Términos que se entrelazan en la psicología jungiana y que intentaremos conocer y sobre todo experimentar a través de un viaje a través de un gélido y misterioso paisaje.

Para Jung el alma es, ni más ni menos, que la personificación del inconsciente. La imagen anímica de cada uno estaría representada por su opuesto sexual. “La imagen anímica es un arquetipo heredado, colectivo y que no tiene edad. Pero la experiencia que cada cual tenga del sexo opuesto puede modificarla”

James Hillman lleva al extremo la importancia de este potente arquetipo. En su libro “Reimaginar la psicología” afirma:

“Algunas tradiciones, de hecho, han llegado a decir que un individuo sin su propia figura del alma no es un ser humano. Un individuo así ha perdido su alma. Desde el punto de vista clínico, la pérdida del alma recibe el nombre de “despersonalización”.

Y concluye de forma contundente

“De ella depende mi fe en la realidad del mundo exterior y mi fe en mí mismo como persona. La realidad del mundo y de mí mismo depende de la fe del alma en mí. No se trata de si yo creo en el alma, sino de si el alma cree en mí, si me otorga la capacidad de tener fe en ella, en la realidad psíquica”.

Puede que nos sorprendan estas exageradas palabras, pero ¿le sorprenden a nuestro inconsciente?

LA REINA DE LAS NIEVES

En esta ocasión el cuento central de nuestro análisis no será un cuento maravilloso tradicional. La razón es la sublime potencia de este cuento de Andersen.

Si todos los cuentos hablan de un viaje, “La reina de la nieves” es posiblemente uno de los más completos, fascinantes y poéticos de todos. Algo más que un cuento, un “racimo de cuentos” dispuesto para estallar en nuestros paladares.

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