Crónicas marinas y cuentos de sirenas

Carmen Clemente Abenza

Terapeuta Gestalt. Narradora especializada en tradición oral y género. Docente de AICUENT.

Mi primer contacto con el mar fue en Los Alcázares, el llamado Mar Menor, al que solía ir con mi familia en mi niñez. Y fue jugando a bucear en sus aguas, donde me encontré por primera vez y cara a cara con un caballito de mar. Lo reconocí de inmediato, porque lo había visto en muchas ocasiones dibujado en los libros de cuentos que tenía en casa, junto a otros seres que viven en las profundidades del mar, las sirenas. Entonces hice una deducción harto lógica: si hay un caballito de mar aquí, debe haber sirenas cerca. Y durante mis infantiles veranos a orillas de este paradisíaco mar, me dediqué a buscarlas.

Porque los cuentos de tradición oral que escuchaba a mis mayores, en aquellos tiempos sin televisión, no contenían elementos marinos y como crecí en la huerta de Murcia, los seres acuáticos mas comunes que conocía eran las ranas (otro día hablaremos de príncipes metamorfoseados). Así que me fascinaban aquellos maravillosos seres submarinos, que seguro debían vivir en aquel inmenso, lejano y cristalino Mar Menor.

Estrenando mi habilidad de leer, lloré y lloré sin consuelo mientras leía la versión original de “La sirenita” (aún a salvo de Disney), aquella que sacrificó lo más bello de sí, su voz, para conseguir a su príncipe y que en un acto de generosidad, renunció incluso a su existencia, con tal que él fuera feliz. Y aunque como contrapartida consiguió un alma inmortal, esto no consoló a la niña que yo era, que se preguntaba, ¿si esto es un cuento, cómo es que no termina bien (es decir, el príncipe con la sirena, que es como me gustaba a mí)?

Mucho más tarde, en La Odisea, comprobaría que las sirenas no siempre habían tenido cola de pez y que no eran tan bondadosas como la que nos describió Andersen. Incluso la expresión “cantos de sirenas” no tenía precisamente el tinte romántico que yo le asocié. ¿Sería cierto que las sirenas eran malvadas?

Mientras comento en voz alta lo que escribo, un amigo me contesta: “Es su naturaleza”. No respondo. Sonrío al comprobar lo fuertemente integrados que tenemos algunos mitos de nuestra cultura.

Saltar del lago de las sirenas de Peter Pan, a los escritores de aventuras sólo fue cuestión de tiempo, aunque nunca abandoné mi gusto por los cuentos de tradición oral, y los ilustrados con algo más que versiones edulcoradas. De hecho tengo un recuerdo imborrable de mí misma, adolescente, espigadísima, sentada en aquella sillita de la sala infantil de la Biblioteca Regional de Murcia, cuando aún estaba en Alfonso X, sobrándome piernas por todos lados y disfrutando de un bellísimo álbum ilustrado de Pinocho, en el que no había sirenas, pero si una ballena, enorme, como son las ballenas.

En esa adolescencia me atreví a surcar la superficie de todos los mares, guiada por Stevenson, Salgari, Melville, Defoe, Espronceda (aún recito de memoria su canción del pirata), con la única excepción de Verne, que también me acompañó por sus profundidades.

Gracias a esos escritores, subir a los balnearios que salpicaban la playa de Los Alcázares y que el viento me diera en la cara, tenía otro sabor. Sabía a salado, a aventura, a libertad, ¡ay, quien pudiera ser rescatada por un capitán pirata (aquí haría algún comentario mi psicóloga), salir en busca de algún tesoro y quien sabe si conocer a alguna sirena!

Allá en la juventud, nadando entre un trabajo y otro, y tras conocer a algún pirata de verdad (a veces hay que pensar muy bien lo que una desea, ¡que razón tiene mi psicóloga!; pero de piratas hablaremos otro día), sin una decisión expresa, las casualidades de la vida me permitieron regresar a estos paisajes marinos de mi infancia. Recalé en Santiago de la Ribera y tuve el privilegio de trabajar con vistas al Mar Menor durante años.

