Los siete cuervos y el sacrificio del autoconfinamiento

Francisco Jorquera Amador

Psicólogo, psicoterapeuta infantil y docente de AICUENT.


¿Qué gano quedándome en casa y poniéndome una mascarilla?


Si tuviera que elegir una imagen para simbolizar al año 2020 seguro elegiría la mascarilla. Nada más conocer que muchos países tomaban, allá por el lejano marzo, la decisión de confinar a la población en casa, me acordé del cuento “Los siete cuervos” y de la carta del tarot número XII, El Colgado. Recuerdo pensar, no sin cierto pesar: “ahora nos toca hacer el sacrificio”.

“Los siete cuervos” es un cuento maravilloso (ATU-0451) en el que se presenta a una familia en la que sólo hay niños varones y en la que, de últimas, nace una niña. Los niños son hechizados y convertidos en cuervos y deben abandonar el hogar. Ella acepta su destino y emprende la tarea de desencantar a sus hermanos. Para conseguirlo tendrá que permanecer en silencio siete años mientras teje siete camisas para sus hermanos.

La niña del cuento tenía la tarea mágica de permanecer en silencio, tejiendo, si quería salvar a sus hermanos. A nosotros, un mes de marzo, nos dijeron que debíamos quedarnos en casa para salvar las vidas de los más vulnerables. Y nuestra forma de relacionarnos con el mundo externo cambió.

ELECCIÓN

Uno de los grandes temas que surgió con las medidas que los gobiernos tomaron ante el SARS-CoV-2, para frenar el avance del diminuto enemigo, fue (y sigue siendo) la privación de la libertad. Al poco vimos muchas imágenes de personas saltándose las normas, muchas otras quejándose ante estas faltas. Y cabe preguntarse si la niña del cuento es libre de elegir en su vida o el destino marcó sus pasos y sus días. Pero no cabe duda de que la pequeña conoció que ella podía hacer algo por cambiar el destino de sus hermanos y no dudó en hacerlo. Escuchó la llamada del héroe y la siguió.

¿Nosotros recibimos la llamada del héroe?

Me fijé en que al poco de saltar la emergencia sanitaria las redes se llenaron de memes de humor (cosa que agradezco enormemente, pues el humor es una medicina universal), como éste que recuperamos aquí.

Meme popularizado durante el confinamiento decretado en 2020

Llamados a salvar al mundo con una tarea en la que no hay que hacer nada, la heroicidad consistía en quedarse en casa, en la no acción. Siempre me ha sido más fácil imaginar al héroe blandiendo espadas para vencer al mal. Pero esta situación que vivimos de confinamiento me recordó las palabras de Claudio Naranjo en su clasificación de los cuentos en dos categorías: patriarcales y matriarcales (dejando a un lado los filiarcales, sobre los que les invito a leer en el libro “El niño divino y el héroe”).

Los héroes de espada, de acción, de lucha y sacrificio glorioso, de grandes viajes y de compañías que se unen para vencer enormes monstruos aparecen en las historias patriarcales, más cercanas a lo masculino.

Por otro lado están los cuentos matriarcales, de presencia, de detalles y de vínculo, de grandes viajes interiores y de compañías que se unen para apoyarse los unos a los otros. Estos son más cercanos a lo femenino.

Claudio Naranjo se fijó sobre todo, al hacer esta clasificación de los cuentos, en la actitud del héroe y en las pruebas que debía de superar. La gran prueba a la que todos nos sometimos fue el confinamiento, el desierto de parar de hacer.

El eslogan Quédate en casa fue un llamado a ser el héroe de este cuento de una manera matriarcal, desde la empatía con los que enferman, desde la compasión con los que siguen trabajando en los servicios mínimos, un héroe que genera esperanza y seguridad en la incertidumbre. En marzo de 2020 el planeta fue llamado a la calma, a parar el ritmo frenético y dejar de hacer para volver a casa. Y en casa aparecieron los monstruos y las hadas. En casa, sin muchos estímulos externos, sin más relaciones que las de nuestro círculo íntimo, aparece la base de nuestra rutina: nosotros mismos y nuestra familia.

