Gigantas y ogresas en los cuentos de tradición oral
Carmen Clemente Abenza
Terapeuta Gestalt. Narradora especializada en tradición oral y género. Docente de AICUENT.
He tomado El título del IV Encuentro Internacional de Cuentoterapia: “Ogros y ogresas, gigantes (y otros molinos) en los cuentos maravillosos”, me invitaba a investigar por pura curiosidad sobre ogros y gigantes en femenino; para ver cómo se comportan, qué funciones cumplen estos personajes en los cuentos y qué nos enseñan. Para ello comencé a releer las recopilaciones de cuentos que tenía a mi alcance, buscando relatos de ogresas y gigantas y encontré una cosa curiosa: los gigantes y ogros son personajes resevados mayoritariamente al género masculino y en el femenino lo que más aparece son las brujas. ¡Vaya! ¿Cómo es que abundan las brujas pero no las ogresas o gigantas?”. Me hice esta pregunta en voz alta y mi hijo, que la escuchó, me respondió espontáneamente: “igual no se concibe la idea de una mujer enorme, fuerte y bruta, aunque sea en un cuento”. Y dando vueltas a esta respuesta comencé mi exploración.
Busqué en mis diccionarios de símbolos a la ogresa y a la giganta y sólo encontré a estas descomunales criaturas imaginarias en masculino. Así que entendí que estos personajes femeninos participarían de las mismas cualidades que sus compañeros del género masculino. Según los diccionarios el gigante representa la fuerza bruta, lo corporal, lo desmesurado, lo invencible, lo violento, y su aspecto es espantoso; aún así, en algunos casos un gigante puede llegar a ser un amigo. El ogro recuerda a los gigantes, aunque tiene un punto diferente, es devorador. Si nos acordamos del cuento de Pulgarcito, sabremos que los niños son su comida favorita. Una imagen impactante y bastante representativa la tendríamos en la obra de Goya “Saturno devorando a su hijo”. Ana Cristina Herreros, en su Libro de monstruos españoles nos aporta una idea valiosa. El gigante representa nuestro miedo a lo que no tiene medida, a aquello que por sus dimensiones escapa a nuestro control y podría hacer daño aun sin intención. La inteligencia, eso lo sabemos bien, no es una cualidad que defina al gigante y al ogro, y esto nos habla de su naturaleza impulsiva y no racional. Pensando en las cualidades de ambos seres volvemos a recordar a los Pulgarcitos, a los sastrecillos valientes, a Jack el de las habichuelas mágicas, personajes que siendo apenas niños vencen con un poco de astucia a gigantes u ogros.
¿Cómo sería comer niños en femenino? El personaje sería una giganta u ogresa violenta, espantosa, bruta, devoradora de niños. ¿Existe Cronos en femenino? Sé de la existencia de diosas devoradoras como Kali, pero ellas representan para mí, más bien el ciclo de la vida y la muerte. Yo busco eso de de comerse a los propios hijos, o al menos a niños, por el gusto de saborearlos. Y bueno, en los cuentos sí que hay mujeres que comen niños, sin ir más lejos la bruja de “Hansel y Gretel”, un cuento conocido en nuestra cultura española como “La casita de chocolate (o de turrón)”. También busqué en mis diccionarios el artículo dedicado de la bruja, para poder establecer las diferencias entre estas y las ogresas/gigantas, si las hubiera. Leo que la bruja personifica la naturaleza en su aspecto oculto y que se pone énfasis en su poder mágico para desconcertar, hechizar, confundir. Que son mujeres poderosas, sabias, que usan su poder a su antojo y que esto nos asusta, nos lo añade Ana Cristina Herreros en su Libro de brujas españolas.
También es interesante, como más adelante veremos, prestar atención al simbolismo del cíclope, por su relación con los gigantes, y mucho más con el ogro, que destaca por representar los poderes brutos e instintivos de humanos y animales. Estos poderes básicos nos hablan de ese potencial inconsciente y salvaje que puede llevarnos a devorar nuestras propias obras, si no ha sido bien canalizado. En nuestros cuentos a la cíclope se la conoce como “ojanca” u “ojáncana”. De nuevo, Ana Herreros nos ilustra contándonos que la hembra del cíclope es feroz, que tiene un solo ojo y unas tetas que le llegan a la cintura, que come bebés humanos y que a veces, si se conoce el truco, se las puede socializar y hasta lograr que dejen de comer gente. Como vemos, lo que iguala a las brujas y a las ogresas/gigantas/cíclopes es su poder y el miedo que este concita; un poder que en unas es obtenido por el conocimiento y la inteligencia, y en otras por la fuerza bruta. Por otro lado, una de las mayores diferencias entre la bruja y la ogresa es la naturaleza devoradora de la segunda. Por tanto, independientemente de cómo nombren al personaje algunos cuentos, para discernir entre la bruja y la ogresa tomo como criterio que su comportamiento sea devorador o caníbal, o que no lo sea.
