Juntos: una nueva forma de ver la igualdad

Miriam Díez Veza

Licenciada en Derecho. Docente de AICUENT. Narradora oral. Tallerista. Creadora de títeres.

Somos muchos los profesionales que llevamos tiempo inmersos, a nivel educativo, en la tarea de intentar mostrar que la igualdad, la coeducación, es algo imprescindible en nuestras aulas. Hace ahora quince años que puse en marcha, junto con otras compañeras, El paraíso del cuento, un proyecto cuyo objetivo es abordar cuestiones tan importantes como la coeducación, el absentismo escolar o el acoso a través del arte de la narración oral. Hace algunos años menos, desarrollamos actividades con las que tratamos de hacer entender que el feminismo, es la búsqueda de la igualdad entre hombres y mujeres, y que no hay profesiones que tengan que ser diferenciadas por género, ni colores que pertenezcan a uno u otro, porque todas y todos somos capaces de hacer las mismas cosas. Los colegios e institutos acogen estas propuestas, los ayuntamientos nos proporcionan un protocolo acerca del buen uso del lenguaje, un uso inclusivo... aparentemente esto debería haber dado buenos resultados, pero no ha sido así.

Durante todos estos años hemos intentado empoderar a la mujer, ayudarla a que descubriera lo que realmente podía hacer, a que comprendiera que las limitaciones eran impuestas, que les habían sido inculcadas durante años. Y Para llevar a cabo esta misión empezamos a contar cuentos sobre princesas listillas y príncipes cenicientos -como los que aparecen en los álbumes escritos e ilustrados con ironía y desenfado por Babette Cole-, y también contamos cuentos sobre princesas vestidas con una bolsa de papel -como la que protagoniza el álbum de Robert Munsch-, princesas que al final conseguían salvar al príncipe y además dejarlo en evidencia, como un bobo. Pero después de un tiempo vimos que esto no sólo no había tenido una repercusión beneficiosa sino todo lo contrario. Cuando volvíamos cada año a los institutos para realizar las jornadas programadas por el 8 de marzo o el 25 de noviembre nos encontrábamos con que ni ellas ni ellos querían hacer este tipo de actividades; ellos porque se sentían agredidos y ellas porque sienten que el maltrato y la discriminación era algo que se daba antes, y siendo así, no tienen por qué pagar ellas las consecuencias.

Para terminar de comprender el sentir de los muchachos, tuvo que ocurrir algo que me abriera los ojos porque, en ocasiones, como es sabido, lo urgente no te deja ver lo importante. Antes de que se desatara la pandemia ocurrió algo que me dio directamente en la zona de flotación, y así fue cómo me di cuenta de que algo estaba pasando y que no era bueno. Fue durante una jornada que realizamos en un centro de reeducación, antiguamente llamado “reformatorio”, un centro donde están recluidas personas con medidas judiciales graves y reiteradas. Todos eran chicos de entre catorce y dieciocho años, de los que casi el cuarenta por ciento se encontraban allí por haber agredido a sus madres o parejas. El lema de la jornada era “Igualdad y coeducación” y yo decidí contarles la versión de Caperucita Roja que incluyó James Finn Garner en sus Cuentos políticamente correctos. Cuando acabé de contarlo se levantó un chaval y dijo que yo era otra de las que venía a decir que a los hombres hay que darles un hachazo. Otra más que viene a decirnos lo malos que somos. La docente que en ese momento nos acompañaba me dijo: “mejor cerramos la sesión y así evitamos el conflicto”. Pero, obviamente, yo no podía dejarlo ahí, y le expliqué al chaval cuáles eran los problemas ocasionados por el patriarcado, le hablé sobre la falta de derechos que habían sufrido las mujeres durante muchos años y aún hoy en día, y él me dijo: “Sí, ¿pero qué culpa tenemos nosotros? Así no vamos a solucionar nada porque cada vez os tenemos más manía y os entendemos menos; es como si quisierais que desapareciésemos”.

En ese momento me planteé que algo estábamos haciendo mal, si ése era el sentir de estas personas. Entonces me propuse hacer un cambio de mirada, y me pregunté: ¿Qué es lo que hemos estado haciendo hasta ahora? ¡Divide y vencerás! Así es, y hasta que no vayamos de la mano, hasta que no consigamos unir nuestras fuerzas para luchar contra las injusticias, no podremos solventar nada. Tenemos que estar unidos en esta lucha, en la reivindicación de los mismos derechos económicos, sociales, personales para hombres y mujeres. Solemos pensar o sentir que uno tiene que perder para que el otro gane, y eso dista mucho de lo que queremos conseguir. Pensando en ello me di cuenta de que hay un rasgo de los cuentos maravillosos que se nos ha escapado, la unión del masculino y femenino al final del cuento constituye un matrimonio sagrado que nos habla de esa necesidad de unión equilibrada entre hombres y mujer.

A partir de ahí mi visión sobre las jornadas de igualdad cambió, pensé en cómo podríamos encontrar, ante la injusticia, una forma de unirnos. Ser capaces de comprender que no tiene sentido no intervenir ante ciertas cosas, es más, que deberíamos levantarnos antes cualquier tipo de injusticia y alzar la voz para que no suceda de nuevo, y hacerlo sin dividirnos en bandos, en víctimas y verdugos, sino aunando fuerzas. Desde el principio de los tiempos los cuentos nos dan las pistas, nos proporcionan el mapa de la conciencia; sólo que a veces nos despistamos, nos perdemos. Fue así cómo tomé la decisión de ir a los institutos aplicando un cambio de estrategia. En lugar de usar cuentos donde ellas se vieran empoderadas en detrimento del masculino interno, lo que intenté fue diseñar una sesión de cuentos donde viéramos qué problemas tiene cada género y cómo podíamos ayudarnos a que estos problemas no se dieran de nuevo.

