Cántame un cuento

Marian López Muñoz

Trabajadora Social. Docente acreditada por AICUENT.

marianela5972@gmail.com

La música en general, y las canciones en particular, forman parte de mi día a día. La banda sonora de mi vida, desde mi adolescencia, está repleta de canciones de Silvio Rodríguez, Mercedes Sosa, Pedro Guerra, El último de la fila… y muchos otros cantautores e intérpretes que trasmiten de manera magistral las alegrías, los duelos y los conflictos del alma. Tengo impresos en la memoria viajes de juventud a Cabo de Gata en los que me recuerdo escuchándolos de manera repetitiva, como si aquellas canciones fueran un mantra. Yo sentía que canciones como “Gracias a la vida” en la voz de Mercedes Sosa, me iban sanando y reconciliando conmigo misma y con la vida. Varios años después, mi compañero de viaje en esos momentos, se convirtió en mi compañero de vida, y el día de nuestra boda, le canté esta misma canción, con sus “ojos claros” emocionados mirándome. El despertar de la adolescencia acompañada de estrofas que te invitan magistralmente a cuestionarte hasta el aletear de una mosca, lo efímero e inasible de lo vivido, como en la canción de Silvio Rodríguez que dice: “¿A dónde van las palabras que no se quedaron?, ¿a dónde van las miradas que un día partieron?, ¿acaso flotan eternas, como prisioneras de un ventarrón, o se acurrucan entre las rendijas buscando calor?; ¿acaso ruedan sobre los cristales, cual gotas de lluvia que quieren pasar?, ¿acaso nunca vuelven a ser algo?, ¿acaso se van?, ¿y a dónde van? ¿a dónde van?...

Tras sumergirme en el mundo de la Cuentoterapia, fui descubriendo que las canciones son obras de arte simbólicas que utilizan, al igual que los cuentos, metáforas para que su mensaje no pase por el filtro de la razón; no en vano, las canciones son cuentos cantados; historias de vida, de muerte, de dolor, de amor. Las canciones van cargadas de la sensibilidad del autor, tanto sus letras como las melodías. Al igual que los cuentos ilustrados, donde el mensaje lo encontramos tanto en el texto impreso como en las propias ilustraciones. Desde hace ya unos cuantos años, las canciones cumplen diversas funciones en mi vida: la de una caricia, la de despertarme. Las canciones me activan y tienen para mí un enorme poder de evocación. Tanto si escucho una de las canciones más antiguas, como alguna de las que han llegado a mí más recientemente, brotan casi de manera automática imágenes de cuentos a lo largo de la escucha. Creo que una canción tiene la capacidad de imprimir una imagen en la persona que la escucha en el momento adecuado, fácilmente rememorable posteriormente; al igual que los cuentos.

Cuando una canción me secuestra durante un tiempo, pienso que algo tiene que ofrecerme, creo que necesito oírla una y otra vez hasta que soy capaz de extraer su mensaje a un nivel más profundo, inconsciente. A los adultos nos sucede con las canciones algo comparable a lo que muchos niños experimentan con los cuentos porque, cuando un niño pide que se le cuente el mismo cuento durante varios días o meses... algo tiene que aportarle. Si lo hace es porque el cuento todavía sigue ofreciéndole claridad, una salida, un apoyo, una visión que le ayude a traspasar la situación que le mantiene preocupado.

Es bien sabido que no todas las canciones nos tocan, de la misma forma que no todos los cuentos ilustrados son capaces de estremecernos emocionalmente. Y hay canciones que resuenan de manera diferente dependiendo del momento vital en que se las ha escuchado; pasado un tiempo cobran nuevos significados porque las canciones, al igual que los cuentos, son polisémicas.

La canción “Volar” de El Kanka me evocó el cuento El abrigo de Pupa, escrito e ilustrado por Elena Ferrándiz. “Volar, lo que se dice volar... no vuelo. Pero desde que cambié el palacio por el callejón, desde que rompí todas las hojas del guion... si quieres buscarme, mira para el cielo... Desde que me deje el bolso en la estación y le pegué fuego a la tele del salón, te prometo hermano que mis suelas no tocan el suelo. Solté todo lo que tenía y fui feliz…” Esta canción es todo un grito que nos llama a soltarnos de las situaciones que nos esclavizan, esas que nos mantienen atadas a lo que no deseamos, las que no te enriquecen como persona. El miedo a lo que vendrá nos hace mantenernos en el área de confort, poner trabas al cambio. Como todos los cuentos que desde la Cuentoterapia denominamos emosémicos, la canción “Volar” produce un cambio de estado de ánimo. El final de esta canción imprime en nuestro corazón una sensación de ligereza, abre posibilidades, nos ofrece una salida a la situación. Nos grita: ¡Suelta los miedos y te sentirás más ligera!.

Tanto Los miedos de Pupa como la canción “Volar” me llevan a cuestionarme todas aquellas situaciones y acciones que me sacan de mi centro y me desconectan de lo que quiero y deseo hacer. Me invitan a mirarme y a reflexionar sobre aquellos miedos que no me permiten volar. Las alas, las plumas y el vuelo aparecen como símbolos del impulso hacia lo alto, hacia la inteligencia del alma.