Antes de seguir contando a dónde me ha llevado esta investigación, que no es científica y ni siquiera se apoya en una búsqueda exhaustiva dentro de las recopilaciones de cuentos consultadas, quiero dejar claro algo. No tengo ningún interés en buscar a personajes femeninos negativos por aquello de tener paridad en todo; en realidad me interesa más reflexionar sobre lo desmesurado y sobre cómo es que se tiende a suavizar estos aspectos impulsivos, agresivos, dañinos, brutos, de los que también participamos, como seres humanos, las mujeres. Conviene saber que personajes como la ojáncana están ahí para evitar que estos rasgos de nuestra naturaleza nos jueguen una mala pasada; porque lo que queda oculto, reprimido, negado, tiende a mostrarse de formas más sutiles, retorcidas, a veces impulsivas e irracionales; y esto sí que da miedo.
Bueno, teniendo presentes los símbolos mencionados hasta aquí, me paseo por las recopilaciones de cuentos indicadas en la bibliografía y descubro que las mujeres, concretamente las madres devoradoras, son los personajes que más se repiten. Y encuentro algunos hechos curiosos. Por ejemplo, en las versiones de “La casita de chocolate” recogidas tanto por Julio Camarena como por Ana Herreros -tituladas “Madre ojanca”, con o sin artículo-, no hay una bruja sino una cíclope, y sus víctimas son un hijo y una hija. La ojanca cumple aquí la función de madre en negativo, de tal manera que a través de este personaje estaríamos hablando del miedo generalizado a que nuestros hijos crezcan, de cómo los sobreprotegemos y les damos muchos dulces, para que se queden con nosotras. La ojanca nos muestra que detener el desarrollo personal de los hijos puede tener consecuencias mortales. Vistos desde otro lado, el de los hijos, estos cuentos exploran tanto su miedo a ser abandonados como a ser devorados por los padres (en este caso, la madre).
Y si estas versiones les parecen muy brutas, esperen a leer lo siguiente. Circulaba por el campo de Cartagena un cuento llamado “Periquitico y Periquitica” en el que la madre mata al hijo cortándole la cabeza, para después desmenuzarlo, cocinarlo y servírselo como comida al padre. En el cuento no hay ninguna motivación que pudiera justificar esta truculenta conducta, lo que puede dejarnos con una sensación de desasosiego importante. De este cuento he encontrado dos versiones, una en la antología de José María Guelbenzu, “La hornera malvada”, y otra en la de Camarena, “Bernardo”. En ambos casos la madre/madrastra/ogra, hace las funciones de madre devoradora. No obstante los lectores pueden respirar con tranquilidad, porque al niño lo salva su hermana, que logra resucitarlo. Así pues, en este cuento hay un femenino devorador y un femenino salvador. Queda claro que aquí la madre negativa tiene un plus de maldad importante y no duda en usar a sus hijos para satisfacer sus propios intereses.
Hay versiones de Blancanieves en las que aparece una madrastra que se comporta como una ogra, al ordenar que maten a la heroína y pedir que le traigan su corazón para comérselo. Encontramos una en el “Cuento de los ladrones”, recopilado por Julio Camarena. ¿A que tiene miedo aquí la madrastra? Sencillamente a envejecer y la hija, en este caso, es un insoportable testigo del paso del tiempo. Hay varias formas de sentir cómo pasa el tiempo y de entre ellas quiero destacar dos; una es ver crecer a nuestros hijos y la otra mirarnos en el espejo. Ambas formas se recogen en el cuento. Si apareciera ese miedo a que se nos acaba nuestro tiempo, ¿Qué haríamos para detener el tiempo? ¿Comernos el corazón de nuestra hija? Tomado literalmente parece muy salvaje. ¿Y sin en lugar de esta salvajada lo que hacemos es evitar que vaya creciendo? ¿Cómo se nos muestra simbólicamente este deseo de interrumpir el desarrollo de una hija? En la conocida versión de los hermanos Grimm la bruja ofrece primero un corpiño, después un peine y por último una jugosa manzana. Los tres son símbolos que remiten en diferente medida y con distintos matices a la iniciación de la mujer en la vida adulta: al despertar de los impulsos sexuales, de la sensualidad, de la energía juvenil, y también de la vanidad. Y esto es lo que no soporta ver la madrastra, y por ello no duda en matar a su hija. Desde el punto de vista de la hija, “El cuento de los ladrones” explora, entre otras cosas, el miedo de toda hija a crecer, a ocupar su lugar como mujer y a lo que ocurrirá entre ella y su madre cuando este momento de su vida llegue.
