Miedos ancestrales ante los gigantes arquetipales -cuentos y tarot, razón y locura-

Lorenzo A. Hernández Pallarés

Creador de la Cuentoterapia y presidente de AICUENT.

Me planteo esta reflexión sobre todo a raíz de los últimos ataques dirigidos al mundo de los cuentos tradicionales maravillosos. Es una nueva vuelta de tornillo que se hace desde las filas de un racionalismo presumiblemente “progre”, que sin embargo carece de un conocimiento profundo sobre la verdadera materia de la que están hechos los cuentos, ni sobre su significado simbólico, ni de su función psicológica o social. No nos encontramos ante algo nuevo, ya que esta crítica se halla asociado a los miedos que genera en las mentes racionales la presencia del misterio, de lo incomprensible. Es el temor a lo incomprensible lo que explica el rechazo a estos dos gigantes arquetipales que son el tarot y los cuentos maravillosos.

El ser humano siente muchos miedos ancestrales, pero quizás, lo que más miedo le produce es lo desconocido. Este miedo y la sensación de ansiedad asociada a ello ha constituido hasta nuestros días una herramienta evolutiva útil, pues evita que ante lo desconocido hagamos algo que nos ponga en peligro. Pero si ese miedo se vuelve incontrolable, si nuestra incapacidad de entender lo desconocido, lo vuelve más peligroso de lo que realmente es, ese miedo puede llevarnos a un estado de ansiedad paralizante. Este estado va a generar un rechazo agresivo hacia lo desconocido, donde lo realmente loco va a ser nuestra reacción desmesurada. Y esto mismo parece que le pasa a parte de la humanidad, cuando se enfrenta a los grandes misterios, a lo incomprensible, mediante análisis superficiales de la realidad, y arremete contra ellos de forma totalmente irracional. Esto nos recuerda a lo que acontece en el capítulo VIII a Don Quijote cuando dice:

En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:

La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer, que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.

¿Qué gigantes? —dijo Sancho Panza.

Aquellos que allí ves —respondió su amo—, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.

Mire vuestra merced —respondió Sancho— que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.

Para entender esos ataques y esas posturas, tendríamos que plantearnos si dicha respuesta puede estar relacionada con el miedo que la humanidad ha tenido a lo diferente casi desde los albores de la conciencia. Nos lo advertía en el año 1967 el psicoanalista Jacques Lacan: “[...] nuestro porvenir de mercados comunes será balanceado por la extensión cada vez más dura de los procesos de segregación”. El hecho de vivir “globalizados”, de que las culturas se mezclen con tanta facilidad como ahora, en comparación con el pasado, de que viajemos más, ha facilitado también que lo diferente cobre otro matiz. Aunque como veremos más adelante, esta postura no es fruto del pensamiento contemporáneo. Posteriormente, en 1974, Lacan afirma que, “[...] en el extravío de nuestro goce, solo el Otro lo sitúa, pero es en la medida en que estamos separados de él. De ahí unos fantasmas, inéditos, cuando no nos mezclábamos”. Es entonces cuando, inconscientemente, el sujeto puede trasladar lo más insoportable de sí mismo –eso que, como dice Lacan, tiene perdido o no localizado– a ese otro ser humano que de alguna manera también simboliza “el afuera”; o lo que está más allá de una frontera que, precisamente, no es la que delimita un país de otro. Si lo que el sujeto no soporta de sí mismo se localiza afuera, entonces el sujeto puede hacer como si aquello no le concerniera. El otro incluso puede suscitar el odio sólo por el hecho de que no es, no hace, no dice como él. Y el odio se desata aunque eso que el otro no hace o dice como él, sea justamente aquella parte de sí mismo que él ha proyectado en el otro (lo rechazado, su sombra).

Como adelantábamos, este miedo al Otro, al diferente, ha existido desde siempre. Podemos verlo en el libro Sapiens. De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad, escrito por Yuval Noah Harari. En él podemos encontrar explicada, al menos en parte, la génesis de esta “caza de brujas”, nunca mejor dicho; de ese recurrente acoso y derribo que sufren los cuentos y el tarot. Quizá esto suceda porque ambos son, como decía, los grandes gigantes del mundo arquetipal. Harari nos cuenta en su libro cómo el homo sapiens termina por eliminar al resto de homínidos, en última instancia incluso a los Neanderthales, aunque aún tengamos parte de sus genes. Esto sucedió hace relativamente poco; se calcula que hace unos 28.000 años. El Sapiens es el único animal capaz de cooperar flexiblemente en gran número y tiene además una capacidad única de creer en entes que existen solamente en su imaginación, como los dioses, las naciones, el dinero o los derechos humanos. Harari explica que todos los sistemas de cooperación humana a gran escala -incluidas las religiones, las estructuras políticas, las redes comerciales y las instituciones jurídicas-se basan, en última instancia, en una ficción. Los cuentos habrían ayudado a que se produjera esta gran transición evolutiva, hasta tal punto que son estas ficciones las que han creado realmente una cultura humana. Con todo, en este punto me gustaría realizar una aportación, porque me parece necesario distinguir entre dos clases de relatos, por un lado las ficciones estructurantes, y por otro los cuentos maravillosos.

