico donde conjurar los vaivenes del mundo, un laboratorio alquímico para la transmutación de almas. Y en mi andadura es uno de esos lugares de iniciación en el que recibí tanto enseñanzas y prácticas de la tradición sufi como de la Cuentoterapia. He vivido allí profundas experiencias que han sido germen de transformación en mi vida. Llevado por el recuerdo, los cuentos sufíes y sus enseñanzas quedaron en un segundo plano y tomaron protagonismo algunas de las experiencias vividas en ese antiguo caserío situado entre Águilas y Mazarrón, en el paraje conocido como el Pozo del Negro.

Tierra de Ifre (primera parte)

La primera toma de contacto con Tierra de Ifre fue para realizar un retiro de silencio de diez días con un discípulo de un sheikh sufí; era más o menos 2007. Fue un encuentro en el que conviví con mucha gente y muy variopinta, y en el que compartimos una “aventura mística” llena de experiencias. Nuestras prácticas estaban basadas en parte en prácticas tradicionales, propias del camino sufí, y en parte en conocimientos más actuales; transmitidos con grandes dosis de humor y amor, y a la vez con de rigor y seriedad. Estas prácticas están orientadas a abrir nuestro corazón a la belleza de la vida, y a darnos la posibilidad de ver y sentir el mundo, poco a poco, como un lugar de entrenamiento para el espíritu. En esta clase de retiros se nos invita a experimentar la vida de primera mano. Siempre recordaré estas palabras: “atrévete a experimentarte a ti mismo, sin importar lo que sea que haya a tu alrededor”.

Realizamos muchas y distintas prácticas. Formando grandes círculos en la sala hacíamos interminables sesiones de dhikr (el ‘recuerdo de Dios’), ese acto devocional que, como explica el sheikh Hisham Kabbani, es “el puente al Recordado”, que nos revivifica y “nos despierta del sueño de la desatención”. Durante el retiro se contaban relatos y anécdotas de la vida de maestros y otras historias del día a día y por supuesto, también algún que otro cuento. Una de las prácticas que más me marcó consistía en ir respondiendo casi sin tregua a la pregunta “¿quién soy yo?”. Lo hacíamos sostenidos por un “espejo”... que era un compañero sentado frente a nosotros. No podía dejar de mirarme en sus ojos mientras él recitaba en silencio: “Al-Wadûd, Al-Wadûd, Al Wadûd”, uno de los noventa y nueve nombres de Dios. Significa “El Afectuoso”, el sagrado “Todo Amor”. Y así durante horas cada día, hasta acabar vacío de uno mismo. Según relatan aquellos que lo trataron más de cerca, Mawlana Sheikh Nazim decía algo así: “fabrico ceros, yo solo fabrico ceros, así que quien quiera ser alguien se ha equivocado de sitio”. El cero, como es sabido, solo tiene sentido a la derecha del uno. Es decir, que tenemos que ser nada para ser Todo. Y ahora me gustaría transcribir un breve relato, “La historia de las polillas”. Lo he extraído de El lenguaje de los pájaros, la obra de Farid ud-dïn Attar, el poeta y místico persa que vivió durante la segunda mitad del siglo XII.

Una noche, unas polillas decidieron ir juntas al tormento por el deseo que les causaba el candil, y dijeron: “Hemos de enviar a una que nos informe acerca del objeto de nuestro amor”. Así que una de ellas salió y se dirigió al castillo, y dentro de este vio la luz del candil. Regresó y de acuerdo a su entendimiento relató lo que había visto. Pero la polilla sabia que presidía el grupo dijo que no entendía nada acerca del candil. Así que otra polilla fue al castillo. Esa tocó la flama del candil con la punta de sus alas, pero el calor la apartó y regresó. Como ese informe tampoco fue satisfactorio para las demás, partió una tercera polilla. Esta, intoxicada de amor por el candil, se metió en la flama; con sus patas llegó al centro de la incandescencia, y con gozo se unió para siempre a ella. La abrazó por completo y su cuerpo se hizo rojo como el fuego. La polilla sabia lo vio todo des de lejos, y observó cómo la flama y la polilla parecían convertirse en una sola cosa; y dijo: “Ella ha aprendido lo que deseaba conocer; pero solo ella entiende lo que ha pasado y no lo dirá nunca más.

