Las cubetas y el saltamontes
Mariano Cegarra. Socio de AICUENT.
El cuento
Hace mucho tiempo, en un lugar muy lejano, todas las tardes, el molinero acudía a proveer de agua a su yegua favorita y a regar un pequeño aparte en el terreno que allí tenía plantado con apio. Lo hacía siempre después de comer y antes de reanudar su habitual tarea de molienda de cereal, y para ello, tomaba de su humilde hogar dos cubetas metálicas. Una de ellas, que ya había pertenecido a su padre, estaba desvencijada e incluso tenía algunas pequeñas grietas y restos de óxido. La otra, en cambio, era nueva, brillante y lacada. Había sido un regalo del marqués de la ciudadela al molinero, recibido en una de las habituales transacciones con trigo y harina.
El molinero tomaba todos los días sus dos cubetas, la nueva en la mano derecha, y la vieja en la izquierda, se acercaba al riachuelo que corría alegre cerca de las aspas de su molino, y entonces las cargaba por completo de fresca agua. Y acto seguido, cogiendo cada cubeta por la cuerda que había insertado en cada una a modo de asa, recorría tranquilo, feliz y silbando el camino.
Durante ese paseo hasta el terreno, la cubeta nueva brillaba de orgullo y autocomplacencia, mostrándose reluciente bajo la luz del sol, pues en comparación con la otra, que estaba desgastada y agrietada, ella no perdía ni una sola gota de agua. Muy al contrario, la vieja cubeta se sentía usualmente preocupada por el agua que perdía, triste por su aspecto desvencijado y temerosa de que en cualquier momento el molinero se deshiciera de ella.
A veces, conversaban entre las dos durante el camino. Una hablaba arrogantemente para señalar a los cuatro vientos lo bonita que era, la superficie tan radiante y pulida que tenía y la eficiencia con que cumplía su cometido de transportar el agua. Mientras, la vieja cubeta lo hacía para quejarse y lamentarse del mal estado en que se encontraba, y para confesar cuánto temía que algún día el molinero no la necesitase ya. A veces, cuando el molinero silbaba, incluso se atrevían a ponerle letra a la melodía. La cubeta nueva, arrogante y orgullosa solía cantar:
¡Miradme, miradme!,
brillo por donde voy,
¡Aplaudidme, Aplaudidme!
perfecta y bella soy.
En cambio, la vieja cubeta, cuando se animaba a ponerle letra a la melodía del molinero, solía entonar un lamento triste y apesadumbrado:
¡Una usada y vieja cubeta soy!
Ay, lloro a cada paso que doy
Pierdo mi agua por doquier
espero que mañana el molinero,
me siga queriendo tener.
Un día, un saltamontes que vivía en el camino escuchó el canto que provenía de las cubetas, meneó suavemente la cabeza y sonrió, y luego dio un salto y se enganchó en la parte baja del pantalón del molinero, para acompañarlos durante el trayecto. El molinero, como diariamente solía hacer, vertió parte del agua limpia y transparente en su cultivo de apio, y también rellenó el bebedero a la yegua. Posteriormente, se tumbó a dormir una buena siesta bajo la higuera. El saltamontes, que ya se había soltado del pantalón, de un salto se colocó sobre una piedra, lo suficientemente cerca del molinero como para escuchar sus sueños…
Al rato se dirigió a las cubetas y les dijo:
–He escuchado los sueños que guarda el corazón de este molinero y también vuestro cantar, y os puedo decir que las dos le sois muy queridas y útiles, aunque por motivos distintos…, ahora bien, ninguna está por encima ni por debajo de la otra. Y para que os deis cuenta de ello, me gustaría que al volver a casa observarais el lado del camino por el que siempre hacéis el trayecto de ida hacia este lugar. ¿Acaso nunca os habéis preguntado por qué el molinero siempre os lleva en la misma mano a cada una de vosotras?
Y así lo hicieron. Cuando el molinero despertó y se puso en marcha, observaron que, efectivamente, el lado del camino por donde iba el cubo nuevo se mostraba polvoriento, yermo y seco. En cambio, en la otra orilla, por donde siempre pasaba el cubo agrietado y viejo, lucia una hilera de verde hierba, coloridas amapolas rojas y lindísimas margaritas, todo ello a causa del agua que iba dejando caer en el trayecto a través de sus grietas…
El comentario
Este cuento ha sido reelaborado literariamente a partir de la tradición oral, y podríamos definirlo como un cuento de tipo monosémico, o dicho de otro modo, un “cuento-mensaje”. Ahora bien, también podríamos conectarlo con los cuentos maravillosos de tradición oral o polisémicos, y ver en su argumento la recreación de un pasaje típico. Si hacemos esto, la potencia de la metáfora se amplifica. Me refiero a esos típicos pasajes de cuento maravilloso en que el héroe o heroína, aconsejado por el ayudante mágico, ha de escoger entre una espada vieja, oxidada y deteriorada, y otra nueva y reluciente; o entre un caballo alazán fuerte y hermoso, y otro delgaducho.
