Mi relación con la imagen

Susana Rodriguez

Diseñadora gráfica con una década de experiencia profesional e ilustradora infantil, cuyo valioso trabajo puede apreciarse en http://www.susanaimagina.com/

 

Me llamo Susana y, aunque soy ilustradora desde hace mucho tiempo, acabo de empezar a dar los primeros pasos como profesional. Desde hace poquito he empezado a hacer los cursos de Cuentoterapia, en principio por mera curiosidad, pero me ha alegrado mucho descubrir en ellos muchas herramientas útiles para mi vida y mi trabajo. Estoy aprendiendo mucho del lenguaje simbólico, de cómo los “cuentistas” narran las historias, de cómo me siento niña cuando escucho un cuento, de la aplicación terapéutica de los álbumes...y eso son tesoros que, cuando me surgen dudas en medio de un dibujo, están ahí para darme soluciones.

También he descubierto compañeras y compañeros muy interesantes y muy “bonicos”, muchos de ellos escritores y algunos también ilustradores. En las conversaciones del café he visto que ha surgido repetidas veces el debate de oralidad vs. imagen. Es decir, si las ilustraciones son realmente necesarias, si coartan nuestra inventiva o por si el contrario colaboran en la historia, sobre todo en el tema del álbum ilustrado.

Estas conversaciones me han llevado a pensar qué relación tengo yo con la imagen y con el cuento, cuáles son mis recuerdos, qué me ha condicionado a amar los cuentos, por qué ese afán de dedicarme a la ilustración, si aporto yo algo al mundo con mi trabajo o por si el contrario contamino la creatividad infantil...en fin, que he echado la vista atrás y he intentado analizar los hitos más representativos de mi vida en relación a este tema. Quiero compartir estos momentos con vosotros para que podáis entender mi conclusión final. Os invito también a que exploréis vuestros recuerdos y valoréis su influencia en la actualidad. A mí, personalmente, me ha sorprendido.

¿Cuál es la primera imagen que recuerdo?

Si tuviera que quedarme con la primera imagen impactante, que aún hoy en día viene a mi mente de forma clarísima, no es ni mi padre ni mi madre ni ninguna escena idílica. Es el techo del dormitorio donde dormía con mis padres. Estaba forrado con una tela marrón con ondas dibujadas tal que así:

Recuerdo dormirme jugando a cambiar las ondas de dirección. Yo era capaz de cambiar el dibujo, interactuar con él. Era magia, y la hacía yo. Creo que eso me ha ayudado para colocarme en el lugar de creadora.

¿Y qué cuentos recuerdo?

Mi familia me contaba cuentos, pero no recuerdo ninguno en particular, quizá solo algunos retazos. Lo que mejor recuerdo es una coplilla que me medio cantaba mi abuela con un forzado acento gallego:

–Rapaz, a la escuela.

–¡Ay la mía pata!

–Rapaz, a comer.

–¿¡Dónde está la mía cuchara que ya no me duele ni pata ni nada!?

Y curiosamente, creo que no le puse nunca imagen al rapaz, el fotograma que viene siempre a mi cabeza es mi abuela contándomelo.

También tenía muchos libros de “Cuentos escogidos” y recuerdo perderme en las ilustraciones e intentar copiar a las princesas, entre ellas Piel de asno. Pero no recuerdo las historias, al menos hasta llegar a Cuentoterapia, dónde, al contar los cuentos, han venido a mi cabeza esas ilustraciones. Es decir, la única información que me ha quedado de los cuentos han sido las ilustraciones.

¿Cuál es mi primera ilustración?

En el colegio era una niña que dibujaba, según la profesora, muy por debajo del nivel que se suponía a mi edad. Por eso mis padres me apuntaron a clases extraescolares de dibujo y pintura. Empecé a evolucionar tan rápido que pronto destaqué dibujando complicados bodegones del natural. Pero un día, de forma excepcional, nos leyeron “Juan sin miedo” y luego tuvimos que hacer una ilustración. Me divertí mucho haciéndolo, sacando todos los detalles que vinieron a mi cabeza y materializándolos. Como en mi primer recuerdo, yo podía elegir la imagen que yo quería. En ese momento, me enamoré de la ilustración.

¿Cómo me han influido las imágenes de mi infancia?