Los mitos fundacionales y las leyendas que construyen esas ficciones estructrantes van a estar asociados a la agricultura y por ende, a la creación de las ciudades y de las estructuras sociales que soportan la división de clases, la religión, las casta militar y el dinero. Mientras que el cuento maravilloso es anterior y pertenece más al mundo simbólico Neanderthal, o al menos al de los pueblos cazadores recolectores, muy anteriores a los agrícolas y pastoriles. Estos últimos relatos entroncan más con el desarrollo y el crecimiento personal del individuo que con el del sistema social. En este libro el mismo Harari revela que los Sapiens estaban más alejados de los ciclos naturales y que ellos fueron los responsables de la extinción de la megafauna nativa de Australia y América. Si aceptamos que el cuento maravilloso viene de una etapa anterior, es comprensible que no podamos atribuir la desaparición de estos animales a los Neanderthales. En estos cuentos el animal todavía tiene la capacidad de hablarnos, o mejor dicho, nosotros tenemos la capacidad de escucharle. Por cierto, también aporta pruebas de que los individuos de los pueblos cazadores recolectores eran más felices que los agricultores. Otros autores también nos hacen ver que la imaginación y la curiosidad van a ser un motor de cambio, las cualidades que van a propiciar un salto evolutivo.

El legado de nuestra etapa cazadora recolectora lo podemos ver aún en los relatos de los pueblos Bosquimanos. En Specimens of Bushman Folklore de Bleek y Lloyd, publicado en 1911, se describen metamorfosis mágicas de una indudable belleza y con una gran riqueza simbólica. Estos relatos influyeron en uno de mis escritores favoritos, que no es otro que Elias Canetti, a quien me descubrió en su día mi maestro Claudio Naranjo. En las inspiradoras páginas de El testigo oidor. Cincuenta caracteres, Canetti nos ayuda a entender muchas de las características que describen a las diversas personalidades del Eneagrama. En el ensayo “La profesión de escritor” Canetti escribió, refiriéndose a esos cuentos primigenios de los bosquimanos, que le resultaba “imposible considerar como algo concluido el corpus de la tradición que nos sirve de alimento; y aunque pudiera demostrarse que ya no surgirán obras escritas de la misma trascendencia, siempre quedaría la gigantesca reserva de los pueblos primitivos y su tradición oral. Pues en ella son infinitas las metamorfosis […]. Podría emplearse una vida entera en interpretarlas y comprenderlas, y no sería una vida mal empleada. Tribus que a veces constan de unos cuantos centenares de hombres nos han dejado un tesoro que, a decir verdad, no merecemos.”

No sólo los cuentos creados por estos pueblos se salen de la lógica del razonamiento, también lo hacen nuestros cuentos maravillosos. Quizá por esta razón resulten tan inaprensibles a algunas mentes o produzcan tanto pavor. El caso es que esta clase de cuentos usa otra “lógica”, por llamarlo de alguna forma. El análisis del pensamiento nos muestra que el razonamiento usa las formas deductivas, inductivas o bien hipotético-deductivas, mientras que los cuentos estimulan al niño interno a través de otras formas de pensamiento. El niño mágico simbólico usa el razonamiento transductivo, que se basa en la combinación de de informaciones diferentes, separadas entre sí, con el fin de sustentar un argumento, creencia, teoría o conclusión. En realidad, con este tipo de razonamiento tendemos a vincular informaciones sin llegar a generar ningún principio o teoría, o sin buscar alguna clase de comprobación. Esta forma de pensar no se sirve en absoluto del pensamiento lógico. Añadamos que otra característica que también diferencia al cuento de otras formas de pensamiento es su capacidad de estimular el pensamiento divergente. Con este par de términos se describe un proceso que genera ideas creativas mediante la exploración de muchas posibles soluciones. Siguiendo el hilo de estos razonamientos podremos ir entendiendo porqué las personas que viven bajo los parámetros de la lógica van a sentir aversión por los cuentos maravillosos y el tarot. Ambos son vehículos de conocimiento que emplean formas de pensamiento extrañas a la lógica.

Fue Carl Jung quien intentó llevar esta forma de pensar y conocer al ámbito de la psicología, explicándola de un modo racional. Él llegó a la conclusión de que hay una íntima conexión entre el individuo y su entorno. En determinados momentos esta conexión ejerce una atracción que acaba creando circunstancias coincidentes, que tienen valor especialmente para las personas que las viven. Estas circunstancias coincidentes son manifestaciones del inconsciente colectivo. Muchos hemos experimentado estas coincidencias y les hemos atribuido un significado simbólico. Guiados por sus creencias, otros muchos las achacan a la casualidad, el azar, la suerte o incluso la magia. A este tipo de eventos Jung les dio el nombre de “sincronicidades”. En el plano físico, cada sincronicidad representaría, por ejemplo, la idea o solución que se esconde en nuestra mente, maquillada de sorprendente coincidencia. Gracias a esta coincidencia nos resulta mucho más fácil llegar a donde queremos.

El premio Nobel de Física Wolfgang Pauli también pensaba, al igual que Jung, que la sincronicidad era una de las expresiones que caracterizaban al unus mundus, una realidad unificada de la que emerge y a la que regresa todo lo existente. Esta concepción es coincidente con la que desarrolla el físico estadounidense David Bohm, en su libro La totalidad y el orden implicado (1980). Bohm ensanchó los horizontes de la física cuántica al postular la teoría que distingue dos órdenes en el universo, el explicado y el implicado.... Con cuánta razón escribía William James que somos «como islas en el mar, separadas de la superficie, pero conectadas en la profundidad».