Para seguir con las relaciones entre madre e hija, vamos a sumar a este paseo por mis recopilaciones, un cuento incluido en el Pentamerón de Basile, “Petrosinella”. Es una versión de otro que nos sonará más, “Rapunzel”. Aquí no hay bruja, sino una ogra. De nuevo su función es la de una madre negativa, castradora. “Petrosinella” nos habla del miedo a que nuestra hija crezca y se convierta en una mujer que tome decisiones acerca de su futuro y de su sexualidad. Y para que esto no ocurra se nos pasa por la cabeza -como a la ogra- eso de encerrarla en una torre, creyendo que así no ocurrirá nada. ¡Que levante la mano quien no haya deseado proteger a sus propios hijos o hijas para que no sufran! También del Pentamerón es “La paloma”, un cuento donde es la hija de la ogresa quien salva al príncipe y se casa con él. “La paloma” es una variante de “Blancaflor” pero con una ogresa en el lugar del diablo. En este cuento también se explora el miedo a que nuestra hija crezca y encuentre a su propia pareja, y también la agresiva animadversión de la suegra hacia el yerno. Porque, ¿quién va a querer a nuestra hija más que nosotras, sus madres?
El punto de vista de los hijos es representado en un par de cuentos bastante interesantes. Unos de ellos fue recogido por Julio Camarena y se titula “El gigante y la giganta”. En este cuento la giganta es una mera consorte que está viviendo tan tranquila con su gigante cuando el héroe viene a robarles para demostrar su valía como hombre. Los gigantes realmente no hacen nada dañino al protagonista, sin embargo éste debe matarles para conseguir ser un hombre completo. Desde un punto de vista freudiano estamos ante aquello de cortar la cabeza a los padres para poder iniciar una vida independiente. Papás, mamás, preparémonos para el hachazo que nos darán nuestros hijos e hijas. En “El gigante y la giganta” hay algo que nos recuerda a “Jack y las habichuelas mágicas”. Aunque al comienzo de este cuento la ogresa se muestra maternal con Jack, cuando llegamos al final escuchamos cómo el muchacho no duda en cortar el tallo de la mata de habichuelas para poder matar al ogro. ¿Es ese tallo un cordón umbilical?
En el cuento “Verde Prato”, recogido también en el Pentamerón de Giambattista Basile, volvemos a encontrarnos con el punto de vista de los hijos, sólo que en este caso con una heroína como protagonista. Hablando entre ellos, un ogro y una ogresa que no han hecho nada malvado, ofrecen a la heroína la solución para que pueda salvar al príncipe. La heroína no duda en matar a la pareja para sacarles la grasa que permitirá curar a su amado, porque esta grasa es sanadora. A nuestra parte racional le chirría que dos personajes tengan que morir si no han hecho nada. Pero cuando nuestros hijos e hijas inician su propia vida en pareja, nosotros morimos como padres o madres. Una relación de dependencia tiene que morir y a la vez los padres seguimos actuando como donantes positivos para ellos, al ofrecer un amor que tanto les servirá en su vida futura.
Más amable es “El candado”, un cuento también recopilado Basile donde un príncipe es hechizado por una ogresa. Recuerda al mito de Eros y Psique, y su hechizo se rompe así: “Y al volver el joven por la noche, la reina, que estaba ojo avizor y no andaba limpiando lentejas, reconoció en él a su hijo y lo estrechó entre sus brazos. Y como quiera que la maldición que una ogra le había echado a ese príncipe era la de que debía errar siempre lejos de su casa mientras su madre no lo hubiese abrazado y el gallo no hubiese dejado de cantar, apenas se halló entre los brazos de su madre se deshizo el hechizo y terminó el triste influjo”. La ogra representa la función de madre negativa, mientras que la madre que abraza a su hijo demuestra que el amor actúa como un ensalmo que deshace los hechizos. En “Paloma blanca”, otro cuento recogido por Ana Herreros, encontramos a una giganta que ayuda al héroe a rescatar a su amada. En este caso hablamos, pues, de una mamá positiva con función de donante. Y en el mundo de las ogras y las gigantas las apariencias también a veces engañan. Eso es lo que sucede en “Las tres coronas”, también incluido en el Pentamerón. La heroína es secuestrada y llega a casa de una ogra que al principio parece cumplir la función de madre negativa, pero que al final resulta ser una donante que ayuda a la protagonista en su desarrollo personal.
Existen tres versiones diferentes de ”La bella durmiente” en las que el personaje devorador desempeña otra función, la de mujer del rey. Estos tres cuentos se titulan “Águila la hermosa”, “Sol, Luna y Talía” y “La princesa dormida”, y fueron recogidos por Camarena, Basile y Guelbenzu respectivamente. En los tres es la mujer del rey quien manda matar a los hijos ilegítimos que su marido ha tenido con una amante, después los cocina y se los da de comer a su marido. Son relatos sobre la venganza, en los que el asesinato es cometido con premeditación y alevosía. Nos hablan del disfrute que proporciona vengarse del propio marido a través de los hijos. Puede parecernos que por su crueldad no hay lugar para estos cuentos en nuestro mundo, sin embargo los sentimientos que despiertan en nosotros están a la orden del día. Pensemos en el sentimiento de traición que acompaña a las infidelidades y en todos los divorcios conflictivos que conocemos.