Hemos visto cómo estos días, cuando se estaba bien consigo mismo, se acrecentaba la felicidad de gozar de nuestra propia compañía. Si por el contrario uno se trata mal a sí mismo, aparece el monstruo del rechazo interno.

Vimos cómo las familias tenían más tiempo para conocerse y compartirse, y las relaciones sanas se convertían en apoyos y en disfrute; y las relaciones deterioradas se enfrentaban al gran desafío de no poder escapar del conflicto y estar impelidas a resolverlo. Ahora, en diciembre del 2020, he pasado por varios centros educativos contando cuentos y muchos alumnos de secundaria, más de los que me hubiera imaginado, me han contado cómo el confinamiento les ha traído de bueno que ya no se pelean tanto con sus hermanos, que ahora los conocen y les caen mejor que nunca, que disfrutan con ellos.

FRATERNIDAD

Siguiendo con el cuento de “Los siete cuervos”, a nivel intrapsíquico la motivación de la niña para salvar a sus hermanos tiene algo de individual, como acto de resarcir su culpabilidad o restituir su imagen social por ser parte responsable del hechizo que convirtió en cuervos a sus hermanos e hizo que tuvieran que abandonar el hogar. A nivel interpsíquico la motivación es más fraternal, pues pone su vida al servicio del bien de sus hermanos. Si relacionamos esto con la crisis del COVID surge un tema muy interesante, pues vivimos en una cultura que premia el individualismo y sostiene su economía en la competencia y la búsqueda de la felicidad unipersonal. Pero la crisis nos puso delante un problema social que requería de una forma de actuar global y fraternal, que apelaba a la hermandad uniendo la fuerzas de todos para lograr el bien común y que incluía la pérdida económica, de libertades, de movilidad, etc. Esto creo que ha sido uno de los escollos que hemos tenido que abordar, como sociedad, para aceptar los cambios que demanda el coronavirus.

La hermana pequeña del cuento “Los siete cuervos” no tiene que batallar ni vencer dragones, sino estar presente, estar en silencio y tejer. La heroicidad ante la COVID-19 demanda quedarse en casa y, en la mayoría de los casos, seguir realizando tu trabajo como siempre. Puede parecer paradójico, pues no ocurrió nada sumamente especial. Es más fácil ver el logro cuando alguien supera un récord, descubre o inventa algo nuevo, o realiza un prodigio, pero esta vez salíamos a los balcones para aplaudir a los héroes de lo cotidiano, a los sanitarios y los trabajadores que sostienen las necesidades básicas. El héroe no es héroe por sus victorias, sino por hacer aquello que está llamado a hacer por un bien mayor a él mismo. La niña del cuento no duda en ningún momento de su labor, no deja la tarea a mitad, llega hasta el final. Esto es ser una heroína.

Arcano número XII, El Colgado, perteneciente al Tarot de los cuentos maravillosos de la península ibérica

ATENCIÓN

Pero ser un héroe no siempre es fácil. Durante esta crisis que estamos viviendo, donde se nos piden cambios de hábitos, también surge la rebeldía. Rebeldía a la hora de llevar la mascarilla, de lavarse con gel hidroalcohólico, de seguir ciertas pautas o controles, etc.

En el cuento, la niña se encuentra con un enano que le da una calabaza y un hueso que le servirá de llave para abrir la puerta. Ella no está lo suficientemente atenta y pierde por el camino el hueso. A nivel simbólico el enano le está invitando a despojarse de todo lo superfluo y centrarse en lo esencial a nivel emocional. El hueso es símbolo de lo estructural, de la virtud, de lo permanente. Con este hueso es cómo podrá entrar a la casa de los hermanos. Esta escena me recordó poderosamente a los primeros cambios que vi en mí y en mis conocidos, pues en las primeras semanas de confinamiento hubo un ejercicio de desempolvar el baúl de lo que realmente nos importa. La privación de la libertad nos llevó a una profunda reflexión sobre lo que realmente importa. Hicimos un repaso a todo lo que estábamos haciendo en nuestra vida cotidiana, echando de menos aquello que no podíamos hacer y rescatando aquello que sí podíamos y nos hacía felices. Fueron días de recuperar el arte, los hobbies, los talentos, las artesanías y los juegos. Estoy convencido que fue un trabajo interno de volver a lo esencial y reconectar con nosotros mismos. Esto para mí es la llave, el hueso de lo estructural con el que podremos abrir la puerta y ser las heroínas del presente.