Para Jung la sincronicidad (del griego συν-, unión, y χρόνος, tiempo) aludía a «la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera acausal». Con estas palabras precisaba el uso que quería dar al concepto: «Así pues, emplearé el concepto general de sincronicidad en el sentido especial de una coincidencia temporal de dos o más sucesos relacionados entre sí de una manera no causal, cuyo contenido significativo sea igual o similar». Así definida, la sincronicidad se diferenciaba «del término sincronismo, que constituye la mera simultaneidad de dos sucesos». La revolución experimentada por la física conllevará una revisión del esquema clásico (cuadro 1) que va a acercar este término a los nuevos conceptos de esta ciencia. Será conjuntamente con el catedrático de física Wolfgang Pauli como llegue a proponerse un nuevo cuaternio (cuadro 2) que satisfaga los postulados de la física moderna y los de la psicología.

Fue el psicólogo J.B. Rhine, de la Universidad de Duke, en Carolina del Norte, quien en 1927 comenzó a realizar investigaciones científicas rigurosas, en las que mediante experimentos de laboratorio buscaba pruebas que demostraran la existencia de la sincronicidad, tal como la entendía Jung. Al final, Rhine se separó del departamento de psicología de la universidad y le permitieron formar el primer laboratorio de parapsicología del país. En 1935 realizó estudios sobre las cartas Zener, que él mismo había inventado y, si bien esos experimentos no siempre han podido ser replicados, el caso es que Rhine abrió una nueva ventana para poder explicar o constatar la existencia de sincronicidades.

La sincronicidad no es un fenómeno ajeno al saber inmanente de los cuentos, ya que ellos nos enseñan qué debemos hacer para que la sincronicidad actúe. Si dejamos a las circunstancias fluir, y no forzamos la ocurrencia de sucesos o la voluntad de las personas; y si mantenemos una actitud receptiva y de apertura, dejándonos llevar por nuestra intuición, estaremos abiertos a la «magia» de la sincronicidad. Desgraciadamente, las facultades y las formas de entender el mundo que despiertan en nosotros los cuentos y el tarot han sido perseguidas y atacadas desde muy antiguo. Quizá la época más virulenta, o mejor dicho, la más violenta, haya sido aquella en que existía el tribunal de la Inquisición. Ya en textos de 1495 se puede leer cómo combatían la costumbre de adivinar el futuro, que constituía una de las ocupaciones principales de magos, hechiceros y judeoconversos. En los procesos inquisitoriales no son raras las referencias a judeoconversos que confesaban haber creído en “suertes y hechicerías” para conocer el futuro o para descubrir al culpable de un delito. Para ello acudían a un mago o hechicero que hacía uso de procedimientos diversos, como la quiromancia, la cartomancia (el tarot) o la bibliomancia.

Por causas parecidas también fueron perseguidas y castigadas muchas mujeres que conocían el uso de las hierbas, que atesoraban conocimientos valiosos sobre el acompañamiento en el parto, la crianza y que también transmitían cuentos de generación en generación. Un escritor contemporáneo, Juan Manuel Prada, nos describe a estas mujeres en su libro El pájaro que canta el bien y el mal. En él nos cuenta la vida y los cuentos de Azcaria Prieto, una mujer que vivió en un pequeño pueblo de las montañas palentinas y que fue informante del profesor y folklorista estadounidense Aurelio Macedonio Espinosa hijo. Las mujeres como Azcaria fueron perseguidas en tiempos inquisitoriales, porque en sus relatos aparecían animales que hablaban, dragones, brujas, demonios y hechiceros; en suma, maravillas irracionales. Estos seres y fenómenos estaban vinculados a la magia pero no al mundo religioso. La necesidad de escapar a la censura religiosa hará que los personajes de muchos cuentos cambien de apariencia. Así, las hadas y las viejas hechiceras van a convertirse, como ellas mismas relatan, en la mismísima Virgen María; mientras que los magos serán sustituidos por San Pedro o por el mismo Jesús, que volvió a bajar del cielo y anda de nuevo por el mundo...

La tradición oral es un ancho río en el que, como decía Heráclito, nunca podrás introducir la mano dos veces, porque cada vez será distinto. Podemos llenar un cántaro con agua del río, pero el río seguirá fluyendo y lo que hay en el cántaro nunca será más que una pequeña fracción del agua que corre. Por esta razón, recoger estos cuentos en libros no es un error, como recuerda el mismo Prada, aunque hasta hace no tanto hubo recopiladores que creían estar “fijando” la tradición al hacerlo. En realidad sucede lo contrario, porque es gracias a recopiladores como Aurelio Espinosa -que recogió los cuentos de Azcaria Prieto- cómo se ha podido documentar la tradición en un momento y lugar concretos. Su trabajo nos permite ahora estudiarla y recuperarla, no como un elemento folclórico de la cultura, si no como un reservorio de enseñanzas que ayudan a la humanidad. Es importante señalar que la costumbre medieval de tomar por ciertos y reales, o al pie de la letra, los cuentos maravillosos, no sólo llevó a juicio a muchas de las mujeres que los contaban en sus comunidades. Los portadores y defensores de esos relatos y de los valores que representaban, también han sido denostados y estigmatizados a lo largo de la historia.