Como dije antes a propósito de “El cuento de los ladrones”, una versión de “Blancanieves” recopilada por Julio Camarena, tomarse al pie de la letra estos actos de venganza suena como muy escabroso. Sin embargo, si los leemos desde su simbolismo, metafóricamente, experimentaremos emociones que no nos resultan extrañas y que nos hacen meditar sobre algunas de nuestras reacciones ante hechos equiparables a estos; sobre todo si hemos sufrido esta clase de experiencias. Comprendemos a la mujer despechada pero también nos satisface que encuentre su castigo. Otro cantar es cómo nos sienta a las mujeres que el rey no tenga ninguna responsabilidad en los hechos. Y ahí es donde creo que aparece este afán de venganza. Podremos sentirnos identificadas con ese afán, pero no por ello dejará de ser cierto que una asesina debe recibir su castigo. Y el rencor hacia el ex marido habrá que tratarlo en terapia para evitar dañar a los hijos, porque ellos no tienen culpa alguna. Por otro lado, no deja de ser divertido ver la cara de las personas que escuchan, por primera vez y sin censura, las versiones más antiguas de “La bella durmiente”. Tengo que señalar que existen otras versiones de este cuento en las que la ogresa es la madre del rey y no la esposa. En estas versiones estaríamos enfrentándonos a una situación edípica no resuelta por parte de la madre. La madre del joven rey alberga el deseo de eliminar cualquier relación afectiva satisfactoria que este pueda tener; cualquier acción que lo lleve a separarse de ella, cualquier acción encaminada a su desarrollo.
Me ha llamado la atención que la ogresa, ojanca u ojáncana del cuento “La madre ojanca” y las versiones mencionadas de “La bella durmiente”, “Blancanieves”, “Hansel y Gretel” y “Ranpuzel” hayan sufrido una transformación. ¿Por qué en sus comienzos eran ogras y no brujas? ¿Es fruto de la influencia de los Grimm? ¿Se debe a que en estos tiempos de imágenes y estética “cool”, es difícil aceptar a una mujer poderosa, enorme, fea, forzuda? ¿Es más fácil aceptar a una madre bruja que a una madre ogresa? Aún cumpliendo la misma función castradora, no nos produce el mismo miedo -al menos a mí no-, una bruja que una ogresa. Hay algo feroz y terrorífico en una ogresa. ¿Estoy desvariando? Pues para Dorothy Bloch, psicoanalista y autora del libro Para que la bruja no me coma, era algo cotidiano escuchar en su consulta a niños que tenían fantasías en las que sus padres los asesinaban. Para defenderse de esta idea tan espantosa, el miedo del niño es desplazado hacia figuras como los monstruos, preservando así la imagen idealizada de sus padres.
Si bien, como señalé más arriba, hay unos poquitos cuentos donde la ogresa/giganta hace de donante y ayuda al héroe u heroína a conseguir su propósito, en la mayoría de los cuentos mencionados su función es la de madre negativa y devoradora. Las ogresas y las gigantas parecen avisarnos de que cuando las madres impiden el crecimiento de sus hijos e hijas (ya sea por celos, por envidia de su juventud, por egoísmo…), unos y otras deben vencer a la ogresa y salir de esa esfera materna antes de ser devorados. Se gana con ello nuestra propia autonomía, pero vivir nuestra propia vida supone abandonar para siempre la fantasía de que se puede recuperar el paraíso perdido.
Bibliografia consultada:
Diccionario de símbolos. J.C. Cooper. Editorial Gustavo Gili.
Diccionario de símbolos. Jean Chevalier. Herder.
Libro de monstruos españoles. Ana Cristina Herreros y Jesús Gabán (ilustraciones). Siruela.
Libro de brujas españolas. Ana Cristina Herreros y Jesús Gabán (ilustraciones). Siruela.
Catálogo tipológico del cuento folklórico español. Julio Camarena y Maxime Chevalier. Gredos.
Pentamerón. El cuento de los cuentos. Giambattista Basile. Siruela.
Cuentos populares españoles. José María Guelbenzu. Siruela.
Para que la bruja no me coma. Dorothy Bloch. Siglo XXI.
Este artículo fue publicado en el número 5 de nuestra revista anual y compartido, como ponencia, en la jornada inaugural del IV Encuentro Internacional de Cuentoterapia, celebrado en Albacete en diciembre de 2019.