Tierra de Ifre (segunda parte)

Las reuniones cuyos objetivos son nobles y sinceros siempre están bendecidas. Sheikh Hassan Dyck, en sus encuentros y conciertos decía algo así: “estamos en el espacio adecuado, en el momento preciso y con las personas adecuadas”. Es entonces cuando la conexión se da y la “magia” se hace presente. Sus palabras me conectan con los talleres de Cuentoterapia, donde siento que ocurre algo parecido. Esas reuniones alrededor de los cuentos en las que todo es como tiene que ser y poco a poco va apareciendo la magia del relato: fluyen las lecturas, las anécdotas, y las enseñanzas llegan a través de los cuentos. Son trabajos concebidos para abrir delicadamente el cerrojo del personaje que nos aprisiona. Superadas las barreras, bajan las bendiciones (es la baraka), y se da la liberación interior, no exenta de humor, amor y, alguna que otra lágrima... Algo así fue mi primera toma de contacto con la amable Cuentoterapia, y la segunda con Tierra de Ifre.

El taller se llamaba “El hada y el mago” y me sentí tremendamente seducido por el título. ¿Dónde podría esperarse más magia que en un taller llamado así? Había oído hablar de la Cuentoterapia a gente cercana a mí, pero no había dado el paso aún. Aquel taller cubrió con creces mis expectativas y ahora no me pierdo uno siempre que puedo. Los abrazos de bienvenida y de partida, esos que -¿cómo decirlo?- son de corazón a corazón están muy presentes en mí, tanto como mucha de la gente con la que compartí aquella experiencia. Ese encuentro supuso un redescubrimiento del niño que tan olvidado tenía. Fue como un pequeño renacer; así lo sentí. Observaba a un niño absorto que casi sin parpadear se nutría de los cuentos y de todo lo que durante esos días viví. Sentí al mago que vive en mí e incluso aprendí a fabricar una varita mágica transformadora y desfallecedora de entuertos y nudos varios.

El reencuentro con la inocencia consciente fue todo un regalo. Poco a poco se iba cociendo la experiencia y hubo un momento en el que surgió algo dentro de mí que me empujó desde las tripas. Di un paso adelante, sin esperar nada, sin saber a dónde iba a parar, ¡no lo podía creer! Hacia el final del taller fui escogido para protagonizar una gran constelación, una constelación sanadora del árbol familiar. Y la magia apareció de nuevo. Sentí que verdaderamente todos éramos uno, yo y todos los compañeros que formábamos el árbol. ¿Qué puedo decir? Que estaré siempre agradecido. Mawlana Jalaluddin Rumi dijo: “Oh vosotros, que andáis a la búsqueda de Dios; no es menester que lo busquéis, porque Dios es vosotros”. Y dicho esto, he aquí un relato para buscadores transmitido por Mawlana Sheikh Nazim.

Érase una vez un maestro de nuestro camino que invitó a sus discípulos a un picnic. Algunas cosas son importantes en nuestro camino solo porque entretienen a los discípulos y así los mantienen en el sendero. Después de haber encontrado un buen lugar para descansar y refrescarse, este maestro preguntó a todos que dónde lo habían encontrado a él. Todos lo recordaron y le contaron en qué lugar había sido. Había tantos lugares como discípulos. De repente el maestro desapareció. Todos lo buscaron, pero ninguno lo encontró. Súbitamente, se escuchó su voz. Decía, “¡Después de haberme encontrado una vez, búsquenme otra vez!” Pero como la voz vino de todas las direcciones al mismo tiempo, ellos no supieron donde buscarlo y corrieron en todas las direcciones sin éxito. Después de un rato, cuando ya se habían rendido, se volvió a escuchar la voz, “¿Por qué, después de haberme encontrado antes, no me pueden encontrar ahora?”

Es así; nosotros pensamos que estamos buscando, y sin embargo somos buscados. Nosotros creemos que encontramos, pero somos encontrados. Mawlana Sheikh Nazim también decía: “Yo no cambio a nadie, no agrego nada a nadie. Yo solo transfiero Conocimiento Divino. Yo les doy de ustedes a ustedes, desde dentro de ustedes mismos. Yo hago conexiones”.