La siguiente acometida histórica contra estos gigantes arquetipales se produjo en el siglo XVIII, de manos del Racionalismo ilustrado, que también va a perseguir este tipo de cuentos. Según ellos, estos cuentos constituyen la base de todas las supersticiones y la incultura del pueblo. De todos los relatos que forman parte del acervo, los ilustrados solo salvan, por edificantes, las fábulas. Recordemos a Félix María de Samaniego, una de las grandes figuras de la ilustración española, que recopila las fábulas y les añade una moraleja edificante que muchas veces las desvirtúa. En esta época también van a surgir anticuentos que intentan poner en cuestión el cuento maravilloso. Un caso paradójico es “Juan sin miedo”, porque este anticuento va a terminar teniendo una estructura arquetipal y un mensaje profundo típicos del cuento maravilloso. Recordemos que la escena final está cargada de simbolismo, con esa pecera cuyo contenido arroja la heroína a Juan para hacerle comprender, involuntariamente, qué es realmente el miedo. Para adaptarse a los nuevas corrientes de pensamiento y evitar la exclusión, serán muchos los contadores de cuentos que en esta época de nuestra historia cambien, poden o transformen sus relatos. Al hacerlo eliminan una buena parte de sus elementos mágicos o inexplicables. Esta es la razón por la que los dragones se convirtieron en leones; eso sí, en leones de encrespadas melenas. Las águilas adquirieron la capacidad de transportar seres humanos y donde hubo gigantes aparecieron “negros”, que en aquellos tiempos eran seres exóticos, reales pero jamás vistos por la mayoría de la gente. Las temibles brujas y los respetados magos se convirtieron, respectivamente, en madrastras malas y en ancianos sabios.

Estos ataques contra nuestros gigantes arquetipales, esos que producen miedo a la razón, van a repetirse de nuevo a finales del siglo XIX y durante el siglo XX. El auge del Marxismo proporcionará argumentarios que de nuevo cuestionan el valor de los cuentos maravillosos basándose en interpretaciones literales de los mismos. En su libro Ideología y cuentos de hadas, el investigador argentino Hugo Cerda Gutiérrez sostiene que los cuentos de hadas “se encuentran asentados en una moral donde el bien y el mal son conceptos axiológicos inseparables de la religión y de la ideología de las clases dominantes”. Merece la pena que sigamos citándolo para que él mismo nos exponga su curioso argumento. “Los estereotipos morales, que responden a estos contenidos, abundan en los cuentos de hadas, ya que sus personajes y situaciones actúan mecánicamente en virtud de una causalidad mágica, en un medio ingrávido e indeterminado, donde el bueno siempre vence y el malo es castigado o donde el representante de los valores dominantes es siempre el gran vencedor en esta lucha contra las fuerzas que se oponen a sus designios. Son fórmulas rígidas absolutas que se repiten en la mayoría de estas narraciones y que pretenden expresar una supuesta universalidad, tras la cual no se hace sino expresar intereses individuales o particulares de las clases señoriales”.

Argumentos parecidos vamos a poder leer en la tesis doctoral presentada por otro investigador, el ecuatoriano Gonzalo Arturo Díaz Troya. Su título es: “Un acercamiento al papel que han podido jugar los cuentos de tradición oral en los procesos de legitimación del poder”. Este autor nos recuerda que ya en el prólogo de La Ideología Alemana Marx y Engels realizaban una exhortación, mediante la que nos invitaban a liberar a los hombres de los fantasmas mentales que se han impuesto en sus mentes y que, por tanto, han terminado configurando sus condiciones reales de existencia. En sintonía con el argumentario de Cerda, el autor de esta tesis quiere demostrar que los cuentos maravillosos son esa clase de fantasmas mentales. Lo son en cuanto reproducen de manera simbólica lo que Marx llamó “relaciones de producción”, esas relaciones que dividen a los seres humanos entre poseedores y no poseedores de los recursos materiales. Según Gonzalo Díaz, las injustas condiciones de existencia de la mayoría de los seres humanos son legitimadas mediante estos relatos sin que seamos conscientes de ello, porque son presentadas dentro de un universo de fantasía, es decir, dentro de un orden simbólico.

A muchos amantes de los cuentos maravillosos les resultará paradójico pensar que esos cuentos maravillosos, los mismos que a ellos les animan a luchar contra las injusticias de este mundo, sean definidos como prácticas culturales que perpetúan una visión capitalista del mundo y legitiman la explotación de nuestros semejantes. De nuevo veremos cómo, para sobrevivir a los nuevos tiempos, el cuento maravilloso vuelve a vestir a sus personajes con nuevos disfraces. Ahora los reyes y reinas se convertirán, para sintonizar con el republicanismo, en alcaldes y alcaldesas; y los sacerdotes en jueces y notarios. Afortunadamente, del bloque soviético también nos ha llegado la obra de Vladimir Propp. Y es que, en un artículo como este no podemos dejar de mencionar las grandes aportaciones que este autor realizó dentro del marco intelectual del Formalismo ruso. Libros como La morfología del cuento o Edipo a la luz del folklore son fundamentales para entender la naturaleza y origen del cuento maravilloso.