Efectivamente, como bien sabrán los amantes de esta clase de cuentos, el consejo del ayudante mágico es, invariablemente, que el héroe escoja la espada oxidada o el caballo más enclenque, yendo con esto en contra de todo pensamiento lógico. Los cuentos maravillosos nos muestran que el triunfo del héroe o la heroína depende de ello. Y si, como sucede en algún caso, en el último momento el protagonista decide no seguir el buen consejo que ha recibido, esto será causa de contratiempos y añadirá dificultades a su aventura.
Así pues, los cuentos maravillosos de tradición oral lo tienen claro de forma invariable y podemos comprobarlo en multitud de versiones: la opción buena es la espada vieja y oxidada. En casi ningún cuento se nos indica por qué, precisamente, ha de ser esta espada la elegida y no la nueva y reluciente, pero en algunas pocas versiones encontramos esta explicación, que sin duda calmará a algún lector: “La nueva y reluciente, es de cristal”. En todo caso, todavía quedaría por ver porqué es mejor el caballo enclenque y desmejorado… mejor será no evidenciar nada y dejar que algo del misterio del símbolo flote en el aire.
Sea como fuere, tanto “Las cubetas y el saltamontes” como los cuentos maravillosos tradicionales tienen en común dos hechos. Por una lado, nos muestran que “nada es lo que parece” y, por otro, encumbran “el valor de lo pequeño”. Entiéndase que, en el caso que nos ocupa, “pequeño” significa “poca cosa” y, por tanto, “desvalido, viejo, oxidado, enclenque, deteriorado”...
Ya sea cubeta o espada ¿Por qué nos conviene escoger la oxidada y la agrietada? Si atendemos a la explicación dada, lo que demuestran las grietas, las cicatrices y el óxido es que la espada vieja ha vivido, que es real. Y además, posee facultades que la otra no tiene: el óxido que mancha su hoja tiene la facultad de herir mortalmente al dragón o la bestia que ponga a prueba al héroe; es decir, que su defecto sería su mayor fortaleza. Lo mismo sucede a la cubeta de nuestro cuento monosémico, que gracias a sus cicatrices y grietas es capaz de hace algo tan poderoso y mágico como tornar fértil la tierra, hacer germinar al mundo.
Centrándonos en el cuento de las dos cubetas, no cabe duda de que, valoradas desde lo medible y concreto, comparadas dentro de la esfera de lo numérico, lógico y racional, la cubeta nueva es más eficiente, en tanto que es capaz de transportar íntegramente el caudal de agua que contiene, sin pérdidas. De ahí su jactancia y la arrogante creencia de ser mejor y más valiosa que la otra. Por contraposición, la cubeta vieja resulta valiosa en aquello que se encuentra relacionado con la producción de vida, con la fertilidad, y no con la capacidad para transportar una cantidad medible de agua. Y precisamente, la vida entra de lleno en el campo de lo no cuantificable, entre otras cosas porque, intrínsecamente, su valor es infinito e inconmensurable.
Prosiguiendo con la interpretación del cuento, podríamos entender que la cubeta nueva y la vieja están inicialmente instaladas en la comparación, en una comparación realizada, como hemos dicho, desde un pensamiento lógico, es decir, meramente racional, y en dónde la ganadora se hincha de orgullo y la perdedora de vergüenza. Me gusta mucho que, en contrapartida, el cuento no finalice hundiendo “en la miseria” a la orgullosa cubeta, sino que la hace descender de su alto pódium sólo para igualarla con la más vieja, a la que ya ha puesto en valor, porque ambas son “queridas y útiles”. Lo que explica la cortedad de miras de las cubetas es, por tanto, una comparación realizada en términos de eficiencia y rendimiento inmediato, una ceguera que en algunas otras cubetas podría incluso llevar a desarrollar encarnizadas envidias... no es este el caso.
Hasta que las cubetas no amplían su mirada más allá de lo evidente, contante y sonante, no son capaces de admirar, finalmente y en su completitud, cuál es el verdadero significado de su obra en el mundo. Hasta entonces no pueden permitirse aprehender la belleza, el valor y utilidad de lo viejo, deteriorado y oxidado. De este modo, el cuento nos enseña que toda perdida también implica, y es, una ganancia. Para comprender este punto, nuestra parte más racional y dicotómica quizá tenga que realizar a veces un largo recorrido, adentrándose en el terreno de la fe y la confianza, pues muchas veces, aquello que no tiene un resultado inmediato, claramente causal y visible, puede parecernos carente de importancia, y ocuparse de ello, una pérdida absurda de energías y tiempo.
Saltamontes: ¿Quieres perder el tiempo jugando conmigo? Autor: disculpad, entre salto y salto, se me ha colado el saltamontes en el texto…
Este artículo apareció originalmente en el número 2 de la revista anual de AICUENT, y tanto el cuento como su interpretación han sido reelaborado para esta ocasión. La fotografía que lo ilustra fue realizada por Mari Carmen Sánchez.