Cuentos sufíes

Se ha escrito mucho a cerca de los cuentos sufíes y ya no digamos sobre sufismo. Yo no pretendo llevar a cabo una tarea complicada. En estas líneas solo quiero realizar una introducción concisa acerca de los mismos. Tal como he hecho más arriba, solo contaré una pequeña parte de mi experiencia. ¿Qué es el sufismo? “Quien no conoce el Amor es como si no hubiera nacido”, dicen los maestros sufíes. El sufismo es el camino del corazón. Dicen que el sufismo no se puede explicar con palabras, pues el sufismo es toda una vivencia, un sabor, un color... dicen que el sufismo es el té contenido en la taza del Islam, sin esta no puedes beberlo, saborearlo. Tanto el nombre como sus orígenes se pierden en una nebulosa.

En cuanto a los cuentos sufíes, según la clasificación que hace la Cuentoterapia, quedan encuadrados dentro de los cuentos llamados monosémicos o de sabiduría; los que encierran un mensaje. En Occidente los cuentos sufíes aparecen como un vehículo para trasnmitir la espiritualidad sufí. Me atrevería a decir que el máximo exponente de esta tradición cuentística es Rumi, a quien cité un poco más arriba. Se atribuye a este maestro persa nacido en el siglo XIII, una enseñanza que podríamos expresar más o menos así: “Leer o escuchar un cuento equivale a una hora de meditación; y si a este cuento leído o escuchado con atención, le sigue una hora de meditación, entonces equivale a setenta mil horas de meditación”. También Idries Shah, en nuestro tiempo, ha contribuido a la difusión de estos relatos en el mundo occidental. Fueron muchos los libros en los que recopiló infinidad de historias y enseñanzas del camino sufi.

Los relatos sufíes siempre tienen varias interpretaciones o niveles de lectura. En función de quien lo lea o escuche y de su grado de desarrollo, así será la enseñanza que reciba. Lo normal es que el primer nivel sea de cierta comicidad, razón por la que estos relatos suelen ser bastante atractivos para la gente en general. Para explicarme necesito decir que la vía sufi no se entiende sin la figura de un maestro o sheikh, que ejerce de guía a través del camino. Un verdadero maestro es aquel que ha sometido el ego a la voluntad de su corazón. Por ello son llamados walís (santos’). Cada sheikh emplea todos los medios a su alcance para que sus discípulos tomen conciencia de sí mismos y puedan descubrir las trampas de su ego. Su cometido, entre otros, es llevar a las almas dormidas que le fueron asignadas, hasta lo más profundo de sí mismas, para despertar a la realidad última.

Ahora bien, la diferencia de capacidades que naturalmente hay entre los aspirantes, llevará al maestro a adaptar su lenguaje al nivel de comprensión de cada uno de estos. Un hadiz (un ‘dicho’) del profeta Muhammad dice: “hablad a los hombres según la medida de su comprensión y no según la medida de vuestra comprensión, para que Dios y sus mensajeros no sean desmentidos”. Entonces, la transmisión de la enseñanza espiritual se realiza a través de diversas clases de relatos: los contenidos en el Corán, en la Sunna (la colección de textos que relata el estilo de vida de Mahoma), los cuentos sufíes y también las historias de la vida diaria. La finalidad de todos ellos es la misma. Servir como instrumentos de iniciación y proporcionar un conocimiento salvador.

Al escribir de manera somera sobre un tema tan vasto como los cuentos sufíes, no podía dejar de mencionar a Nasrudín, aunque sea un breve apunte; al mulá (‘maestro’) Nasrudín, protagonista de muchas historias y anécdotas. Si lo desgranamos, su nombre sería algo así: Nasr-eddin, que en árabe significa ‘triunfo de la fe’. Muchos maestros se apoyan en este personaje mítico de la tradición sufí para hacer llegar sus enseñanzas. Copio a continuación una pequeña parte de lo que nos cuenta el maestro Idries Shah acerca del personaje y la sabiduría que encierra. Estas líneas puede leerse en Los Sufis, su libro más influyente. Fue publicado en el Reino Unido en 1964 y ayudó a convertir a su autor en uno de los principales divulgadores de la sabiduría sufí en Occidente. En España ha sido publicado por la editorial Kairós.