Otro de los nuevos y más recientes ataques a nuestros gigantes va a provenir del cientificismo, entendido como Gerard Radnitzky lo ha descrito: "la creencia dogmática de que el modo de conocer llamado 'ciencia' es el único que merece el título de conocimiento; y su forma vulgarizada: la creencia de que la ciencia eventualmente resolverá todos nuestros problemas o, cuando menos, todos nuestros problemas 'significativos'. Esta creencia está basada en una imagen falsa de la ciencia. Muchos e importantes filósofos, desde Nietzsche a Husserl, Apel, Gadamer, Habermas, Heelan, Kisiel, Kockelmans y tantos otros, han considerado el cientificismo como la falsa conciencia fundamental de nuestra era". Sin embargo, a pesar de tan contundentes contraargumentaciones el cientificismo no ha muerto y constituye uno de los condicionamientos principales de la vida actual, en la teoría y en la praxis. Su idea básica consiste en considerar a la ciencia experimental como paradigma de objetividad, racionalidad y eficacia. Por oposición, todo lo que se aleje de ella va a ser considerado “pseudociencia”, dándose a este término un sentido despectivo o lo que es peor, usándose con una actitud “inquisitorial”. Pero lo cierto es existen otras formas de generar conciencia y conocimiento, y de hacer avanzar el pensamiento humano, como vimos al recordar los orígenes del Sapiens.

Esta nueva locura de la razón llamada cientificismo, empeñada en luchar contra los gigantes arquetipales, no ha sido capaz de realizar un análisis verdaderamente objetivo y científico de la materia con la que han sido construidos los cuentos maravillosos. Y esto sucede a pesar de las evidencias que ya aportaban desde mucho tiempo atrás la psicología y el Estructuralismo. De todos modos, esa idea de que la tarea del científico consiste únicamente en realizar demostraciones empíricas, ha sido superada hace mucho tiempo por las mentes más brillantes en este ámbito. Esta visión de la ciencia nace del Empirismo, un método de conocimiento que se opone al Racionalismo, basado en avances puramente teóricos. Afortunadamente, el Pragmatismo es el paradigma que predomina actualmente en el ejercicio de la ciencia, y de acuerdo a sus principios el conocimiento se genera gracias a una combinación de las técnicas inductivas y deductivas. Desde la cuentoterapia también impulsamos ese esfuerzo por explicar lo inexplicable, de aportar datos que hagan pasar los simbólico por el filtro de lo racional. Para ello estamos realizando una serie de estudios que permitirían avalar la eficacia de los cuentos en los trabajos de sanación emocional. Mientras van llegando estas pruebas científicas, seguimos observando los efectos de las críticas realizadas a lo largo del siglo XX y XXI por los abanderados del cientificismo. En un nuevo intento por adaptarse a las nuevas corrientes de pensamiento, muchos lectores o pedagogos han descafeinado los cuentos, despojándolos de sus elementos mágico simbólicos.

En los últimos tiempos observamos atónitos cómo, desde una pedagogía “buenista” y supuestamente “progre”, se atacan los cuentos por sus finales “supuestamente violentos” o por sus contenidos “machistas”. De nuevo estamos ante un nuevo fruto de esa sinrazón que consiste en querer interpretar el cuento desde un análisis superficial, prestando atención a lo que dice y no a lo que simboliza. En un artículo publicado en el periódico digital Ideal, el filólogo y escritor granadino Manuel Orozco Redondo nos explica porqué son tan peligrosas estas derivas posmodernas. “Los niños -nos dice allí- necesitan recibir una educación moral, no a través de conceptos éticos abstractos, sino mediante lo que parece tangiblemente correcto y por ello, lleno de significados para ellos”. Los cuentos van a proporcionar a los niños este universo tangible, y gracias a su lectura ellos llegarán a “tener seguridad en sí mismos y a desarrollar la confianza que más tarde les posibilitará crear un mundo racional ”.

En los libros Why Fairy Tales Stick: The Evolution and Relevance of a Genre y luego en El irresistible cuento de hadas. Historia cultural y social de un género, Jack Zipes describe los cuentos de hadas como “historias que tocan nuestros instintos de manera tan profunda, que las hemos cultivado y pasado de una generación a otra para continuar la reproducción de nuestra especie, así como para adaptarnos, conocer y transformar nuestro entorno cambiante”. Para explicar la relevancia cultural de los cuentos maravillosos Jack Zipes utiliza también el término “meme”, que fue acuñado originalmente por Richard Dawkings en su libro El gen egoísta. Los memes son definidos como “las instrucciones que necesitamos para lidiar con nuestro comportamiento. Éstas instrucciones se almacenan en el cerebro y son transmitidas por imitación”. El concepto de meme también engloba a aquellas ideas, comportamientos o estilos que se extienden culturalmente entre personas. Para Jack Zipes los cuentos de hadas constituyen una reserva de memes, y su principal vehículo de transmisión. Estas representaciones colectivas de la cultura y la sociedad son reelaboradas por cada individuo y luego reinsertadas en la sociedad con una apariencia renovada, pero sin perder la filiación con el texto base. Estos hechos son los que han incidido tanto en la pervivencia del género como en su carácter mutable. Ambos rasgos -la pervivencia a lo largo de los siglos y la mutabilidad- están mediados tanto por el contacto humano como por las tecnologías generadas para la comunicación (medios impresos, medios audiovisuales, etc.).