También me viene a la memoria el cuento “Piel de foca, piel del alma” * 1, que no habla exactamente de una sirena, mitad mujer, mitad pez, sino de una mujer que vive en el mar, bajo su piel de foca. Un hombre le roba su piel y promete devolvérsela a cambio de que viva con él durante un tiempo. Ella acepta pero él no cumple su promesa. Como para ella es necesario vivir en el mar, poco a poco va perdiendo su vitalidad. Es el hijo de ambos quien encuentra la piel y se la entrega y entonces ella puede regresar al mar y recuperar su salud y su vida. Cuento muy poético, con muchas posibles interpretaciones, como todos los cuentos. Sin embargo, “¿qué pasó con el hombre?”, me preguntaba una mujer cuando terminé de narrar esta historia, en una contada ante un público exclusivamente femenino. Lo que para mi tenía final, para ella era algo inacabado. Por entonces yo prefería preguntarme: ¿cómo va esto de las relaciones?

Es otro cuento, “La esposa sirena” * 2, recogido por Calvino, el que nos da una posible respuesta y nos habla de dos esposos que se quieren. Él es marinero y su esposa pasa mucho tiempo sola. Por cosas de la vida, ella le es infiel y aunque pide perdón a su marido, éste la arroja al mar para que se ahogue. Unas sirenas la salvan y la acogen en su mundo. El marido, que aún la quiere, se arrepiente de lo que ha hecho, pero ya es tarde. Tiempo después su barco se hunde y su esposa, ahora sirena, lo salva de morir ahogado. Ambos se siguen queriendo, pero ella ahora pertenece a las sirenas. Tras pagar ambos un alto precio, regresan de nuevo a tierra para vivir juntos de nuevo, habiendo aprendido a cooperar para mantener su vida de pareja. Así que, ¿se trataría de cooperar?

Mi regreso a las orillas del Mar Menor era como estar en casa y puesto que el lugar lo facilitaba, decidí aprender a navegar por mí misma, en vez de esperar a capitán alguno, pirata o no. Y fue en la escuela de vela del Club Náutico Mar Menor donde mi monitor de vela ligera, que no me era indiferente, me enseñó bien el arte de navegar: los vientos, los rumbos, llevar el timón, aparejar y trimar velas, arbolar un Snipe, volver a adrizar un Vaurien después de un vuelco, virar..., ¡ah! y a bajar la cabeza a tiempo, para que no la golpee la botavara cuando la vela mayor traslucha. Allí, cada tarde de sábado, los alumnos, amigos y monitores de la escuela montábamos nuestra pequeña y particular regata con destino al puerto Tomás Maestre, siendo el último en llegar, el que pagaba los asiáticos, que en algunos días de invierno eran absolutamente imprescindibles para recuperar el calor.

Recuerdo que en el cuento, “El príncipe Alí y la reina de las sirenas” *3, en su comienzo, la sirena en cuestión no es princesa, sino como dice el titulo, una reina. Es además de bella, sabia y poderosa. Cuando encuentra al príncipe Alí, él está enamorado de una princesa “ideal” aunque aún no la conoce físicamente. La reina de las sirenas ama al príncipe Ali y no utiliza su belleza para seducirlo, ni su magia para someterlo, ni su sabiduría para manipularlo. Sólo le otorga al príncipe la facultad de convertirse en mujer (los psicoanalistas disfrutan mucho con estos pasajes, pero de esto hablaremos otro día), para que pueda acercarse a su princesa y conocerla realmente y después elija a quien prefiere de las dos. Alí se decide por la reina, ya que la princesa no resultó ser tan ideal. Y así, reina y príncipe deciden libremente convertirse en compañeros. Es el príncipe, en este cuento, quien, tras su matrimonio, adquiere el rango de rey. ¿Libertad entonces para reconocerse como iguales sin idealizar a la pareja?

En uno de mis últimos viajes, el puente del Tomás Maestre se abrió a las diez en punto, para dejarnos pasar. Pensábamos navegar rumbo a la isla de Tabarca, pero la previsión era de viento de levante, fuerza 3-4 de la escala de Beaufort. Eolo decidió por nosotros. El capitán (no, no es pirata), que es mi esposo (¿se acuerdan de mi monitor de vela?), es de la opinión que pudiendo elegir no se debe iniciar una travesía con viento en contra. Así que puso la proa de nuestro barco rumbo hacia La Azohia.

Tabarca y La Azohia son los lugares más cercanos al puerto Tomás Maestre, donde aún hoy las aguas son claras y los peces se acercan a los bañistas. Si alguna sirena se aventurara por este litoral, para curiosear cerca de nuestro barco, escogería sin duda alguno de estos fondos.