Como ya he dicho, me gustaba ver y copiar (incluso hasta plagiar) los dibujos de los libros. De hecho, con todo este tema, he estado viendo mis libros de infancia, los de iniciación a la lectura, de cuentos...y he encontrado algo muy interesante. Sin saberlo, inconscientemente, he repetido algunos de los dibujos de esos libros muchos años después, pensando que la creación era mía. Os dejo uno de los ejemplos que más me ha sorprendido:

El libro es mi primer libro de lectura y el cuadro, un autoretrato mío que hice en la universidad. La imagen estaba grabada en mí, hasta tal punto que era parte de mí, de mi persona, de mi forma de ser. En mi búsqueda he encontrado otros paralelismos, pero sin duda, este ha sido el más sorprendente.

Entonces, ¿libros con ilustraciones?

Cuando supe leer bien, pasó algo. No soportaba las ilustraciones de los libros. Me fastidiaba enormemente encontrar imágenes descuadradas con la historia, que aparecían dos hojas después, con personajes que no eran los que yo veía en mi cabeza, en escenas que nada tenían que ver con el texto. Si el libro tenía ilustraciones, por bonitas que fueran, no lo quería. Y sin embargo, simultáneamente, empezaba yo a dibujar más, a crear “mis cosas”, a hacer cómics de las aventuras con mis amigas, ilustrar canciones, dibujar brujas y duendes... tenía necesidad de construir mi universo visual.

¿Y cuándo vuelvo a amar los libros ilustrados?

Estando ya en la universidad, estudiando Bellas Artes, iba a la biblioteca y, como me gustaban las películas de animación, tenía que bajar a la planta infantil a por DVDs. Un día, expuesto sobre las estanterías, estaba Princesas olvidadas o desconocidas, de Philippe Lechermeier y Rébecca Dautremer. Y me fascinó. Las imágenes contaban una historia paralela al texto, pero a la vez complementaria. Texto e imagen bailaban juntas, la imagen no era un acompañamiento forzado, era parte necesaria de la estructura. Además no era una imagen que yo pudiera imaginarme al leer el texto, tenía que leerla visualmente y me aportaba más detalles.

Haz que se destaque

Sea lo que sea, la manera en la que cuentes tu historia en línea puede marcar la diferencia.

¿Y qué me lleva a pensar todo ésto?

Tras este pequeño autoanálisis he descubierto que hay muchas imágenes que influyen en mi visión y en mi forma de hacer las cosas. Pero son imágenes que guardo con cariño y gusto. Me agrada que estén en mí. Y, aunque me influyan, no merman mi capacidad creativa, más bien al contrario. Aunque haya visto muchas Caperucitas, sigo siendo capaz de construir la mía propia, pero en su ADN llevará a todas. Y cada persona hará la suya, no habrá nunca dos iguales aunque se parezcan, como las huellas dactilares. Por eso hemos visto tantas Caperucitas.

En resumen, creo que, si gozamos de vista, no se puede vivir sin estar influenciado por las imágenes. Crecemos con todo lo que vemos, y todo lo que vemos pasa a un archivo mental que es parte de nosotros. Cuanto más nos impacte, más presente estará en nosotros.

Ese archivo mental de imágenes y experiencias nutre nuestro “universo”. Así se suele llamar a ese espacio que tienen los creadores en su cabeza y que mana en sus obras. Porque es parte de la identidad propia y no se puede esconder. Ese es, según mi criterio, el pilar que diferencia una buena obra de una mediocre. Que una ilustración o cualquier creación artística, ya sea sencilla o compleja, lleva impreso el mundo de su creador. Es la destilación de un universo personal. Y ese es el verdadero trabajo de un creador, alimentar su mundo interno para sacar una obra que alimente a quien la vea.

He llegado a la conclusión de que no podemos dejar en las imágenes una responsabilidad que nos pertenece a nosotros. No es justo decir que una ilustración capa tu capacidad de crear tu propia imagen. Por esa regla de tres, podríamos decir a un escritor que, como ya ha escrito esa historia y la he leído, me quita a mí la posibilidad de inventármela. Al contrario, al leer su obra, mi cabeza es capaz de crear imágenes nuevas, composiciones que antes de leer la obra, seguramente, no hubiera llegado a crear nunca. Utilizo su escrito para nutrir mi universo. Y en sentido opuesto ¿no hay muchas historias que nacen de una imagen, de una foto, de un instante?

Nuestras creaciones son semillas que viajan hasta otras personas. En algunas, no tendrá ningún impacto, pero en otras, germinarán y pasarán a formar parte de sus universos personales. Y con ello, crearán nuevas cosas. Pero ese proceso ya no nos pertenece, no podemos hacer nada ni controlarlo. Solo podemos (y debemos) nutrir esas semillas. Pero no por los demás, si no por nosotros mismos, para vivir en un rico universo.


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