Y, con tó y con eso, aunque sepamos lo que tenemos que hacer, aunque tengamos las herramientas que necesitamos, no es fácil hacerlo. La niña pierde el hueso por el camino, se despista. Escuché a muchos amigos que me contaron lo bien que les sentaron las primeras semanas de confinamiento y lo contentos que estaban de no tener ansiedad ni estrés y de haber recuperado muchas cosas que les hacían felices; pero que, con el tiempo, se metieron en otra rutina más perversa y lo perdieron. No es fácil estar atento. No es fácil mantener la constancia y ser perseverante. Por esto me gusta tanto este cuento y la actitud de la pequeña, que, aunque al principio no es capaz de estar atenta y pierde el hueso-llave, luego logrará estar siete años enteros tejiendo, como una guerrera zen que mantiene su centro y no se despista ni se entretiene.

PRIMER SACRIFICIO

Me gusta este cuento, porque nos dice que es posible. Y también nos dice que no se hace sin sacrificio. Ella tendrá que cortarse un dedo meñique para poder entrar. Si, es cierto que deja una parte de sí misma en el camino, que dejará de ser completamente ella, que perderá su dedo meñique. Pero no es una parte vital. El dedo meñique se relaciona con Mercurio, con lo mercurial, con lo volátil. Ofrecer en sacrificio el dedo meñique viene a ser una imagen simbólica del compromiso. Ella se está comprometiendo con su misión, con el llamado a desencantar a sus hermanos. Se está involucrando en cuerpo y alma en la tarea. Está decidida a llegar al final, aunque aún no tenga claro muy bien ni el cómo ni el cuándo. En la emergencia sanitaria que estamos viviendo no hemos tenido certezas, sino sospechas. Tras cada afirmación o estudio científico que se publica, aparece otro con otras conclusiones. Cada investigación sobre el SARS-CoV-2 abre la puerta a nuevas preguntas. La palabra que más he escuchado estos meses es: incertidumbre. Y este es para mí el primer gran sacrificio: actuar con la incertidumbre, bailar con ella. Nuestro centro mental quiere tenerlo todo controlado, pues sabe que la ilusión del control de la vida calma su miedo. Pero la incertidumbre no deja espacio para el control. No hay forma de atrapar lo inconcreto. No se puede controlar la vida. Como dice la frase atribuida a Vivien Greene: La vida no es esperar a que pase la tormenta, sino aprender a bailar bajo la lluvia.

Vivir en la incertidumbre no es fácil. ¿Cuántas veces habéis estado en conversaciones donde se habla de lo poco que se conoce a ciencia cierta sobre el coronavirus y sobre las medidas adecuadas? Y seguramente muchas de estas conversaciones terminan en rabia manifiesta, en malestar y en queja. No es fácil vivir sin certidumbre. Pero ahí hay un peligro: entretenerse en la rebeldía y olvidar la misión del héroe. El cuento nos dice que debemos comprometernos aún no sabiendo con certeza qué va a ocurrir. Esto es lo que se llama en los caminos de la mística, el salto de fe. Y un salto así nos transforma por dentro y por fuera. No volveremos a ser los mismos. Por eso los héroes en los cuentos quedan marcados. Son las señales que permanecen en nuestro cuerpo las que nos ayudan a no olvidar el camino que elegimos. En este caso, es la entrega del dedo meñique que hace la niña para abrir la puerta. El gran desafío de la vida es entregarnos y requiere del sacrificio, pues ninguna planta nace si no muere el grano.

SEGUNDO SACRIFICIO: EL AUTOCONFINAMIENTO

Una vez la puerta está abierta, comienza el verdadero confinamiento. Ahora es cuando ella conoce qué es lo que tiene que hacer para salvar a sus hermanos. El enano, en el cuento, le dice qué es lo que tiene que hacer, pues él es el guía espiritual, el consejero y el ayudante mágico: tiene que estar siete años tejiendo unas nuevas camisas para sus hermanos y, además, sin hablar.