Durante todo el año pasado y lo que llevamos de este, nuestra participación en las jornadas sobre igualdad que se realizan en los centros educativos es distinta. Empezamos la sesión de cuentos con “Una leyenda hindú”, un relato incluido en el libro Aplícate el cuento, de Jaume Soler y Mercè Conangla, que habla sobre la búsqueda de la felicidad y sobre cómo nos la quitaron y escondieron para que los seres humanos jamás lleguemos a encontrarla... pues buscar dentro de cada uno es algo muy complicado. Después nos ocupamos de los problemas de comunicación, porque necesitamos preguntarnos porqué no somos capaces de entendernos si buscamos lo mismo. El álbum ilustrado Dos monstruos, de David Mckee (editorial Anaya, 2007), nos hace ver que hablamos de lo mismo, solo que cada uno entiende una cosa distinta. Tenemos algo que nos une y eso es la falta de comunicación. Da igual que seamos hombres o mujeres, porque las personas de ambos géneros tenemos un mismo problema a la hora de comunicarnos: no practicamos una escucha activa.

Ahora, una vez planteadas estas cuestiones ya podemos hablar de género y lanzar la pregunta: ¿Qué se nos pide a cada uno de los géneros simplemente por el hecho de nacer hombre o mujer? (Soy consciente que esta dualidad no es real, pues hay personas que no se identifican con ninguno de estos dos géneros, pero entiendo que necesitamos ir solventando los problemas uno a uno, que antes de correr necesitamos caminar y que antes de caminar necesitamos gatear. Así que, si somos capaces de luchar por esto, seremos capaces de tener la mente abierta para hacer una correcta labor de inclusión). Hacemos las dos preguntas a todo el grupo. Cuando pregunto a ellos y ellas: ¿qué creéis que se pide al género masculino cuando nace?, no os podéis imaginar las respuestas que dan. Si nos hubiéseis acompañado a algunos de los institutos donde realizamos esta sesión de cuentos, pensaríais que estábais en los años 50. Un 80 o 90% contestaron que a los hombres se les pide que sean fuertes, que traigan dinero a casa, que no muestren sus sentimientos, que no lloren. Y lo decían porque lo creían, no porque estuvieran haciendo una lista de estereotipos. (Sí, sé que en estos momentos no os llega el aire a los pulmones y que os decís que no es posible que estemos en el 2022, pero esto es lo que ellos nos dicen). Para un caso como este viene bien contar el cuento Los monstruos grandes no lloran, que es un álbum ilustrado de Kalle Güettler, Rakel Helmsdal y Áslaug Jónsdóttir (editorial Sushi Books, 2014).

Sólo después de compartir este álbum les preguntamos: ¿Qué creéis qué se pide al género femenino cuando nace? Aquí sí que se te corta la respiración por completo. Empiezan a salir respuestas tan anacrónicas cómo: a las mujeres se les pide que tengan hijos y que los cuiden, que cocinen, que limpien, que sean sensibles, que estén siempre guapas, etc. Aquí compartimos La niña y el monstruo, el álbum ilustrado de Neil Irani & Park Yun (publicado en 2012 por la editorial Juventud). Lo hacemos porque somos conscientes de que los estereotipos acerca de la imagen corporal, hacen que muchas de ellas tengan una autoestima muy baja. Después de poner sobre la mesa los estereotipos de género, sondeamos qué miedos tenemos todos y todas apoyándonos en la lectura de El abrigo de Pupa, el álbum ilustrado de Elena Ferrándiz (editorial Thule, 2010). Después de ver que nuestros miedos son muy similares estamos más cerca los unos de los otros.

Por lo tanto, si hasta ahora hemos actuado según las etiquetas que nos han puesto, lo que tenemos que hacer es quitárnoslas, y para ayudarnos a hacerlo contamos con un álbum como La fábrica de etiquetas, de Emma Piquer Caro & Calle E.C.G. (editorial Juventud, 2021). Ya con un poco más de conciencia acerca de nuestros propios estereotipos podemos plantearnos qué solución puede tener esto. Es entonces cuando contamos Por cuatro esquinitas de nada, el sencillo y esclarecedor álbum ilustrado de Jerome Ruillier (editorial Juventud, 2014), porque todas y todos tenemos cierta responsabilidad ante situaciones de este tipo. Sabemos positivamente que hay que cambiar el mundo, afrontar el maltrato y la discriminación hacia la mujer, y tal vez sea la visión, la forma de actuar, aquello que tengamos que cambiar. Eso es lo que nos enseña este cuento, porque parece que no pasa nada pero sí que pasa y la gente sufre por ello: necesitamos desterrar los micromachismos, superar la falta de autoestima. Creemos firmemente que una humanidad unida puedes solventar muchos más retos que una dividida.

Cuando el veinticinco de noviembre del pasado año empezamos con estas sesiones nos dimos cuenta de que, para quienes nos escuchan en las aulas, esta forma de trabajar resulta bastante más amable, más cercana y más inteligible y por ello más útil para lograr que un día la igualdad sea una realidad en lugar de una quimera. Entre noviembre de 2021 y marzo de este año, este proyecto de coeducación llamado Iguales pero diferentes se ha testado en veintitrés institutos con alumnos de entre doce y dieciséis años.




















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