La magia de una herencia ancestral

Anabel García Capapey

Escritora de álbumes ilustrados, terapeuta Gestalt, experta en resolución de conflictos y docente de AICUENT.

Las tejedoras de Zinacantán

A través de una amiga mexicana, que sabe cuánto me gusta todo lo que escribe Emilio Ángel Lome, descubrí Las tejedoras de Zinacantán. Fue ella misma quien me envió un ejemplar de este precioso álbum ilustrado cuando se publicó. Zinacantán es un pueblo de mujeres tejedoras, famosas por sus hermosos bordados y tejidos. De vez en cuando, una de ellas nace con el don de que se haga real aquello que borda en el huipil. Un día, Hilaria Luz, una niña muda que teje maravillosamente, observa cómo se desprende del tejido la mariposa que ha estado bordando y se lo cuenta a su abuela María Recuerdo. Ésta le habla del don que se le ha concedido y le avisa que debe tener mucho cuidado, porque dependiendo de las fuerzas que lo dominen, su don puede dar luz, calor y alimento o arrasar con lo que encuentra a su paso, si la rabia y la furia son quienes toman el poder.

En el pueblo vivía otra niña, Matilda Flor, que sentía envidia de los hermosos bordados de Hilaria Luz y comenzó a burlarse de ella y a hostigarla porque era mayor en edad y tamaño. Hilaria Luz aguantó lo que pudo, pero un día, guiándose por la rabia bordó un sapo grande y negro en el costurero de Matilda Flor, Cuando esta lo abrió, el sapo le escupió a los ojos y la dejó ciega. Hilaria Luz confesó a su abuela lo que había hecho y ésta le aconsejó que fuese a hablar con Matilda Flor y que le llevase aquello que fuera más preciado, como regalo de amigas, y que le confesase su culpa para así poder volver a enhebrar ese hilo que estaba aún enredado dentro del corazón. Hilaria Luz visitó a Matilda Flor y le llevó el bello huipil de boda que guardaba de su madre ya difunta. Matilda Flor no quería aceptarlo porque sabía lo importante que era para Hilaria Luz, pero tanto insistió ella, que al final lo aceptó y comenzó a hilarse entre las dos bordadoras una amistad entrañable.

Un día, un hombre llamado Fortunato Sántiz llegó al pueblo y preguntó por la encargada. Habló con María Recuerdo y les compró muchos textiles, pagándoselos muy bien. Las tejedoras sintieron una gran esperanza. A la semana siguiente volvieron y en esa ocasión Fortunato llevaba cuatro ayudantes y compró el doble que la otra vez, aunque a la hora de cobrar el dinero que entregó fue el mismo. Cuando María Recuerdo se lo dijo, este hombre la amenazó y le dijo que aquél era un trato sin vuelta de hoja. A partir de ahí, cada vez que volvían se llevaban toda la mercancía prácticamente sin pagar, hasta que la anciana se negó a venderles más. Entonces los hombres fueron al camión y de allí tomaron tres bidones de gasolina con los que quemaron gran parte de los sembrados.

Cuando se fueron, Hilaria Luz se puso a bordar muy concentrada los sembrados y los campos que había consumido el fuego y cuando los hombres volvieron, encontraron que todo estaba como antes. Amenazaron con volver al día siguiente y arrasar todo el pueblo si no les entregaban sus tejidos. Antes de irse, localizaron a Hilaria Luz y la arrojaron al pozo donde la gente de Zinacantán arrojaba las ofrendas que hacían a su montaña. Cuando los hombres volvieron, todas las mujeres, vestidas de negro, les esperaban con varios canastos de bordados y tejidos. La abuela María Recuerdo era la única que no había entregado sus prendas. El hombre le exigió hacerlo y la anciana le entregó un textil de gran tamaño en el que había bordado un bellísimo jaguar a tamaño real.

A continuación la abuela preguntó a Fortunato por su nieta y él le contestó con desprecio: “Sáquenla ustedes si pueden” y dio media vuelta burlándose. En ese momento María Recuerdo comenzó a cantar un rezo, una antigua invocación de las curanderas al espíritu de la montaña, y el jaguar que había tejido cobró vida atrapando entre sus fauces el cuerpo de Fortunato. El resto de los hombres huyeron despavoridos. Cuando ellas quedaron a solas, se acercaron al pozo donde estaba Hilaria Luz y escucharon como un batir de alas. Hilaria Luz salió del pozo con las alas que había tejido usando un delgado hilo de agua. Nunca más volvieron a molestarlas.