Otra historia con sirena es La familia animal *4. Ella es libre, inteligente, espontánea y alegre. Se deja sorprender y disfruta de las cosas pequeñas de la vida. Mantiene fluidamente su relación de pareja, sin perder su espacio. No es un relato heroico, no hay nadie con quien luchar, nada que reparar, nada que conquistar. Sólo vivir el momento. Si no estuviéramos en la lucha ¿en qué estaríamos?

Desde hace varios años pertenezco a la familia de la Cuentoterapia, a la que Lorenzo Hernández Pallarés ha enseñado a bucear (él lo llama destripar) dentro de los cuentos tradicionales, en sus símbolos, para encontrar auténticos tesoros de sabiduría, aportando significados profundos que hasta entonces no habíamos percibido conscientemente y que tenían la facultad de sanar y ayudar al crecimiento de las personas.

A lo largo de mi experiencia vital he encontrado algunas respuestas (mis respuestas claro, ya que cada cual tiene las suyas): a veces los cuentos, como la vida, no terminan como nos gustaría y que las relaciones entre hombres y sirenas, son difíciles, pero posibles. Y después de leer y contar muchos cuentos, ignoro cuál es la verdadera naturaleza de las sirenas *5. Solo sé que las hay de muchas clases: míticas y efímeras, adolescentes y adultas, malvadas y bondadosas, felices e infelices, y podría añadir muchos más adjetivos. A veces son una mezcla de varios de ellos. Quizá haya tantas como escritores, lectores, narradores y oyentes recrean cada día.

Hoy el Mar Menor no tiene sus fondos de arena, formando pequeñas dunitas, ni sus aguas transparentes, no hay zorros viviendo bajo sus piedras, ni cangrejos paseando por la playa, ni caballitos de mar nadando en sus aguas (sí, se que hay intentos de repoblación, pero lo veo difícil). El medio se ha degradado, el fondo ha quedado colonizado totalmente por el alga conocida popularmente como oreja de liebre, ha sido invadido por medusas y sus aguas ya no son cristalinas sino turbias (en fin, eso son cuentos de miedo y de ellos, ya saben, hablaremos otro día).

Siempre que navego, nado o buceo, busco rastros de sirenas, ya que creo firmemente que existen y no pierdo la esperanza de encontrarme con ellas. Y aunque sí he perdido la esperanza de encontrar caballitos de mar en el hoy deteriorado y aún bello Mar Menor, sin embargo tengo la absoluta certeza de que todo aquel que asista al II Encuentro Internacional de Cuentoterapia encontrará un tesoro entre todos los relatos, vivencias, trabajos, enseñanzas y talleres, experiencias que se compartirán allí. Además, la isla de Tabarca se encuentra muy cerquita y, si el tiempo acompaña y sin la masificación veraniega, es un lugar para visitar con cierto encanto pirata.

¡Os esperamos!


notas:

*1 “Piel de foca, piel del alma”, versión de Clarissa Pinkola Estés, tomada de su libro Mujeres que corren con los lobos.

*2 “El príncipe Alí y la reina de las sirenas”. Versión de Ana Cristina Herreros, de su libro Cuentos del Mediterráneo, en SM.

*3 “La esposa sirena”. Versión recogida por Italo Calvino en su libro Cuentos populares italianos, en Siruela.

*4 La familia animal, de Randall Jarrell, en Alfaguara.

*5 Sobre las sirenas hay fascinantes mitos, cuentos y leyendas tanto en nuestra cultura como en otras. En estos relatos podemos, entre otras cosas, rastrear la evolución de algunos aspectos de antiguas sociedades matriarcales, donde se adoraba a las diosas-pájaro, y su paso al patriarcado, donde lo femenino se hunde en las profundidades de lo inconsciente volviéndose seductor y muy peligroso (pero de esto también hablaremos otro día).

Este artículo fue publicado originalmente en el número 2 de la revista anual de AICUENT y lo hemos ilustrado con una imagen de la película Peter Pan, la gran aventura (P.J. Hogarth, 2003). A continuación aparece el cartel del cortometraje Selkie (Simon Booth, 2014) y en tercer lugar una pintura de Herbert James Draper, “Ulises y las sirenas”.






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