Como pruebas que den validez a este enfoque, centrado en todo aquello que el niño necesita para organizar su mundo, podemos aportar los cuentos maravillosos. Sobre todo las versiones originales, aquellas que no han sido edulcoradas o retocadas. Pero esta distinción entre lo original y lo retocado hace que a la vez nos surja una duda: ¿Deben permanecer los cuentos inalterados e intocables? ¿Y si es así, debemos trabajar sólo con las versiones antiguas o el cuento nos permite cierta variabilidad? ¿Puede el cuento maravilloso evolucionar con los tiempos? ¿Puede adaptarse, asimilarse y acomodarse al entorno para sobrevivir? Es probable que desde el Neolítico se hayan podido ir imprimiendo ciertas huellas de androcentrismo. A través de la cadena de relatores, los cuentos se van “contaminando” con elementos de otros géneros y estilos literarios, y con alusiones al mundo contemporáneo. Por otro lado, la situación comunicativa (cambios de escenarios y de personajes según el contexto) también da lugar a la creación de versiones.

Nos parece interesantísima la línea abierta al respecto por Brenda Bellorín en su artículo “Descifrar el ADN de los cuentos de hadas”. Para ella “El cuento de hadas es un ser vivo que cambia para sobrevivir”. Por ello establece un paralelismo entre el mapa del ADN y lo que ocurre a los cuentos en su devenir histórico. Del mismo modo que los seres vivos, para sobrevivir, los cuentos sufren múltiples transformaciones a lo largo de la historia. Lo importante no es evitar que se hibriden o que tomen elementos de su entorno o que se adapten a una realidad histórica que en los últimos milenios ha sido cambiante, lo fundamental es que no pierdan los elementos simbólicos esenciales y los valores concomitantes que portan y para los que fueron creados. Aceptemos entonces que, como nos recuerda Bellorín -citando a Bortolotti y Hutcheon- la mutación es la materia prima de la evolución. En el artículo citado ella nos explica que “en el caso de los cuentos de hadas podríamos estudiar su linaje ancestral y los episodios de especiación de acuerdo a las mutaciones que han devenido a lo largo de los siglos por las variaciones en la circulación social de las historias y en las funciones de éstas: entretenimiento, representación y crítica social, expresiones individuales artísticas, educativas y de autorrepresentación.

Que la mutación es la materia prima de la evolución lo saben intuitivamente los narradores orales. Este hecho a veces otorga un plus de calidad a los cuentos que estos narran y otras veces resulta contraproducente. Como nos recuerda Juan Manuel Prada, al que citábamos antes cuando hablábamos de Azcaria Prieto: “el narrador lo es todo. Los cuentos no pueden estudiarse como entidades incorpóreas, que flotan en el vacío ajenas a la historia y al contexto social y cultural en el que surgen. El narrador es un artista, un forjador de palabras. Aunque la trama del relato le venga dada por la tradición, los narradores con verdadero talento, aquellos a quienes los folkloristas llamamos “portadores activos de la tradición”, son capaces de hacer suyas las historias que cuentan, imprimiendo en ellas su personalidad, sus estados de ánimo, su sabiduría personal, y muchas otras cosas”.

Los cuentos han sido transformados tanto por burgueses como por cortesanos, y por supuesto por folkloristas románticos, hasta llegar finalmente a los artífices de la literatura infantil de los siglos XIX y XX. En este período, el de la producción editorial masiva y el auge de la cultura audiovisual, se producen las mutilaciones más drásticas, que no son otras que las realizadas por la factoría Disney. Sus películas se apropian de los arquetipos representados por personajes tradicionales como Cenicienta, Blancanieves o la Bella durmiente, hasta llegar a colapsarlos. Tiñen con su ideología la imagen que representa al arquetipo original y hacen creer a nuestra sociedad posmoderna que esa mistificación es el original. También encontramos en estos tiempos posmodernos traducciones o versiones de cuentos que casi han perdido la intención sanadora y terapéutica con la que fueron creados. A veces son simplemente un fruto de la pura invención y ya no se escriben ni cuentan porque nos mueva un deseo de autoconocimiento. Citemos de nuevo a Bellorín: “Desde la perspectiva de lo espiritual, los cuentos abordan las reglas del universo mediante la presencia de lo sobrenatural y la conexión con lo divino. Bajo esta concepción, lo fantástico propicia la representación simbólica y poética y con ello permite que el ser humano explore con mayor libertad las preocupaciones mundanas ante los imponderables de la vida”.