Dicen que en Zinacantán, cuando alguna mujer tiene un problema muy grande y de pronto le aparece lo que necesita y se resuelve su problema, no sucede por casualidad. Es su herencia ancestral la que acude en su ayuda, la magia de la tejedora Melel, la Luna, que hermana su corazón al de incontables mujeres que hilan y tejen la vida desde el más antiguo tiempo.

Una interpretación del cuento

Si habéis llegado hasta aquí ya sabéis que las protagonistas de Las tejedoras de Zinacantán son mujeres que viven solas en un poblado junto con niños y ancianos, ya que los hombres han partido para buscar sustento. Ellas se dedican a tejer. Si acudimos a la simbología, vemos que la madre del universo suele ser imaginada como la Gran Tejedora, la diosa que teje el destino de todos en el telar de la vida. La urdimbre y la trama juntas forman una cruz con cada hilo y el cruce simboliza la unión de los contrarios. Es la forma de entrecruzar los hilos, que por sí solos no tienen una gran fuerza, la que consigue formar un tejido resistente.

Esta imagen nos recuerda la fuerza que surge de la unión femenina. Quizás una sola mujer no hubiera podido hacer frente a esta situación de abuso, pero todas juntas, apoyándose unas a otras y valiéndose del don que poseen Hilaria Luz y su abuela, consiguen salir victoriosas. Los hombres que acuden al poblado para engañarlas y robarles su trabajo representan la fuerza bruta. Ellos se encuentran entre aquellos para quienes es imposible valorar lo que esos tejidos representan y no ven en las creaciones de estas mujeres más que una forma de enriquecerse. Por eso les da igual utilizar las amenazas y la violencia, una violencia que irá a más si no obtienen lo que quieren.

¿Qué hubiera pasado si la envidia que Matilda Flor sentía por el don de su amiga y por el valor que daban a sus bordados el resto de mujeres hubiera conseguido destruir su amistad, separarlas e incluso anular el don de Hilaria Luz? Se habría perdido una inmensa fuerza y energía femenina que sólo es posible canalizar a través de la unión y el aporte de cada una, del respeto y la valoración mutua. Sucede muchas veces, que en esta sociedad donde todavía las mujeres nos encontramos frecuentemente con situaciones de superioridad masculina, se dan casos de rencillas y de zancadillas entre las propias mujeres, y esto nos impide avanzar.

Es Melel, la Luna y la diosa madre, símbolo de lo femenino, quien ha enseñado a bordar a las mujeres de Zinacantán. Todas las diosas lunares controlan el destino, y a veces se las representa como una araña que teje en el centro de su tela. Al principio, las tejedoras quieren ver una esperanza en la aparición de los compradores, pero pronto se dan cuenta de que ellos van a aprovecharse de su trabajo y que tendrán que mantenerse unidas, y utilizar la ayuda que reciben y la gran sabiduría que tienen de su parte en lugar de la fuerza bruta.

Después de que los hombres quemaran sus cosechas, Hilaria Luz pidió ayuda a la sabiduría ancestral, a las esencias de todas las tejedoras que antes que ella habían vivido, y escuchó en su interior las voces y los cantos de todas esas mujeres. Con esa fuerza femenina y esa sabiduría reparó el daño que los hombres habían hecho en sus campos. No hizo falta explicar demasiado al resto de las mujeres qué había sucedido, cuando éstas vieron sus campos intactos, porque ellas sabían de ese poder sanador y de esos prodigios.

El jaguar que teje María Recuerdo representa al mensajero de los espíritus del bosque, a un espíritu auxiliar o un aspecto del chamán. Podríamos ver aquí una manifestación de la fuerza masculina sana que acude en su ayuda, invocada por las tejedoras. Creo que este relato anima a las mujeres a valorarse unas a otras, a tener en cuenta nuestra fuerza cuando trabajamos o luchamos juntas por una causa, a tejer el hilo y la urdimbre de nuestra propia vida y a aprender de la sabiduría ancestral femenina y de las mujeres que nos rodean en nuestra vida.






















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