A veces, no hay que cambiar el rumbo, tan sólo el punto de vista.
Dar la vuelta al mundo, sin tan siquiera movernos y así entenderlo mejor.
Aquietar el ritmo. Respirar el silencio. Escuchar el crujir de nuestros pasos al caminar.
Y parar.
Colgar las botas que marcaron nuestro trayecto.
Y esperar.
Salir del barrizal.
Y observar.
Alzando la mirada. Descalzando el porvenir.
Y enraizando en el cielo los sueños rotos, los anhelos aún por cumplir.
Y mientras, digerir el ritmo pausado de un alto en el camino, de un momento de inflexión.
Sentir el latido que hace girar el mundo.
Abrir los brazos al que camina junto a ti.
Escucharnos por dentro. Escuchar al otro, atentos.
Palparnos desde lo más profundo. Abrazar lo ajeno.
Y descansar. Así, sin más.