Hay cambios en el ADN del cuento que sólo afectan a su forma. Creemos que estos cambios sí pueden ayudar a los cuentos a adaptarse a épocas de transformación como las nuestras. Además, estos cambios harían que nuestros cuentos maravillosos no fueran vistos como un gigante a derrocar, tanto por las corrientes “buenistas” de lo políticamente correcto como por un feminismo poco informado. Uno de los malentendidos más sonados se produjo hace unos meses cuando un grupo de padres decidió eliminar más de doscientos libros de una biblioteca escolar de Sarriá. Entre esos libros a los que consideraron tóxicos, por su contenido supuestamente sexista, se encontraban grandes joyas del cuento maravilloso, como “Caperucita Roja” o “La Cenicienta”, o leyendas como la de San Jorge y el dragón. Esta última acometida ha dado pie a que grandes escritores, psicólogos, pedagogos y personajes del mundo de la cultura alcen su voz en defensa del cuento ancestral. Gracias a esta polémica se ha podido volver a argumentar sobre los beneficios que aportan los cuentos al desarrollo infantil y sobre la necesidad de recuperarlos.

Es importante debatir acerca de las transformaciones que pueden sufrir los cuentos cuando son contados, y preguntarnos dónde se encuentran los límites. Siguiendo con la metáfora de Bellorín, la réplica cambiaría el fenotipo, pero no mataría el linaje. Pese a ser un defensor de las versiones originales, especialmente de cara a su estudio, mi propuesta es la siguiente. Invito a quienes cuentan cuentos, a limpiarlos o adaptarlos a los tiempos, pero haciéndolo con el mimo de un restaurador de obras de arte, es decir, conociendo bien el ADN original y no perdiéndolo en ese proceso de adaptación a la sociedad actual. Esta propuesta es bastante heterodoxa y parte de una idea, la de distinguir claramente entre las versiones originales y las otras. Continuando con el símil del arqueólogo o del restaurador, diré que no pongo objeciones a usar la piqueta y el cepillo en las versiones originales, o a limpiarlas para retirar las impurezas que ha depositado en ellas el tiempo. Lo que no queremos es quitar lo maravilloso, lo mágico, lo simbólico, aunque en un análisis superficial nos pueda parecer cruento. No queremos que el cuento pierda su carácter trascendente y profundo. No queremos que se convierta en el esperpento en que lo han convertido algunos y algunas matadores de gigantes arquetipales, los que están al frente de esta nueva cruzada. Citemos de nuevo a Brenda Bellorín para destacar que, en este proceso de simplificación de lo extraordinario, observamos que “las imágenes arquetipales que ofrecen las versiones contemporáneas de los cuentos se han destilado hasta perder su complejidad y convertirse en estereotipos, en “personajes que tienen una sola característica amplificada casi hasta la caricatura”

Estamos de acuerdo con la propuesta que hace Gianni Rodari en su Gramática de la Fantasía. Podemos jugar con el cuento, pero siempre y cuando conozcamos la versión original y la hayamos contado. No es bueno modificarla sin haber dado al oyente la posibilidad de conocer antes su estructura original. Es crucial que quienes hagan críticas al cuento maravilloso en estos nuevos tiempos, conozcan las técnicas aportadas por la Cuentoterapia para analizarlo y conocer sus mensajes profundos. La labor de la cuentoterapia es la de aclarar el significado del cuento y nutrirlo. Al mostrar sus raíces podemos comprenderlo en profundidad y respetar su esencia.

Repito que hay cosas que no podríamos ni deberíamos tocar en aras de lo “políticamente correcto”. No podemos caer en hacer cuentos transgénicos, influidos por esas corrientes líquidas del cuento feminista o por ciertas pedagogías que aspiran a realizar una tarea de crítica social, por llamarlo de alguna forma. Sólo si nos movemos con respeto y conociendo la simbología profunda de los cuentos, podremos realizar aportaciones valiosas y duraderas. Una de las autoras que mejor ha analizado las contracorrientes que atacan el cuento desde supuestos preceptos feministas, muy cuestionables, es la norteamericana Kay Stone. Ella identifica tres corrientes principales dentro de la crítica feminista aplicada a los cuentos de hadas. La primera es la de quienes criticaron las posiciones desiguales de las mujeres en la vida y en los cuentos de hadas. La siguiente generación, que consideraba a las mujeres como autónomas y superiores, representa la segunda corriente. La tercera corriente percibía a las mujeres y los hombres como potencialmente iguales, siempre y cuando se pudieran superar los prejuicios masculinos que impedían que ese potencial se desarrollara.

Kay Stone llega a la conclusión de que gran parte de la escritura feminista englobada en estas tres categorías se había centrado, una y otra vez, en las mismas heroínas estereotipadas. Y lo había hecho hasta el punto de que las relecturas y reescrituras feministas acabaron siendo, ellas mismas, estereotipadas. Un ejemplo lo encontramos en la idealización del amor en Occidente, alimentado por ideas heredadas del Romanticismo. En su obra Some Day Your Witch Will Come ('Algún día vendrá tu bruja'), Kay Stone ironiza sobre este enfoque de la crítica feminista: “Todos los escritores, incluyéndome a mí, parecían estar de acuerdo en que los cuentos de hadas eran historias de desamor, tanto porque el final “vivieron felices por siempre” era falso, como porque las historias trataban más sobre la búsqueda del amor propio que sobre el amor romántico con otra persona”. Afortunadamente, la folklorista y narradora oral Kay Stone es una de las autores surgidas de entre las filas del feminismo norteamericano más actual, un feminismo que parece no haber llegado aún a algunos sectores de la sociedad progresista española. Estos sectores prefieren quedarse en un ataque simplista y no entrar en el fondo de la cuestión.