Un cuervo de buen tamaño en algún lugar de Murcia

La imagen del telar y la acción de tejer es de un enorme poder evocador de mitos. Nos lleva a la imagen de las Parcas, hacedoras del destino, de la vida y la muerte. Nos lleva al mito de Aracne, a Penélope tejiendo y destejiendo en su espera silenciosa. Y nos lleva a la salida del laberinto del Minotauro, gracias al hilo de Ariadna. Pero en todas las culturas el tejido es una imagen que nos habla de cómo se entrelazan las vidas de todos en un gran tapiz que es nuestra historia.

El cuento “Los siete cuervos” nos detalla que ella debe tejer unas camisas, siendo el gesto de dar una camisa una forma de ayudar al desamparado, al solitario y abandonado, para protegerlo de la enfermedad y del mal (según acepción del diccionario de símbolos de J. Chevalier). Por tanto, la imagen de la niña tejiendo unas camisas para sus cuervos hermanos, además de hablar de sus destinos entrelazados, nos habla sobre el gesto de cuidar, de darles protección y atenderlos en su soledad y su abandono.

En los días en que estamos conviviendo con esta nueva enfermedad hemos visto cómo nuestros destinos se entrelazan y crean una urdimbre donde los actos de unos afectan a la vida de otros. Esto realmente ocurre todos los días de la historia de la humanidad, pero el coronavirus nos ha puesto un ejemplo palpable del telar que nos une; incluso ha creado una nueva profesión, los rastreadores, que buscan esta relación vírica de unos y otros.

Pero no es solo una cuestión de estar unidos, pues creo que el virus nos pone de manifiesto la solidez de nuestras relaciones y sus debilidades. El coronavirus, como otras crisis, tiene el efecto de poner en evidencia lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Todo lo magnifica, lo blanco y lo negro, lo heroico y lo perverso, obligándonos al ejercicio de buscar lo importante y eliminar lo superfluo. Así ocurre también con nuestras relaciones, poniendo a prueba nuestros vínculos, sometiendo nuestros lazos sociales a la distancia y la desconfianza, impregnando de miedo el contacto humano. Cuando la urdimbre social que hemos construido en nuestro día a día se enfrenta a esta crisis y es sólida, busca la forma de encontrarse, de apoyarse, de amoldarse y mantenerse viva. Solo hay que fijarse en cómo la creatividad entra en efervescencia desde el día uno, para encontrar nuevas forma de vernos: a través de videoconferencias, aperitivos online, quedadas virtuales… Es nuestro tejido social lo que sostiene al mundo en momentos de crisis, lo que nos cuida.

Esto también ha puesto de manifiesto la gran soledad que genera una sociedad tan individualista como la nuestra y ahí tenemos un gran reto que debemos atender, pues hay que recordar aquí que los suicidios aumentan todos los años alarmantemente y se han convertido, en algunas franjas de edad, en la primera causa de mortandad.

Y aún hay más, pues el tejer nos recuerda que lo que hace uno, unido con el acto del otro, puede cambiar el mundo. La niña realiza el segundo gran sacrificio, el más costoso, pues centra su atención y energía en tejer, dejando a un lado su propio interés y valorando un bien aún mayor, poniendo en juego su propia vida. Si este sacrificio lo llevamos a nuestra realidad, veremos cómo en esta crisis dejamos nuestro placer, nuestra libertad de movimiento, perdemos parte de nuestro negocio o incluso toda nuestra fuente de ingresos por la posibilidad de salvar la vida de otros, incluso con total incertidumbre.

Veámoslo con otro ejemplo, con otra crisis: la enfermedad de nuestro planeta. Es evidente que la contaminación resultante de la forma de usar los recursos ha enfermado el planeta y sigue haciéndolo. Esta crisis demanda un sacrificio de todos. Pero no es fácil mantener la atención. Muchos entienden este problema planetario y además están convencidos de la necesidad de actuar, incluso ya conocen varias formas de contribuir al cambio necesario, pero esto implica dos cosas: atención y sacrificio. El sacrificio consciente de dejar costumbres contaminantes que dañan nuestro hogar global humano y estar atento para no olvidar este compromiso. En el cuento, la niña al principio no está atenta y pierde la calabaza y el hueso, pero logrará aprender y se mantendrá firme hasta el final. El cuento nos dice que se puede hacer, que es posible ser una heroína del cambio y que para hacerlo hay que comprometerse durante todo un ciclo completo, representado por el número mágico 7, símbolo de un ciclo con un significado moral y cosmogónico. Siete años de silencio son siete años de compromiso, de entrega y sacrificio consciente llevado al último extremo, aunque peligre nuestra vida misma, sin garantía y con la confianza puesta en que se podrá lograr el cambio anhelado.