Sobre Nasrudín dice que es: “Una figura clásica inventada por los derviches, en parte con el fin de interrumpir por un momento situaciones en las cuales se esclarecen ciertos estados de ánimo. [...] Superficialmente la mayoría de los relatos de Nasrudín pueden usarse como chistes. Se cuentan una y otra vez en las casas de té y en las tertulias de las caravanas, en los hogares y por las emisoras de radio de Asia. Pero una cualidad inherente a los relatos es que pueden comprenderse en alguno de sus muchos niveles. Nos encontramos con el chiste, la moraleja y ese algo extra que conduce a la conciencia del místico potencial un poco más lejos en su camino hacia la realización”. Como vemos, Idries Shah describe muy bien los niveles de lectura a los que antes nos referíamos. Sobre la capacidad de estos cuentecillos para llevarnos un poco más allá de la esfera mundana, añade a continuación: “Puesto que el sufismo es algo que se vive, además de percibirse, un cuento del mulá Nasrudín no puede producir por sí mismo el esclarecimiento total. Por otra parte, tiende un puente entre la vida mundana y una transmutación de la conciencia de un modo que ninguna otra literatura ha sido capaz de alcanzar”. He aquí una de sus sutilezas:

Nasrudin solía cruzar la frontera todos los días con las cestas de su asno cargadas de paja. Como admitía ser un contrabandista cuando volvía a casa por las noches, los guardas de la frontera le registraban una y otra vez. Registraban su persona, cernían la paja, la sumergían en agua e incluso la quemaban de vez en cuando. Mientras tanto, su prosperidad aumentaba visiblemente. Un día se retiró y se fue a vivir a otro lugar donde años más tarde se encontró con uno de los aduaneros. Este le interpeló. —Ahora me lo puedes decir, Nasrudín, ¿Qué pasabas de contrabando, que nunca pudimos descubrirlo? —Asnos —contestó Nasrudín.

Este relato, que tiene su parte cómica, encierra una enseñanza fundamental. Idries Shah nos explica que, en un nivel más profundo, “pone de manifiesto una de las más importantes afirmaciones del sufismo: la experiencia sobrenatural y el objetivo místico está más cerca de la humanidad de lo que se supone. La suposición de que lo esotérico o trascendental ha de ser lejano y complicado procede de la ignorancia de los individuos, y esta clase de individuos es la menos indicada para juzgar la cuestión. Lo trascendental solo está lejos en una dirección que estos no comprenden”. El cuento que hemos escogido para la contraportada de la revista [y que incluimos al final de este artículo] también viene de la tradición sufí. Como explica Rumi, los griegos son los sufíes; carecen de estudios, de libros, de erudición, pero han pulido sus corazones y los han purificado del deseo, de la codicia y del odio. Esa pureza del espejo es sin duda alguna un símbolo del corazón que recibe innumerables imágenes. El santo perfecto conserva en su seno la infinita forma sin forma de lo invisible reflejada en su propio corazón.

El espejo”

Una vez llamó un rey a palacio a unos pintores de La China y de Bizancio; y les encargó decorar con frescos dos paredes que estaban una frente a otra. Los chinos pretendían ser los mejores artistas, mientras que los griegos reivindicaban la preeminencia en su arte. El rey ordenó que se corriera una cortina entre ambos grupos de artistas para que cada uno pintase sin darse cuenta de lo que hacían sus rivales. Mientras los chinos empleaban las mejores pinturas y desplegaban todas sus habilidades, los griegos se contentaron con pulir y lijar su pared sin descanso. Cuando los sirvientes del rey descorrieron la cortina todos los allí reunidos pudieron apreciar los magníficos frescos de los pintores chinos, reflejados en la pared opuesta, que brillaba como un espejo. Pues bien, todo lo que había visto el rey en la pared de los chinos parecía mucho más hermoso cuando se reflejaba en la pared de los griegos.

cuento narrado por Yusuf Ali Muñoz




Este artículo fue publicado originalmente en el número 6 de la revista anual de AICUENT, en la primavera de 2021.

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