A veces, nos cuesta florecer, expandirnos, desplegar las alas y dejarnos ver.
Son muchas las flores que permanecen envueltas en un capullo toda su vida por miedo a salir y enfrentarse a la gran tormenta.
Por miedo a lo desconocido, a lo imaginado, a lo que pudiera llegar.
La incertidumbre quebranta sueños, aniquila esperanzas.
Y olvidamos que después de la tormenta, siempre llega esa flor que asoma sus frágiles pétalos y colma de belleza el paisaje.
Esa flor que, aunque pequeña y frágil, otorga a su alrededor la mayor de las proezas; el despertar de la belleza interior.
Que la tormenta no derribe tus ansias de brillar.
Que tu belleza no se marchite en la oscuridad.
Y que la fuerza oculta te permita siempre brotar.