Pequeño telar doméstico

En este punto vemos que la niña es un arquetipo muy poderoso, pues la entrega consciente nos lleva a la imagen del Cristo, del sacrificio. Les decía al principio que la heroína del cuento también me recordaba a la carta del tarot número XII, El Colgado. Es la carta de la aceptación y la voluntad, de la paciencia manifiesta en la sacralización de la acción y en la atención al detalle. En el Tarot de los cuentos maravillosos de la península ibérica se representa a este arquetipo con una figura humana colgada de un pie y con una aureola de luz en la cabeza, como símbolo de que ya se pueden ver las cosas desde una nueva perspectiva y de que se ha encontrado la iluminación en el servicio consciente. Podemos ver cómo el rostro de este colgado está sereno, pues confía y se mantiene en la tarea tejiendo las camisas, haciendo lo que tiene que hacer en una actitud zen.

Tiene el arquetipo de El Colgado una relación con la abnegación y la expiación de la culpa como, por ejemplo, la vemos en el Yom Kipur de la tradición judía, desde una interpretación más social. Si buscamos una mirada más interna, el arquetipo de la niña del cuento mantiene los dos caminos de conciencia, la acción y la contemplación. La acción representada en el tejer y la contemplación en los siete años de silencio. Y hay un detalle importante para que el suyo realmente sea un sacrificio consciente: que sea elegido, que sea un autoconfinamiento . Seguro que saben que las medidas anti covid no han sido voluntarias y se sostiene con el miedo a la multa o la cárcel. Y creo que esto es algo que debe llevarnos a una reflexión profunda acerca de la sociedad que tenemos, pues no fomenta la cooperación, el respeto y la confianza entre las personas. De nosotros depende que sea impuesto o elegido el sacrificio, pues pueden las reglas marcar nuestros actos externos, mas nunca podrá mandar en nuestro fuero interno. Y la salida de ésta y de otras crisis planetarias no es externa, sino interna. A la salida se llega desde dentro.

Pongo un ejemplo: la mascarilla. Es un mandato ejecutado desde la autoridad externa, sí. Y también puede ser un elemento de consciencia. ¿Recuerdan los pájaros que eran entrenados en la isla del libro Un mundo feliz, escrito por Aldous Huxley, los que decían una y otra vez: “aquí y ahora, muchachos”? Pues el tapabocas (como se llama a la mascarilla en algunos países latinos) puede limitar nuestra comunicación externa, pero también puede ayudarnos a escuchar nuestra voz interior -que nunca podrá ser callada desde fuera-, si nos preguntamos cada vez que nos ponemos la mascarilla: ¿estoy aquí y ahora?. Este puede ser un poderoso ejercicio de consciencia, al estilo del trabajo personal que se propone en las escuelas de Gurdjieff, las del Cuarto camino, un ejercicio para dejar de estar en automático y aprovechar lo externo, para tomar conciencia del ser.

Y, llegados aquí, no paro de recordar a los niños hoy en día. No es casualidad que sea una niña pequeña la que en el cuento se entrega hasta las últimas consecuencias. Recuerdo la actitud que han mantenido los niños durante esta crisis y valor mucho su queja y su denuncia de aquello que nos les gustaba de la mal llamada nueva normalidad. Y, aún así, he visto cómo aceptan las nuevas normas, cómo se adaptan sin perder su esencia, su alegría. Para mí son verdaderos héroes que se entregan a la vida.

Sólo me resta invitarles a fijarse en el final del cuento. Cuando se cumple el plazo, el duende llega y todo se resuelve. Todo queda en su lugar de nuevo y la vida puede continuar. Aunque ya nada es como antes, todo llegará a estar en su lugar.

Este artículo fue publicado originalmente en la primavera de 2021, en el número 6 de la revista anual de AICUENT.













































































































































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