En el cuento maravilloso “Madre Ballena” las dos palomas que se colocan encima de la ballena tienen la intención de estimular a Catalina para que salga del vientre del cetáceo. Allí dentro, ella se encuentra cómoda y las palomas pretenden despertar en ella un deseo de sublimación, que le haga pasar de un estado de desorden interior a la búsqueda de armonía. Las dos palomas impulsan a Catalina a superar los conflictos, a transcender una situación de dependencia y alcanzar la autonomía emocional. Una canción que asocié espontáneamente con este cuento maravilloso es “Vámonos al mar”, de DePedro. Su letra nos anima a acercarnos al mar. Yo siento que en esta canción hay una invitación a realizar un viaje a lo más profundo. Y tal vez el verso “hacer agujeros en la arena y tostarnos la melena” pueda vincularse simbólicamente con el episodio del cuento, en el que el hermano de Catalina pasa enterrado bastante tiempo en la arena hasta que su hermana, tras ser liberada finalmente del vientre de la ballena, logra rescatarlo. “Vámonos al mar, no hay quien pueda estar aquí; Vámonos al mar, estoy harto de sufrir; Hacer agujeros en la arena y tostarme la melena; Conversar con las doradas, mirar a mi princesa en la playa”

Escuchar una canción después de un cuento multiplica el potencial simbólico de este, ya que la música tiene una capacidad ancestral de conectarnos con nuestro mundo interno. La canción de Elena Gadel “Saltar al vacío”, es una de las que amplifican tanto el mensaje del cuento “Madre Ballena” como del álbum ilustrado Vacío, escrito e ilustrado por Anna Llenas. Los versos: “¿Quién te dijo a ti que iba a ser fácil?, ¿Quién te dijo a ti que iba a ser rápido?, ¿Quién te dijo a ti que no costaba?, ¿Quién te dijo a ti, quien te engañó?. Permítete saltar al vacío, permítete intentar y perder, que el miedo no te pise el instinto y las ganas de crecer”. Elena Gadel expresa de manera delicada y magistral las emociones que experimenta el héroe o la heroína cuando siente la llamada y comienza su camino de trasformación; éste o ésta saben que ya no hay vuelta atrás y que el miedo a lo que vendrá no debe impedir la partida.

El poema de Rosalía de Castro “Negra sombra”, al que Xoán Montes Capón puso música, ha sido interpretado por Luz Casal, elevando al máximo su potente mensaje. El sonido de las gaitas te trasporta a la Galicia profunda, la de las meigas, la de la Santa Compaña vagando en la noche sombría. Me evoca el álbum El gran Guerrero, escrito por Pello Añorga e ilustrado por Jokin Mitxelena.

Mi trabajo con familias en situación de vulnerabilidad social me ha llevado a buscar y utilizar cuentos que faciliten a los padres y madres la expresión del amor que sienten hacia sus hijos e hijas, para reforzar el vínculo afectivo entre unos y otros, tan dañado en muchos casos. Los álbumes ilustrados Mi amor y Lo que papá me ha dicho, de Astrid Desbordes, son dos de los que más utilizo. Animo a los padres a que, tras la lectura del cuento a sus hijos, alarguen el ambiente creado con la escucha de la canción “Para tu amor”, de Juanes, cuya letra dice: “Para tu amor, no hay despedidas. Para tu amor yo solo tengo eternidad. Y para tu amor que me ilumina, tengo una luna, un arco iris y un clavel. Y tengo también un corazón, que se muere por dar amor. Y que no conoce el fin. Un corazón que late por vos. Por eso yo te quiero tanto que no sé cómo explicar. Yo te quiero porque tu dolor es mi dolor .Y no hay duda. Yo te quiero con el alma y con el corazón.”. Los padres, en entrevistas posteriores, siempre me devuelven lo sanador que fue ese momento.

Cada vez que lo he leído, El cuento Madre, entre el día y la noche de Stéphane Servant, ha removido intensamente a las participantes del grupo terapéutico de mujeres con distimia en el que participo, dentro de mi trabajo actual en Salud Mental. Desde la visión y la vivencia de la hija, narra los cambios del estado emocional de su madre, de la presencia y las ausencias, y del amor y apoyo incondicional y comprensivo que la hija le presta en sus momentos bajos. La canción de Bebe “Cuidándote”, cuya letra dice “Despacito cuando tú dormías, ella te hablaba, te preguntaba, te protegía. Ella prometió darte todo, pero sólo pudo darte lo que tuvo. Para ti lo más hermoso era amanecer junto a sus ojos iluminando el mundo.”, funciona como un bálsamo para los hijos e hijas de esos padres y madres que han tenido limitaciones importantes en el desarrollo de sus funciones parentales.

Hay un sinfín de canciones y cuentos interconectados simbólicamente, y desarrollar esas interconexiones daría para varias sesiones. La tarea es ilusionante y con el tiempo no descarto preparar un taller al que podría llamar “Cántame un cuento” o “Cuéntame una canción”. Antes de acabar me gustaría citar unos versos del poema “¿Por qué cantamos?” de Mario Benedetti, que recoge el cantautor murciano Muerdo en la canción “Canto pal que está despierto”.

Canto pal que está despierto y pal que nada en su llanto,

canto pal que tiene miedo pero es capaz de enfrentarlo,

canto pa’ bien y pa’ mal y cantando me levanto,

canto por necesidad.

(Recita a continuación Mario Benedetti)

Cantamos porque el grito no es bastante
y no es bastante el llanto, ni la bronca
cantamos porque creemos en la gente
y porque venceremos la derrota.


Esta artículo fue publicado originalmente en el número 5 de la revista anual de AICUENT, e ilustrado por ella misma.

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