Otra militante norteamericana que aporta una mirada constructiva al estudio de los cuentos maravillosos es la conocida novelista de Chicago Alison Lurie. En su obra magistral No se lo cuentes a los mayores: literatura infantil, espacio subversivo nos explica que muchos clásicos de la literatura infantil perduran y son leídos y escuchados ávidamente, por niños y adolescentes, porque tienen un trasfondo subversivo. Entre esos clásicos se encuentran obras en apariencia tan inofensivas como Alicia en el país de las maravillas, Peter Pan, o Winnie-the-Pooh, la del osito. Estas obras ponen del revés el mundo de los adultos, satirizan sus valores convencionales y se dirigen a la imaginación de los jóvenes lectores en su propio lenguaje. Alison Lurie sostiene que los niños, como tribu aparte con su propia cultura, consideran esos libros como sus textos sagrados. Junto a los cuentos de hadas, las rimas y las canciones infantiles, estas obras conforman la literatura contracultural de la infancia, y tienen más poder y resonancias que otras historias con moraleja.

Una cuestión que tampoco puede pasarse por alto es el papel jugado por las mujeres en la transmisión de esta poderosa literatura contracultural. Volveremos a citar a Alison Lurie, para que sea ella misma quien nos recuerde que “mientras la literatura se hallaba casi exclusivamente en manos de los hombres, eran las mujeres las que inventaban y transmitían oralmente las historias”. En un libro publicado hace un par de décadas, titulado Fabulous Identities: Women's Fairy Tales in Seventeenth-Century France, la investigadora Patricia Hannon revisa la interpretación que tradicionalmente se había hecho de la moda imperante en los salones de mujeres parisinos, aquellos que se abrieron en la última década del siglo diecisiete. Para las mujeres que los visitaban, los cuentos de hadas supusieron un revulsivo, al permitirles crear un espacio de libertad en el mundo de la fantasía. Una de sus máximas representantes fue Madame d'Aulnoy.

Si hoy en día los detractores posmodernos del cuento maravilloso se atreviesen a entrar al fondo de la cuestión, descubrirían, como ya lo han hecho estas autoras, que hay tantos cuentos protagonizados por héroes como por heroínas. Es más, hay más cuentos en donde las mujeres son las protagonistas principales, y esto puede deberse a que, como acabamos de recordar, ellas eran mayoritariamente las transmisoras de esta clase de relatos. Alison Lurie realizó un estudio sobre la famosa antología de los hermanos Grimm, para desmontar los prejuicios sexistas que existen en torno a dichos cuentos y ayudar a distinguirlos de las versiones disneyficadas. Y tras realizarlo concluyó que hay sesenta y un personajes femeninos con poderes sobrenaturales, en contraposición a un número mucho menor de hombres y niños, sólo veintiuno. Con sus ensayos Alison Lurie nos devuelve a ese mundo al que todos los adultos pertenecieron alguna vez. Al ocuparse de autores que en sus obras tendían a cambiar el orden establecido -como A.A. Milne, E. Nesbit, Frances Hodgson Burnett, Lewis Carroll y J.R.R. Tolkien- ella rinde tributo, como dicen sus editores, a la capacidad creativa de aquellos que siguen en contacto con el niño que todos llevamos dentro; y al hacerlo trabaja en pro de los derechos de la imaginación y en contra de la irracionalidad.

Así pues, como dijo Goya, “el sueño de la razón produce monstruos”. Por eso es hora de ir despertando de estos malos sueños e ir poniendo a los arquetipos en el lugar que les corresponde. Necesitamos defenderlos de esos ataques tan irracionales que les lanzan en nombre de una razón cientificista, y seguir concediéndoles la importancia que siempre han tenido para la humanidad. Los arquetipos son los grandes molinos del crecimiento personal, que extraen del grano la harina del conocimiento y del desarrollo interior. Mientras los cuentos maravillosos y el tarot sean confundidos con gigantes, habrá un Quijote loco o enajenado que siga intentando destruirlos, lastimándose a su vez a sí mismo.

Nosotros hemos unido, en un tarot de los cuentos maravillosos españoles, a estos dos gigantescos molinos arquetipales. Nuestro intento ha sido el de restaurar el conocimiento que ambos guardan y para hacerlo, nos hemos adentrado durante años en los campos de la simbología y del crecimiento personal. Con estos fundamentos y una apuesta estética en sintonía con ellos queremos proponer nuevas formas de acercarnos a su hermenéutica. Al crear este tarot hemos unificado dos escuelas terapéuticas, la cuentoterapia y el psicotarot; y lo hemos hecho sabiendo que, como explicaba James Hillman, “en el fondo, toda actividad terapéutica consiste en esta especie de ejercicio imaginativo que recupera la tradición oral de contar historias; la terapia dota de historia a la vida”. Mucho nos gustaría escribir a continuación sobre el Tarot de los cuentos maravillosos españoles, pero si lo hiciéramos nos excederíamos de nuestro cometido. Para evitarlo nos recordaremos las palabras con que Michael Ende termina su historia interminable: “Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión”.

Este artículo fue publicado originalmente en el número cinco de la revista anual de AICUENT










Anterior
Anterior

Rastreando tinturas antibélicas en la obra de Gianni Rodari y Gloria Fuertes

Siguiente
Siguiente

Pie de foto (VI)